El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo diez)

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(viene del capítulo anterior)

Diez para las doce, el hombre de la capucha negra sale del bar y se dirige hacia la procesión. El espía que cauto esperó desde la azotea de un hotel, se puso en alerta. “Síganlo”, se escucha que ordena por medio de su transmisor.

Al instante, hombres comunes entran en escena y se empiezan a camuflar con el gentío, siguiendo discretamente al encapuchado. Los feligreses avanzan hacia la zona sur de la ciudad, dando muestras de fervor a su paso.

Luego de unos minutos de andar el recorrido de la gente, el encapuchado salió de la manifestación y empezó a caminar hacia el este por una calle. En ese momento, los sicarios de El Mecenas se acercan al objetivo para no dejarlo escapar. Formaron un círculo alrededor de él y sacan sus revólveres. “¡Quieto ahí!”, lo conminaron a pararse.

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Los tiempos de Joel (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Joel rompió a llorar. En verdad, nunca había imaginado un cambio de actitud tan decidido en ella. Del mismo modo que no había estado consciente del cambio emocional que había ocurrido en su corazón. Y es que le dolía, le dolía demasiado.

Se dirigió tambaleándose hacia el balcón de su depa. La noche, tan clara y serena como no la experimentó antes, dejaba ver un cielo salpicado de estrellas. Él se sentó sobre el piso del balcón, al extremo izquierdo del barandal.

Con sus ojos contemplaba aquella hermosa vista cuando, de pronto, observó a un punto en particular. Divisó una estrella fugaz moviéndose de oriente a occidente. En su alcoholismo, se acordó del mito que rodea a estos celestiales objetos. “¡Quiero ser joven por siempre!”, exclamó Joel antes de derrumbarse.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo nueve)

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(viene del capítulo anterior)

Quinto previno a Jano diciéndole que los esbirros de El Mecenas lo habían estado rastreando en su huida, ya que descubrieron el pasadizo en la casa de su padre. El joven se quedó pensativo: ¿cómo es que su viejo amigo sabía eso?

Quinto, viendo el cambio de expresión en su rostro, le explicó su situación: él se había infiltrado en las huestes del líder criminal, y por eso contaba con cierto nivel de información. “Será un ataque rápido y despiadado”, habló con tono resignado.

Cuando Jano inquirió por las armas que el enemigo iba a utilizar, Quinto dijo desconocer su verdadero poder de fuego. Se limitó a repetir su frase desencantada. Preocupado, Jano le preguntó cuándo iba a ocurrir todo. “En la procesión de medianoche”, respondió Quinto apesadumbrado.

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La noticia inesperada (capítulo diez)

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(viene del capítulo anterior)

Ante la contestación de Luis, Darío retrocedió, atemorizado, un par de pasos. “Ya me voy”, dijo el niño y salió corriendo del baño hacia uno de los cuartos. El joven tardó en reaccionar que el pequeño se había ido pero, una vez recuperado de la sorpresa, fue detrás de él.

Salió del baño y, antes que pudiera entrar a uno de los dormitorios, chocó contra alguien y terminó sentado en el suelo. “¡Qué rayos!”, exclamó Darío ante el golpe. Miró hacia arriba y vio una mano extendida.

Era su tío, que lo ayudó a levantarse. “¿Por qué demorabas?”, le recriminó José con cierta dureza. “Lo vi”, respondió Darío emocionado, “vi al niño”.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

Avanzaron un largo trecho, primero, bajando escalinatas; después, el pasadizo ampliándose en suelo llano hacia la derecha, hasta que llegaron a un pequeño cuarto. Aunque rústico, se notaba cierto nivel de técnica en el excavado del ambiente.

“Bienvenidos a mi ‘cueva’”, volteó Quinto hacia los recién llegado, mientras cogía unas linternas y las encendía. Jano y los demás pudieron ver una mesa instalada en aquel lugar. Encima, había unos mapas a medio desenrollar.

Viendo que llamaban la atención, el de capucha gris extendió uno de ellos. Marcado con un círculo azul, aparecía un paraje de la zona sur de la ciudad. “Los lugareños la conocen como la Ruta de las Lágrimas”, dijo Quinto con tono solemne.

Para explicar el nombre, él contó que, en la guerra de conquista y una vez que el invasor derrotó al habitante indígena, los pocos sobrevivientes huyeron por esta senda que comunica con otras partes del valle.

“Al alejarse de su terruño, los vencidos lloraron durante la ruta”, terminó de narrar. “¿Y por qué has marcado ahora ese camino?”, preguntó Jano sin mucho entender. “Porque se viene otra invasión”, afirmó Quinto con los ojos perplejos.

(continuará)
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La noticia inesperada (capítulo nueve)

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(viene del capítulo anterior)

La curiosidad pudo más que el miedo y Darío caminó hacia el lugar de donde provenía la luz. La puerta, medio cerrada, separaba el baño del resto de la casa. Empujó la puerta, dejando que se ilumine el resto del pasillo.

Quedó sorprendido al ver, frente a él, al mismo niño de tez negra que lo miraba sin un ápice de temor. El joven se agachó y empezó a acariciarle los rulos ondeantes. “¿Cómo te llamas?”, le preguntó Darío con voz suave. “Luis”, dijo el niño dibujando una tierna sonrisa.

– ¿Estuviste hoy en la tarde?
– Sí, pero no me creen.
– ¿Quiénes no te creen?
– Mis papás.
– ¿Por qué? ¿Por qué no te creen?

La respuesta lo dejó desconcertado: “Dicen que no eres real”, dijo Luis.

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Los tiempos de Joel (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Si bien Joel tuvo algunos inconvenientes a la hora del arranque, el bólido recorrió a buen ritmo las frías avenidas. “Detente en la esquina”, le ordenó Sofía a un par de cuadras de su casa, “desde aquí sigo sola”.

Intuyendo la única respuesta que le daría, él estacionó su auto y apagó el motor. Como para que no hubieran dudas, primero ella bajó y, luego por la ventana, le dijo: “adiós”. El dolor que le quedó a Joel fue insoportable: dejó de trabajar, se descuidó en su aspecto y se dio a la bebida.

Uno de esos aciagos días que intentaba calmar con una borrachera, él abrió la puerta de su depa y se tropezó al ingresar. Mientras se levantaba, pudo apenas darse cuenta que había un sobre en el piso, el que probablemente dejaron cuando no estaba. Lo tomó en sus manos y le quitó el cintillo que ocultaba su contenido: era la invitación al matrimonio de Sofía.

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Los tiempos de Joel (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

“Esto no puede continuar”, rompió ella el silencio mientras las esperanzas se esfumaban. “¿Por qué?”, preguntó Joel atónito. Sofía exhaló un suspiro tembloroso antes de responder: “Porque me caso”. Para él, esto no parecía una gran sorpresa.

Sabía que Manuel era el enamorado de Sofía desde hace un par de años. También que, mucho antes que entrara en la vida de Sofía, ellos dos ya tenían relaciones, incluso cuando ella tuvo otros novios. “Él no es tan distinto a los otros”, ironizó Joel.

“Pero lo es”, ella afirmó resuelta. Luego, le confesó el motivo de su demora: había pensado en no ir con Joel esa noche. “¿Y por qué viniste?”, otra vez preguntó él con marcado desgano. “Porque quería despedirme”, dijo Sofía convencida.

Enseguida, ella comenzó a vestirse con sus ropas, obligando a Joel, cada vez más desconcertado, a hacer lo mismo. Salieron del cuarto, devolvieron la llave y fueron a la calle, donde los aguarda, incólume, el auto azul.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Vio a un joven delgado y medio bajito que vestía una capucha gris. En sus ojos se describía la sensación que todo estaría bien. “¡Quinto!”, se emocionó Jano y abrazó efusivamente a su antiguo aliado. Luego, les presentó sus amigos, pero Quinto se mostró parco con ellos.

“Hermano, tenemos que irnos”, le indicó el de capucha gris entrando al baño de varones. Una vez que verificó que estuviera vacío, empezó a golpear una a una las finas secciones de madera que formaban una de las paredes. Fue golpeando cada una hasta que oyó un sonido hueco.

Entonces, tomando esa sección con cuidado, la removió un poco hacia la izquierda, dejando paso a unas escalinatas interiores. Quinto tomó la antorcha que colgaba de un soporte circular y lo prendió con unos fósforos que tenía guardados. Mirella y Neto lo siguieron, mientras Jano se aseguraba de cerrar la pared por dentro.

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La noticia inesperada (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

Como le pareciera ver una silueta, el joven levantó rápidamente la cabeza. Sin embargo, estaba sólo allí. Pensando que el sol de media tarde había entrado por la ventana, minimizó el hecho. Aquella noche, antes de acostarse, se acordó de tomarse la medicina del doctor Rodríguez.

“Un par de tabletas cada noche”, leyó en la receta médica. Y así lo hizo: de un sorbo de agua, las dos tabletas pasaron por su boca. No pasó mucho tiempo y sintió un gran cansancio, por lo que se dirigió al cuarto que su tío había acomodado para ellos.

José aún estaba haciendo algunas cosas, por lo que la cama de la derecha estaba tendida. Darío entró en su cama, la del lado izquierdo, cerrando los ojos bajo el silencio hechizo de la noche.

Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando el calor de una luz lo obligó a levantarse. Miró hacia la cama de su costado: José dormía tranquilamente, ajeno a todo lo que podría suceder. Volvió la vista hacia la luz.

“Seguro que es la del baño”, supuso para sí el joven, creyendo que su tío la dejó prendida antes de irse a acostar. Iba a soñar de nuevo cuando, por el rabillo del ojo, una silueta cruzó la luz.

(continúa)
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