La visita blanca

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Probable que esta columna hubiera aparecido ayer, pero una desconexión fortuita por algunas horas me impidió escribirlo. Quién sabe, quizá era para poder disfrutar más de la compañía de mi madre.

Recuerdo haberles comentado algo de mi abuela Tensy hace unos meses, con motivo de su partida. Pues bien, hace un par de días me visitó. Es cierto que no la pude ver, pero eso no significa que no sea real.

El sábado, luego de una pequeña reunión con unos amigos de la universidad (festejando el término de los exámenes parciales), llegué a mi casa como a las dos de la mañana. Como comprenderán, estaba cansado y me quedé dormido encima de la cama.

Me levanté luego como a las seis, sólo para cambiarme de ropa y volver a dormir hasta las diez. Cuando me despierto por fin, mi sobrina se me acerca y me dice: “tu abuela vino a verte”. De primera impresión, yo pensé que se refería a la mamá de mi mamá, que duerme en el cuarto contiguo.

“No, monse”, me replicó la niña, “era tu abuelita Tensy”. Debido a la resaca, no le quise creer de inmediato. Pero mi sobrina contó que la había visto sentada en mi cama con un vestido blanco, tan blanco como el largo cabello que caía en sus hombros.

La vio abrigando mis pies y acariciándome el cabello con sus manos. Estuvo un rato así hasta que se percató que la niña la miraba, momento en el cual salió del cuarto, volvió a mirar por última vez y se fue en dirección a la escalera.

No hubo necesidad que me dijera más: mi corazón sabe que es cierto. Mi abuelita Tensy fue una mujer que no tuvo la fortuna de concebir. Aún así quiso mucho a mi madre y a nosotros como sus nietos verdaderos. Porque su amor es tan grande que ha vencido a la barrera de este mundo mortal.
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Preparándome pal lunes

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Poco es lo que sientes. Viendo con los ojos en medio de la oscuridad que se baña en luces multicolores, el cuerpo bailando casi por inercia, la risa desternillada provocada por una broma monse. Ya no te queda aliento, pero ni te inmutas porque poco sientes.

Fabi mira desconcertada la actitud de Enrique. “Kike, ¿cuánto has tomado?”, le pregunta haciendo muecas de desaire. Pero él no le hace caso. Son las tres de la mañana y quiere divertirse un rato más. Aunque no lo sienta.

Dos horas después, sin embargo, despierta y… ya no hay nadie. La discoteca está cerrando, las mesas están vacías y apenas una pareja en la pista, coreografiando una danza que poco importa. Levanta el brazo para ver el reloj. “¡Por las!”, exclama, levantándose de la silla con desgano.

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Tras 10 años escondido, Osama Bin Laden está muerto

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Finalmente, tras un paciente proceso de inteligencia que duró ocho meses, Osama bin Laden, el terrorista más buscado en el mundo, fue abatido ayer por un comando de militares estadounidenses, que lo sorprendieron en la mansión que tenía en la localidad de Abbottabad, al norte de la capital pakistaní, Islamabad.

Después de doce años de estar en la lista de hombres más peligrosos, Bin Laden cayó en un enfrentamiento contra un reducido grupo de infantes de marina (los Navy SEALs) que, en número de 20, ingresaron al edificio y dieron muerte al terrorista así como a otros tres hombres y una mujer usada como escudo humano.

Sin embargo, las suspicacias no han tardado en aparecer pues, a pesar del discurso del presidente Barack Obama, aún no se ha propagado evidencia fotográfica o fílmica del cuerpo de Bin Laden. Y es que, tratando de cumplir los ritos islámicos y para evitar una posible concurrencia al lugar de entierro, los restos del terrorista fueron lanzados al mar.

Con cautela, Obama señaló que “se había hecho justicia” para con las víctimas de los atentados financiados y planificados por Bin Laden, y llamó a “mantener la alerta” a los ciudadanos estadounidenses que viven en zonas conflictivas.

Esto último es lo más cierto: Bin Laden ya había dejado de ser la cabeza operativa de Al Qaeda, a pesar de mantener el liderazgo ideológico de la red terrorista. La guerra contra el terror aún está lejos de acabar pero, por un día, el mundo parece un lugar más seguro. Sigue leyendo

Los tiempos de Joel (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

Parado, mirando hacia el paradero, se encontraba Joel. Sobrio y sonriendo. Pero no era la visión de alguien de su edad, no: era el mismo Joel, tan joven como aquel día que lo dejó. “No puede ser”, se repitió Sofía mientras intentaba cruzar la pista.

Con mucho cuidado, dio los pasos necesarios para llegar al otro lado de la calle pero, cuando apenas los separaban un par de metros, Joel desapareció súbitamente, como si se hubiera esfumado en un recuerdo. Desconcertada, miró hacia uno y otro lado.

Sin saber qué hacer, las emociones la empezaron a dominar. Los latidos que golpeaban su corazón eran demasiado fuertes para ignorarlos, y entonces… Lo primero que vio al abrir sus ojos fue a un paramédico chequeando sus signos vitales al costado de una ambulancia. “Reaccionó rápido”, le dijo al verla levantarse.

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La noticia inesperada (capítulo trece)

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(viene del capítulo anterior)

Han pasado cuatro días desde que Rodríguez decidió aumentar la dosis para Darío. Los resultados han sido los esperados: en las mañanas ya no ve sombras, en las noches ya no siente luces encendidas. Y su tío se muestra muy feliz por ello.

Aunque el joven aún duda de la mejoría. ¿Será que de verdad el mitigante funciona o es solo el efecto adormecedor del mismo el que lo hace verse mejor? Levantarse por la mañana casi le parece un fastidio y acostarse es un tema recurrente.

Aquella cuarta noche lo único importante para él era abrigarse con la frazada, debido al enorme sueño que sentía, y no tardó en quedarse dormido. Luego de unas horas, empezó a escuchar unos susurros, como si le hablasen al oído.

“Despierta, despierta”, la insistente voz le repite sin cesar. “¿Qué pasa tío?”, responde el joven algo molesto. “No, soy Luis”, escucha decir a la infantil voz que, como resorte, lo levanta.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Las luces de la ciudad permiten una mayor visibilidad al avión que ya llegó al valle. El piloto llama por radio esperando confirmación de la orden. “Afirmativo”, responden del otro lado sin un ápice de duda. “Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda”, atina a reflexionar el copiloto mientras sale hacia la parte posterior del avión.

En tierra, la procesión se ha desenvuelto con normal lentitud al paso sereno de los fieles. Algunos, sin embargo, creen observar, en medio de la noche, una mancha que cae rápidamente. Un estallido ocurre a pocas cuadras de allí, luego un inusitado temblor en el suelo, luego gritos de pánico, luego el fuego…

Unos kilómetros alejados de la ciudad, Jano, Mirella y Neto contemplan entristecidos la desolación del ataque. “No hay esperanza”, Neto rompe el silencio con pesar. Entonces, Jano recordó a su compañero caído: “Quinto decía que siempre que existiera un encapuchado, habrá esperanza”. Luego, volvió a caminar hacia fuera del valle, mientras murmuraba: “No te defraudaré”.
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Los tiempos de Joel (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Sofía arregla unas rosas blancas en el florero. No lo hace con naturalidad, sino de forma casi mecánica. “Veinticinco años”, se dice para sí, y rompe a llorar. Veinticinco años, el tiempo que ha pasado desde que se casó enamorada de Manuel.

Un casamiento que creyó sería eterno, pero que poco a poco la relación se estancó en tontas discusiones y decayó en su fortaleza. Aún en el verano, las noches le eran frías. Sí, Manuel estaba en su cama, pero es una total indiferencia.

Si tenía la iniciativa para emprender proyectos, allí estaba él para recalcarle sinrazones. Una vida vacía, odiosa. Una vida que sólo llenaba con lo único bueno que le dio su casi ex esposo, sus dos hijos: Fernando, de veintidós, y Alexia, de veinte.

Sofía miró el reloj en su muñeca: son las diez de la mañana de otro jueves cualquiera. “Hora de ir a comprar”, recordó mientras elaboraba mentalmente la lista de cosas que necesita para el almuerzo. Coge las llaves y el monedero, saliendo presurosa.

Luego de una media hora casi eterna, finalmente pasa el último producto por la máquina registradora y paga la compra. Cruza la calle y llega al paradero. Está mirando hacia los ómnibus que vienen cuando, de pronto, su mirada se desvía al otro lado de la avenida. “No puede ser”, ella se sorprende y deja caer las bolsas.

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La noticia inesperada (capítulo doce)

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(viene del capítulo anterior)

Rodríguez recibe con afecto a Darío, a lo que el joven corresponde con algo de desconcierto. Se sientan y el doctor empieza a preguntar por los síntomas. “He tenido visiones”, empieza Darío muy seguro de sus palabras, “un niño negro que deambula por mi casa, que me habla”.

– Hablarte, ¿qué te dice?
– Que no soy real.
– ¿Qué no eres real? ¿Por qué lo diría?
– No lo sé, pero cuando quise preguntarle más, desaparece.

“Mi sobrino me contó que se metió en un cuarto, pero allí no había nadie”, intervino el tío para comentar el suceso. Luego preguntó para saber si iba a recetarle algo más. En ese momento, la mirada de José se tornó fija y penetrante hacia Rodríguez. “Doblaré la dosis”, señaló el médico, incómodo por la mirada.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo once)

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(viene del capítulo anterior)

El encapuchado no se movió y uno de los sicarios se apresuró en revelar su rostro: no era Jano. Ninguno de ellos sabía explicarse cómo un joven cualquiera había sido confundido con su mayor enemigo. “Lo perdimos”, comunicó otro por radio.

“Prepárense para el plan total”, ordenó la voz al otro lado. Algo alejado de ahí, Jano y sus amigos llegaban al inicio de la Ruta de las Lágrimas. “Tengo que volver”, dijo Quinto. En su rostro se veía la mirada de quien ya no va a regresar.

Se despidió por última vez de su viejo compañero de aventuras y volvió hacia la ciudad. Los tres empezaron a avanzar por el camino, cuando Mirella se percató de un ruido en el aire. “Aviones”, murmuró Neto al ver hacia el cielo. “Corran”, les advirtió Jano ante el inminente peligro.

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La noticia inesperada (capítulo once)

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(viene del capítulo anterior)

“¿Cuál niño?”, preguntó José con extrañeza. “Aquella sombra en la lavandería… y ahora en el baño”, se explicó Darío entusiasmado, “vamos”. Darío caminó con su tío hasta el baño. Le señaló que el niño había estado allí y que luego se dirigió a un cuarto.

Lo llevó a José hasta el cuarto a oscuras y prendió la luz. Nada. Tan sólo una cama tendida y sin ninguna perturbación. “Pero… entró aquí”, señaló Darío con su índice hacia dentro del cuarto. Su tío, incrédulo, le recriminó: “parece que la pastilla aún no te hace efecto”.

A la mañana siguiente, Rodríguez está sentado en su escritorio. Apenas si ha dejado sus cosas y empieza a sonar el teléfono en su consultorio. Levanta de forma rutinaria el auricular y pregunta desganado el repetitivo “¿aló?”. La expresión de su rostro se asusta al saber que José y Darío van a verlo.

(continúa)
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