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Del laberinto de la choledad y el racismo en el Perú

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Transcribo aquí, dada la coyuntura actual en la que se entremezclan varios de los dramas del Perú, un artículo que publiqué hace ya unos 10 años. No tiene que ver con Derecho, pero sí con derechos y la necesidad de políticas públicas inclusivas. Ahí los dejo con el texto que me he permitido precisar en algunos aspectos:

 

 

El número 170 de la ahora desaparecida Revista Quehacer tuvo muy buenos artículos. Esta vez voy a referirme especialmente al que publicó el sociólogo Guillermo Nugent, aunque también al que publicó el psicólogo Walter Twanama, que tratan sobre temas afines.

Ambos autores señalan que la frase de Zavalita, el personaje vargasllosiano de Conversación en la Catedral, la famosa “en qué momento se jodió el Perú” simbolizaría el sentimiento de los grupos afectados por la cancelación del gamonalismo, según Nugent, o de “nuestros criollos”, según Twanama.

Nugent llama nuestra atención respecto al silencio actual de las Ciencias Sociales respecto a un tema como el gamonalismo que fue objeto de la crítica del mejor pensamiento del siglo XX e incluso del XIX; este silencio es más llamativo cuando se compara con la crítica severa de la derecha peruana del “fracaso” de la reforma agraria. Sin embargo, Nugent señala que el gamonalismo seguiría, de alguna manera vigente, pues hoy el concepto de chacra “ha recobrado su condición de sustantivo para referirse al espacio del abuso, del pasar por encima de los acuerdos y de las reglas. El estilo gamonal, justamente. Lo característico del gamonalismo no es la exclusión, como se obstinan en hacernos creer los informes de las instituciones multilaterales. Por el contrario, se trata de la proliferación de formas particulares de inclusión para evitar formas generales de inclusión. De esta forma, el universo social se compone de una serie de grupos que, según su posición en la balanza de poder, definen arbitrariamente los términos de inclusión. Es lo que familiarmente se llama ‘argollas’. Es no menos sintomático que en los debates se hable con más facilidad de las tradiciones autoritarias o del racismo, antes que de las argollas”.

Nugent, como se puede leer, señala que son esas formas específicas de relacionarnos las que hacen que “la solidaridad se convierte en sinónimo de complicidad y encubrimiento”. De ese modo, el mundo oficial está circunscrito al que el gamonal ve, pues todo lo que constituye esa zona denominada región posterior de la conducta no existe, es su chacra y lo que haga en ella, es cuestión que solamente le incumbe a él. Y es esto lo que explicaría los abusos, las masacres incluso de un Estado que, durante la década de la violencia política, cometió execrables delitos contra los derechos humanos de miles de peruanos. Rechaza la existencia del racismo, pues, por ejemplo, “si vamos al siglo XX vemos no uno sino al menos cuatro presidentes ‘étnicamente diversos’ respecto del ideal criollo: Sánchez Cerro (1930-1933), Velasco (1968-1975), Fujimori (1990-2000) y Toledo (2001-2006). El único aborrecido por la derecha conservadora es el segundo de los nombrados y no me atrevería a decir que por motivos racistas. De hecho, fue el único que le puso la mano encima al gamonalismo, y eso hasta ahora les duele”.

Como se ve, Nugent es de aquellos que niegan que la discriminación en el Perú se pueda explicar como producto del racismo. Así, él mismo plantea la siguiente interrogante y la absuelve: “¿cómo explicar la importancia que tienen el tono de piel y los apellidos en ‘la presentación de la persona en la vida cotidiana’? Se trata en efecto de tonos, no de razas, y sirven para definir quién es más y quién es menos, un rasgo fundamental en una sociedad jerárquica” (el resaltado es mío). Y esto lo sustenta, citando a Amy Chua, quien afirma lo siguiente: “Con la excepción de Argentina, Chile y Uruguay (donde desde muy pronto los pueblos indígenas fueron en buena parte extinguidos), la sociedad latinoamericana es fundamentalmente pigmentocrática. Se caracteriza por un espectro social con élites más altas, de piel más clara y sangre europea en un extremo; masas más bajas, más oscuras y de sangre india en el otro, y una gran cantidad de ‘cruces’ en medio. El origen de la pigmentocracia se remonta al período colonial”. Son esos diversos “cruces” los que determinan que en el caso peruano no pueda hablarse de racismo, sino de una sociedad jerárquica, en la que las relaciones se rigen por la subordinación antes que por la separación, que sería el signo definidor del racismo, al menos en sus variantes más conocidas. Sin embargo, aunque la separación pueda haber sido una realidad, ella no venía pura, sino que también se presentaba matizada con la subordinación, pues las elites requerían, por muy organizadas y autosuficientes que fueran, de, por ejemplo, sus esclavos. Del mismo modo, creo que el análisis que hace Nugent es muy interesante, pero pierde de vista que el gamonal si bien sustentó su dominación en un esquema de subordinación, antes que en el de la separación, no dejaba de recurrir a esta última. De ese modo, estaban los hijos oficiales y los no existentes, los no reconocidos, porque eran fruto de una aventura del patrón con la sirvienta y ese niño, por más que llevara la sangre de este, tenía el estigma (no solo el pigmento) de la raza inferior; es más, probablemente en la partida de nacimiento aparecería nítidamente el calificativo de “mestizo”.

En cuanto a este punto, me parece más realista el análisis que hace Tawanama (y me parece que, en el fondo, coincide con Nugent): “Hasta ahora hemos venido hablando de discriminación y racismo indistintamente, pero quisiera en este punto introducir un concepto que reemplaza mejor estos términos y es específica [sic] de nuestro medio: el choleo es la principal forma de discriminación y establecimiento de distancias y jerarquías entre los peruanos”, claro que “es sensible al contexto; hay formas de intercambio —como el comercio— que invocan menos la posibilidad de discriminar que otras, como el matrimonio”.

Este choleo tiene dos características para Twanama:

  • Cholear no es privilegio de un grupo: no es que unos cuantos peruanos tratan a los demás como cholos y por lo tanto como inferiores; no hay un grupo único que cholea; más bien, el fenómeno de marras recorre casi toda la población.
  • No hay un «cholo» puro, indudable, de acero inoxidable, preexistente al choleo. Normalmente, pensaríamos que alguien que no es cholo «cholea» a alguien que es «cholo». Pero, dado que casi cualquiera puede cholear a algún otro, parecería ser que, al contrario, el «cholo» se crea en la interacción.

Y esta nuestra peculiar forma de discriminación sería un racismo no peor, pero si más complejo que los otros racismos más claros y abiertos, pues en nuestro caso, así como choleas, también serás choleado.