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Estaba muy seguro
que no me quedaría
cuando el último de nosotros
enfrentara la indolencia.
Al abandonar el hogar
respiro el polvo del pasado,
vienen a mi los recuerdos
y asoma la tristeza.
Pero no me dejo convencer,
mis ojos refresco con el agua,
y los seco con cuidado
con la última toalla que quiero usar.
Luego prendo un fósforo
y quemo esa toalla,
la arrojo a la casa vieja
que en el fuego desaparece.
Se consumen las tristezas
y desvanecen los recuerdos,
ninguno me acompaña
en mi camino hacia el sur.