Archivo por meses: julio 2013

Tiempo de venganza (capítulo cinco)

[Visto: 467 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eduardo llegó al día siguiente a la oficina y llamó inmediatamente a su adjunto. Le comunicó que estaba despedido y pidió que no reclamara sino haría público el reporte del robo de información. Muy pronto, el despedido recogía las pocas cosas de su oficina dentro de su maletín.

Una vez que se retiró, ante la asombrosa reacción de los analistas, le indicó a Ricardo para que hablara con él. “He notado que puedo confiar en ti: quiero que seas mi jefe adjunto”, señaló sin medias tintas. Ricardo aceptó de buen grado y sellaron el acuerdo con un apretón de manos.

Una llamada entró en la oficina: “Aló… sí, confirmo mi viaje para la próxima semana… gracias”, fue la breve respuesta. Ricardo le preguntó si iba a presentarse en un seminario de la empresa. “Sí, me voy desde el martes y por cuatro días”, respondió Eduardo con una gran sonrisa.

(continúa)

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Disputa en Los Robles (capítulo dieciséis)

[Visto: 549 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Parece que saliste muy rápido, sobrino”, fueron las primeras palabras de Rodolfo al encontrarlos comiendo. “Sólo quería salir apenas oí los disparos”, lo excusó Constanza con esa breve respuesta. El patrón sopesó las palabras de la muchacha, y finalmente puso una mano sobre el hombro de Lucho.

“Bien hecho sobrino”, continuó palmeándolo Rodolfo y les pidió que ya todos regresaran a la hacienda. Constanza regresó en una camioneta con el patrón, mientras que Lucho y González fueron en la otra. Aunque el muchacho le preguntó por su “demora”, el capataz no dijo nada.

A la mañana siguiente, González encontró a Lucho muy temprano en uno de los sembríos. “El patrón está agradecido con haber recogido a su señora…”, cortó su anuncio con una cara de extremo desaliento.

Lucho preguntó si había un pero. “Pero cree que fue muy arriesgado: ordenó que sigas practicando tus disparos hasta una próxima oportunidad”, dijo por fin el capataz y le entregó otra vez un revólver.

(continúa)

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La cueva del duende (capítulo dos)

[Visto: 502 veces]

(viene del capítulo anterior)

Han pasado dos horas desde la desapariación del escalador. Rosa se preocupa por sus amigo y, junto con otros escaladores que se habían quedado en el campamento, comienza la búsqueda de Jorge.Logran llegar hasta la zona de la caída y lo llaman por su nombre.

“Aquí”, consiguen escuchar un grito que se difumina entre las rocas. Empiezan a revisar cada grieta o cueva desde el nivel del suelo. A medida que continúa el ascenso, les queda claro que él está muy cerca.Luego de un rato, hallan la cueva donde se cobija. Jorge está muy cansado y su cuerpo está cubierto por múltiples rasguños.

Lo colocan en una camilla y es conducido hasta el suelo, donde una ambulancia lo espera. “Mírale los rasguños, ¿no te parecen extraños?”, preguntó uno de los escaladores a Rosa. “Eso no importa: lo importante es que está vivo”, dijo ella más aliviada, y subió a la ambulancia.

(continúa)

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Oportunidad perdida

[Visto: 490 veces]

Parecía tan contento

con mi nueva situación,

viviendo acaramelado

día a día con pasión.

Disfrutaba como nadie

las delicias del presente,

hasta que el futuro siempre incierto

en mi camino se cruzó.

Me costaba ser yo mismo

invadido por las dudas,

ella quiso animarme poco a poco

pero su esfuerzo decayó.

Aturdido y acobarbado,

mil razones exploré,

y un mal día señalado

mis excusas le grité.

Ya no siento nada,

solo la oportunidad perdida,

de construir nuestro mundo,

un tiempo, una vida.

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Tiempo de venganza (capítulo cuatro)

[Visto: 514 veces]

(viene del capítulo anterior)

El tercer indicio fue sutil pero muy osado. Dos meses después de la revisión de la computadora, Eduardo volvía a su casa una noche. Tuvo la percepción de que lo seguían hasta su casa. Cuando bajó de su auto, un vehículo negro se estacionaba en la otra acera.

Como no quisiera que el conductor se confiara, subió hasta su departamento y miró, detrás de la leve cortina que cubría su ventana, el vehículo estacionado por un par de horas. Hasta que, sin señal de que saliera el conductor, encendían otra vez el motor y se iban de allí.

La misma escena se repitió durante los dos días siguientes. Al tercer día, movido más por la curiosidad que por su profesionalismo, se acercó al vehículo negro y golpeó en la puerta del piloto. “Hey, ¿qué pasa?”, dijo Ricardo abriendo la puerta.

Eduardo le preguntó que hacía allí. “No sabía cómo informarle de esta situación”, señaló Ricardo y le entregó una carpeta. En ella, se explicaba una situación de robo de información confidencial por parte del jefe adjunto y algunos de los analistas.

“No te preocupes, yo me encargo… y por favor, no te demores más días”, le recriminó Ricardo. Ricardo le comentó que lo hacía porque sentía que sus amigos analistas habían sido presionados por el adjunto. “Eso no te corresponde evaluarlo. Vete ya”, ordenó Eduardo con recargado fastidio.

(continúa)

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Disputa en Los Robles (capítulo quince)

[Visto: 528 veces]

(viene del capítulo anterior)

Lucho y Constanza volvieron hacia el pueblo. El celular de la muchacha sonaba constantemente dentro de su pequeña cartera. El joven le preguntó si acaso iba a contestar. “Lo haré cuando lleguemos”, respondió ella con cierta incomodidad.

Luego de unos minutos, Lucho estacionnó la camioneta en una cafetería. Ambos ingresaron en el local y pidieron unos cafés y hamburguesas. A pesar de que el celular siguió sonando, los jóvenes disfrutaron el lonche como si nada. “¡Qué bueno es tener este momento de libertad!”, señaló Constanza esbozando una amplia sonrisa.

Habían pasado ya más de media hora en ese lugar, y eso inquietó a Lucho; así que le pidió a ella su celular. Constanza se lo dió y él contestó brevemente: “sí, estamos en la ciudad… en la cafetería, al final del pueblo”.

“¿Por qué hiciste eso?”, preguntó la joven muy enojada. “Si quieres que sigamos vivos, es mejor mantener el perfil bajo”, respondió Lucho con una mezcla de prudencia y temor. A los cinco minutos, Rodolfo y González aparecieron en la otra camioneta.

(continúa)

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La cueva del duende

[Visto: 502 veces]

Jorge salió del campamento para escalar las formaciones rocosas cercanas. Sin embargo, el clima se había tornado un tanto hostil. Una estaca mal clavada y un pie tembloroso se combinaron con un fuerte viento, quedando de cabeza hacia el suelo. Sacó su chaveta y cortó la soga que lo sostenía, cayendo sobre una de las salientes.

Adolorido en la espalda, Jorge toma unos momentos para recuperar el aliento. Se da cuenta que el inesperado viento sigue arreciando, así que busca un lugar donde guarecerse. Encuentra a pocos metros una cueva que no había divisado antes, y se introduce allí.Aún jadeante, empieza a revisar sus heridas.

Se quita el polo y lo rompe en tiras para vendarse los rasguños más profundos y sangrantes. De pronto, empieza a oir algunos gemidos que provienen del interior de la cueva. “¿Hay alguien ahí?”, pregunta y los gemidos cesan. Inmediatamente escucha unos pasos que se acercan en tropel. Jorge lanza un grito que se ahoga en la extensión de las montañas.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo tres)

[Visto: 516 veces]

(viene del capítulo anterior)

Algunas semanas después, Ricardo ya se había acoplado desde su pequeño módulo al ritmo de trabajo de la empresa. “Aprende muy rápido y es conciso con los reportes”, le comentó el jefe adjunto a Eduardo, quien se mostró satisfecho con el muchacho.

Pero algo le preocupaba. A diferencia de sus otros analistas, había días que Ricardo permanecía media hora o una hora más. Intrigado por este segundo indicio, uno de esos días que se quedó hasta tarde, lo llamó a su oficina para preguntarle el por qué.

“Me parece que podemos mejorar los procesos de la información que recibimos, eso nos permitirá agilizar el análisis”, fue la escueta respuesta de Ricardo. Eduardo sostuvo que ya no había ninguna mejora qué hacer. “Sí, la hay”, respondió el joven y le mostró un informe sobre la forma en que él concebía su labor.

Eduardo hojeó el reporte y reconoció el esmero de Ricardo. Lo dejó salir de la oficina y llamó a su jefe adjunto. Quiso saber si en la revisión de la computadora del analista había encontrado alguna información sospechosa. “No, y no parece haber evidencia de haber borrado nada extraño”, señaló el adjunto.

(continúa)

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Laberinto del temor

[Visto: 509 veces]

Despierto sorprendido

en el centro del laberinto,

al que no sé cómo entré

y me agobia su soledad.

Avanzo paso a paso

por los senderos mudos y vacíos,

mis pies me duelen mucho

y mi cerebro ya se agota.

Resignado y exhausto,

me acerco a las murallas

de plantas tan altas,

que me niegan su calor.

Creyéndome aturdido,

descubro mi peor error:

siempre estuve allí

por el miedo de estar fuera.

Comprendido lo ocurrido,

me concentro en mi deseo,

cierro los ojos y digo:

“salir es lo que quiero”.

Abro los ojos y se ha ido

el laberinto del temor,

camino libre y de frente

hallando mi destino.

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Ecos desde Rasunia (final de temporada)

[Visto: 492 veces]

(viene del capítulo anterior)

El mar, que se había mostrado tan fiero en aquella noche, de pronto se tornó calmado. Tras dos días de búsqueda, se recuperó el cuerpo del capitán y algunos de los cristales. “Me apena que Colotto haya terminado así”, dijo Baker cuando se enteró por boca de los marineros de los extraños sucesos.

Él había despertado en la mañana luego que Yarod se apoderó de su cuerpo, y no lograba recordar que hizo el ente de Rasunia. Quiso ir a la habitación de Alejandro, pero le recomendaron que no lo hiciera. “Cerró su puerta con llave y ha estado hablando incoherencias”, le contestó alguien de la tripulación.

A pesar de la advertencia, se acercó hasta la puerta y tocó con los nudillos. Recibió como respuesta sólo unos agudos gritos que lo disuadieron de continuar allí. Regresó a su habitación y se concentró en leer algunos de sus libros, ya que el viaje expedicionario terminaría en otros dos días.

La noche siguiente, Baker se había quedado dormido con un libro en la mano, cuando el ruido de un estruendo lo despertó. Empezó a buscar entre sus cosas: no tenía los cristales rescatados. Salió en dirección hacia donde iban marineros. Alcanzó la cubierta del barco y se dio cuenta que Alejandro sostenía dos cristales, creando con ellos una columna de energía que ascendía hasta el cielo.

“Alejandro, ¿qué estás haciendo?”, preguntó Baker sin aún comprender. “No te engañes Yarod, soy Eufrocio… y esta es ¡la invasión!”, gritó el ente mientras se formó un portal de espacio-tiempo: la guerra vuelve a comenzar.

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