La playa del miedo (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Luis y Juan contaron que habían llegado con un grupo de amigos a la playa esa mañana. Entre ellos, había una amiga suya, Sandra, que se había quedado fascinada con la playa. En la tarde, cuando ya iban a recoger las cosas para volver a la ciudad, se dieron con la ingrata sorpresa que no la veían.

Anderson sintió que debía preguntarles algo más, pero decidió que no era el momento. es dijo a los jóvenes que eso es todo y, mientras ellos se retiran, se queda pensando en las algas. Termina de redactar el informe y se lo presenta al comisario. El viejo jefe lee un poco pero se queda extrañado que el salvavidas no haya seguido con la búsqueda.

“Se ha hecho de noche y eso dificulta encontrarla”, se excusó Anderson con apatía. “Bien, pero espero que retomes las labores mañana temprano”, dijo el jefe y Anderson asintió. Se retiró y se fue a dormir pero no logró conciliar el sueño. “Mañana lo confirmaré todo”, se dijo interiormente y cerrando los ojos.

(continuará)

Pacto de necesidad (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Llegaron a la cola pero no tuvieron mucha suerte: sólo quedan entradas para una película de terror. Si bien César no tenía problemas en ver una, sí tenía la duda que fuera del gusto de Camila. “Sólo queda esta peli, si te parece…”, empezó a decirle cuando ella le respondió. “Sí, vamos a verla”, contestó ella con cierta ansiedad. César confió en la palabra de su amiga y compró las entradas.

Se dirigieron hasta la sala. Había tantas butacas vacías que prefirieron sentarse cerca de la salida por si el miedo fuera muy chocante. La película comenzó y observaron el espacio más oscuro que lo normal. La película transcurre sin sobresaltos. La ansiedad de Camila se ha desvanecido y César siente que, después de todo, ha sido una buena decisión.

De pronto, el asesino se esconde detrás de un arbusto. Su víctima camina por el sendero algo despreocupada. Quizá no se ha dado cuenta que comienza a oscurecer. Camila sí. Su ansiedad va en aumento. El asesino sale con cautela y avanza por detrás. Su víctima voltea de repente. El asesino se aprestar a dar la puñalada y…

Camila le está apretando el brazo a su amigo con sus manos muy firmes. “Tranquila Cami, ya pasó”, dice César pero ella oculta el rostro contra el brazo y no lo deja. Él decidió acariciarle su rostro y su cabello, hasta que sintió que ella se sintió un poco más segura. Camila levantó la mirada y lo vio con un poco de tristeza.

“Lo siento”, dijo ella apenada por lo sucedido. “No te preocupes amiga. ¿Nos vamos?”, dijo César y ella asintió. Los dos se pararon y salieron hacia la calle. Ella sintió algo de frío y sus manos tomaron el brazo de César. Esta vez la suavidad del gesto le hizo a César esbozar una sonrisa.

(continuará)

Te digo no

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No entiendo ya cómo me miras,

cómo la del lunes resulta ser

tan fastidiosa como la del viernes,

cómo esos ojos que se expresan

de pronto evaden sin rubor,

cómo esos oídos son sordos

cuando no quieren escucharme,

cómo esos labios que besan

mienten ahora por conveniencia.

Y por eso me sorprende tu insistencia,

me confunde tu histrionismo,

me arrebata tu necia perseverancia.

Y me hace preguntarme

para que quede constancia:

Para qué me pides que esté contigo

si ya ves que te conozco tan bien.

La playa del miedo (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

Anderson mira aburrido desde la caseta de vigilancia. La tarde se lo ha pasado viendo la playa sin que ninguna emergencia se hubiera presentado. “¡Qué tranquilidad!”, se dice para sí haciendo evidente su ánimo. De pronto, al caer la tarde, un par de jóvenes se aparece corriendo desde el sur de la playa.

“Ayuda, ayuda”, dice uno de ellos y Anderson les pregunta qué ha pasado. “Una amiga ha desaparecido”, respondió el joven y le pidió que lo siguiera. Sin dudarlo, el salvavidas corrió junto a los muchachos hasta la zona indicada. Ellos le señalaron cierto punto y Anderson pudo observar una tela blanca.

“Creo que es de su short”, dijo el joven cuando Anderson recogió la tela. Eso no le llamó mucho la atención, excepto porque a su costado encontró unas algas de un color verde muy oscuro. Como no recordara de dónde lo vio antes, se limitó a guardar la evidencia y le pidió a los jóvenes que lo acompañaran para asentar la denuncia.

(continuará)

Déjame ser libre

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¿Por qué no me dejas libre?

Si por un minuto de albedrío

tú tienes una vida entera.

Sigo sin entender

qué puedo haberte hecho

para tener que sufrir

esta larga condena.

Cuando dices que estoy equivocado,

yo debo disculparme;

y cuando veo que tú lo estás,

sólo creas tus explicaciones.

Hoy rompo esta cadena

que ya no me detiene;

hoy suelto este yugo

que ya no soporto.

Curaré mis heridas,

venceré mis temores,

caminaré en libertad

por otros amores.

El final del dilema (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Sixto pasó una semana en silencio. Había tomado ya una decisión, pero la cuestión eran las palabras. Sus sesos se estresan intentando formar las contundentes frases que terminen con su laberinto. Estaba en dicho pensamiento, cuando el timbre de su celular sonó con insistencia. Era Estela quien contesta del otro lado de la línea.

“¿Podemos hablar? Sí. ¿Este viernes? No. ¿Este sábado? Sí. ¿Por dónde vamos? En el parque frente a mi casa está bien. Ok”, esta fue la breve y cortante conversación que tuvieron entre ellos. No es que no quisiera ceder, para Sixto era importante sentir que tiene el control de la situación.

Aquel sábado, ella lo llamó temprano para decirle que iría como a las cinco. Él aceptó gustoso y se preparó para cuando llegue ese momento. Media hora antes ya se encuentra limpio y perfumado. Y antes que sea la hora, sale de su casa y se dirige al parque. Mira una de las bancas y decide que es bueno esperarla allí.

Unos minutos después, Estela aparece en el parque. Avanza a paso lento y la mirada un tanto perdida. “Hola”, dice él cuando la tiene cerca y ella le devuelve el saludo. “Pues quisiera saber qué pensaste sobre lo que te dije”, señaló Estela sobre volver a estar juntos. Su cara, algo inexpresiva, adquirió una dureza inusitada en Sixto. Inmediatamente Estela entendió que este es el final del dilema.

 

 

La playa del miedo

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La tarde empieza a caer en la playa. A pesar de ello, aún son varios los playeros que se han quedado en medio de la arena, embelesados por poder contemplar la hermosa puesta del sol que se esconde inexorable en el horizonte.

Algunos se miran las irritaciones que mañana serán rojizas manchas de un ardor insoportable. Otros revisan sus cosas y las colocan dentro de sus mochilas, listos para retirarse. Los demás buscan secas ramas que puedan utilizar para encender una fogata. Todos parecen tener un plan. Salvo una chica, quien se separa del grupo y camina discretamente hacia la izquierda.

No está preocupada en los demás, sólo en poder seguir una dirección dónde caminar. Lleva en sus manos una pequeña caja, de donde ha extraído un papel con un mensaje escrito. “Playa Silencios. Día sábado. Al caer el sol”, son las frases que encuentra pero que no termina de entender. Una sombra sigilosa se acerca detrás de ella.

(continuará)

Pacto de necesidad (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Aquel sábado, César demoró en alistarse. Había pasado tanto tiempo desde su última cita (porque esto se parece mucho a una cita, ¿no? pensó) que demoró varios minutos en encontrar una camisa que considere “decente” y un pantalón que le proyectara “personalidad”.

Y cuando se vistió, no estuvo conforme. “¡Huevadas! Me pongo lo que yo quiero”, dijo mientras se sacaba la camisa y la tiraba por el suelo. En ese ajetreo, se le pasó la hora y llegó a la casa de Camila como a las siete y media. Ella apareció con un polo bien suelto y unos jeans bien gastados. “¡Que bien amigo!, Veo que hemos coincidido”, comentó ella al verlo llegar con la misma facha.

Se rieron mutuamente por la feliz coincidencia y caminaron hacia la avenida. César pensó que en algún momento iban a dirigirse al parque cercano pero sus pasos los acercaron cada vez hasta el centro comercial. “Vamos al cine”, dijo Camila y él asintió con la cabeza. A lo lejos, parecía como si se formaran muchas personas para la función. “Hay que apurarnos”, señaló su amiga y comenzó a correr.

(continuará)

Vías separadas

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Ya no me quedan

más exigencias burdas

que pueda utilizar

para someterte inútilmente.

Lo entiendo ya

y no concibo

acortar la distancia

que hoy nos separa.

Quizá porque los motivos

nunca fueron suficientes

y las desventajas

surgieron de repente.

Están demás, por eso,

las explicaciones vanas

que el tiempo envejece

y la razón desarma.

Tu futuro es ahora

y más que eso, brillante,

pues no estaré ante ti

para ponerme adelante.

Camino aparte

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A veces me preguntas si estoy siendo lógico,

si acaso estoy exagerando

una respuesta ensayada

en una realidad alterada.

“Ha pasado tanto tiempo,

intentando encontrar mi rumbo,

pero no lo he hallado,

sigo profundamente perdido.

Hay sudor en mi ojos,

hay indecisión en mi pasos:

No camino sin tropiezos,

no avanzo sin dudas”.

Me preguntas qué quiero decir,

con respecto a nosotros,

con respecto al futuro,

en tan revisadas palabras.

“Sigue tu jornada

que no la seguiré,

hoy me aparto lo suficiente

para encontrar mi felicidad”.