La playa del miedo (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

Anderson y el otro salvavidas se comunican con la policía. Después de un rato, el cadáver es levantado y los oficiales toman muestras de las evidencias y los testimonios de ambos. Unos minutos más tarde, Anderson entra a la oficina del jefe esperando saber sobre el futuro de la investigación.

“Que bueno que volviste, no hubiera podido admitir que tuvieras un fracaso”, le dijo el viejo hombre con cierta indiferencia. “Yo tampoco. Ojalá los resultados sean concluyentes”, respondió Anderson muy optimista. “No lo sé, hace un momento llamaron de seguridad del Estado. Ya no tenemos autoridad sobre el ahogamiento de la joven”, señaló el jefe tomando por sorpresa al salvavidas.

Anderson intentó replicar, pero el viejo lo detuvo. “Ya no hay nada más que podamos hacer. Vete a casa”, respondió el jefe mientras lo acompaña hasta la puerta de su despacho para que se pueda ir lo más pronto.

(continuará)

Pacto de necesidad (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

Son las siete de la noche y César aún se nota preocupado. Es verdad que ya se encuentra en camino hacia donde Camila. Lo malo es que ya ha salido hace más de media hora y, a pesar de haber conseguido asiento, el tráfico le carcome la paciencia.

“El reloj que avanza y este bus que no”, se lamenta César. El tiempo transcurre y él se siente cada vez más impotente ante la incómoda circunstancia. Mira por la ventana ansioso. Siente que si camina desde ese momento, podrá llegar a tiempo.

Se decide y baja del bus. Comienza a caminar con cierto apuro pero esperanzando en que verá tranquila a Camila. Así pasan varios minutos, en los que cree estar ya muy cerca, hasta que llega a la esquina y ve otra cuadra por pasar. “Creo que calculé mal”, se dice internamente, al tiempo que comienza a correr para llegar temprano.

(continuará)

Inesperado (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Abro mis ojos. No sé cuánto tiempo ha pasado pero aún me siento aturdido. Estoy echado en algo que parece un colchón, mas no es mi cama. Trato de incorporarme y no puedo. La espalda me revienta de dolor y tengo que echarme otra vez. Miro alrededor: es obvio que no me encuentro en mi habitación.

Trato de incorporarme de nuevo. Con algo mas de esfuerzo, casi logro sentarme. Percibo que una sombra parece estar cerca. Pierdo la concentración y caigo otra vez sobre el colchón. Entonces veo que ella se acerca.  Se trata de una joven. Una joven vestida sencillamente: me mira y me sonríe al notar que he despertado.

“Hola dormilón”, dice ella saludándome. “¿Quién eres?¿Qué quieres?”, son las frases que digo de forma automática. “Soy Alisa y sólo quiero que te recuperes”, es su breve respuesta antes de irse de la habitación por la puerta de madera. Aunque respondió mis preguntas, la respuesta me dejó insatisfecho; tan sólo quiero salir de allí.

(continuará)

La playa del miedo (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Anderson nada más hacia el norte, espera encontrar algo más que lo acerque a hallar más a la joven. En su recorrido, encuentra que en la zona crecen algas verdes oscuras, como las que vio la primera vez. Se detiene un momento para examinarlas cuando, por el rabillo del ojo, ve una sombra oscura que se aleja.

Anderson comenzó a nadar con mayor ímpetu pero la sombra negra fue más rápido y se alejó en cuestión de segundos. El salvavidas salió a la superficie y se dirigió a la playa. Allí, uno de sus compañeros lo espera con el rostro desencajado. “Qué bueno que regresas: tienes que ver esto”, le dice al verlo llegar.

Se dirigen hasta unas formaciones rocosas que se adentran en el mar. Anderson camina presuroso y se detiene de golpe. El cuerpo femenino yace tendido en la playa. “¿Qué fue lo que te atacó?”, le pregunta al cadáver, al ver la terrorífica expresión de su rostro.

(continuará)

Pacto de necesidad (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

César acompañó a Camila hasta la puerta de su departamento. Ella le agradeció por la salida. “¿Te parece si salimos otro día?”, le preguntó antes de que él se vaya. César contestó que sí y que le llamara la próxima semana para confirmarlo. La joven sonrió de nuevo y se sintió contenta al cerrar la puerta.

Durante la semana, a César se le nota un cambio de actitud. De lo calmado que había estado en sus estudios, de pronto se muestra muy ansioso ante la llamada que no llega a su negro celular. Distraído y aburrido, su mirada rehuye las páginas de los libros porque, por culpa de esa ansiedad, no los entiende.

Todo cambió cuando llegó otra vez el fin de semana: Camila lo llamó en la tarde y le preguntó si estaría libre esa noche. César respondió afirmativamente y, sin esperar un minuto más, recogió sus libros y anotaciones, los colocó dentro de su mochila y fugó de sus clases rumbo a su casa.

Sabía que ya eran las cuatro de la tarde y le quedaría poco tiempo si quería llegar a la hora acordada. “Con fe”, dice para sus adentros mientras para el bus y sube esperanzado pensando en la cara de Camila.

(continuará)

Inesperado (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

Alisa avanza por la calle. Su rostro inexpresivo oculto bajo unos anteojos oscuros no muestra la determinación con la que viene. En su mano, una bolsa de papel decorado parece llevar algo que parece un regalo. Llegando a una esquina, se detiene ante el semáforo. Mira el reloj en su brazo: son las seis y veinticinco.

Sabe que no queda mucho tiempo, pero no podría apurar el paso sin darse por descubierta. Qué va si acelero un poco el paso, piensa para sí, y se permite avanzar con mayor vigor. Su paso se vuelve más apresurado pero nadie más lo nota. Llega a tiempo al lugar donde todo ocurrirá.

Hace como que recibe una llamada y deja la bolsa detrás de un arbusto. Cuál autómata, se va alejando por el lado contrario de la calle. Nadie nota de su olvido. Vuelve a acelerar su paso, segura de su éxito. De pronto, mira que en sentido contrario, avanza una persona. Un joven no consciente de lo que está por venir.

Quiere ignorarlo. Sigue avanzando pero no puede. Sabe que no tiene nada que ver con lo que va a suceder. Detiene su paso y voltea pero no dice nada. Se queda a cierta distancia y ocurre la explosión. Entonces se acerca: el joven cae golpeado contra una puerta. Alisa va a recogerlo mientras él se va durmiendo.

(continuará)

Nueva aventura

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Me reclamas más de una vez

que no hago nada,

que pudiendo avanzar

ni siquiera hay un intento.

Tan sólo puedo decir

que muy poco me conoces

al comentar tan fácil

lo que sucede, lo que ves.

Cuánto me empeñe

en que me vieras,

cuánto más luché

porque aquí estuvieras.

Pero no comprendes lo que digo,

no lo aceptas o lo asumes,

seguro porque conmigo

no te convencían ni los perfumes.

Ya nada quiero saber

de tus inútiles reflexiones,

se estrellan tus emociones

en mi inflexible parecer.

No es que te vayas, es que me voy,

en una nueva aventura

para encontrar feliz fortuna

a partir del día de hoy.

Inesperado

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Son las seis de la tarde y nada parece ser especial en este ambiente. El aire de la oficina se siente viciado tras las ventanas cerradas que me protegen del frío. A mi lado, mi compañero se encuentra entusiasmo con la tarea que está terminando. “¡Excelente!”, pronuncia eufórico al escribir la última línea de su reporte.

Qué va, pienso yo, que me siento tan cansado de la misma rutina. De pensar que ayer fue igual. De pensar que mañana será igual. Que la semana y el mes entero se irán en lo mismo. En fin, que esto ya me gano, sin remedio. Seis y media, es la señal. Guardo mi tarea, apago la compu, guardo mis cosas, me despido de los que quedan.

Las escaleras silentes son las breves conocidas que me acompañan en este minuto de abandono. Sólo ellas soportan todo lo que pienso del día. Pero se van o, mejor dicho, las dejo atrás. Me toca salir por la negra puerta donde mi libertad me espera. O tal vez no. Tal vez es la entrada a otro espejismo que no quiero cambiar.

Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Camino, camino. Aligero el paso, camino, cruzo la calle. La misma monotonía que me lleva a casa. Ya queda poco para llegar al paradero. De pronto, un estruendo irrumpe en escena. Una onda expansiva que me alcanza directa. Y vuelo, y vuelo. Y voy cayendo, y chocó contra una puerta.

Trato de incorporarme pero no puedo. Mi cuerpo se siente destrozado y mis ojos apenas alcanzan a ver. Una silueta femenina parece ser. No puedo, el cansancio me vence. Y cierro los ojos, y sueño.

La playa del miedo (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Son las cuatro y media de la mañana. Anderson se levanta con renovados ánimos. Algo en su cabeza le dice que encontrará algo importante para el caso. Se dirige con otros dos salvavidas a inspeccionar los sectores de la playa aún no observados. Nadan primero hacia el extremo sur, pero luego de un par de horas no encuentran nada.

Dejan ese sector y se dirigen hacia el extremo norte. Al inicio ninguno de ellos encuentra algo relacionado con la joven. Sin embargo, Anderson se niega a darse por vencido. Nada un poco más al norte y para observar algo que llama su atención. “Regresa, no hay nada allí”, le gritó uno de ellos. Anderson no lo escuchó: sigue concentrado en su empeño de llegar hacia lo que ha visto.

Su compañero decide no dejarlo solo y nada para alcanzarlo. Ve que se aproxima hacia unas rocas y, luego de unos minutos, consigue llegar hasta donde Anderson está. Mira bien y encuentra que, encima de la roca, hay un trozo de tela. “Creo que es de la misma ropa de la chica”, afirmó Anderson y se puso a examinar los alrededores.

(continuará) 

Justo premio

[Visto: 408 veces]

Me he permitido tanto

vivir sin sentir,

opinar de forma tan vacía

y de olvidar causas ajenas.

Ha sido de forma tan cruel

mostrarte esa indiferencia

que optaste, cómo no,

por lo que era obvio.

Aún así he decidido

que marcha atrás no habrá:

lo hecho, hecho está

y no me daré ningún perdón.

Sólo seca ya tus lágrimas,

levántate y avanza,

demuéstrale a los tiempos

que es verdad lo que decías.

Que estoy equivocado

y que sigues adelante,

que te esfuerzas en lograrlo

y tu justo premio obtienes.