Disputa en Los Robles (capítulo veinticuatro)

[Visto: 433 veces]

(viene del capítulo anterior)

Tras unos segundos de indecisión, los dos hombres se abalanzaron uno contra el otro. Rodolfo tomó la iniciativa y, con toda su corpulencia, pechó a Lucho, quien trastabilló y terminó en el piso. Lo golpeó en el suelo pero, antes que recibiera un golpe de gracia, el joven tomó un poco de tierra y la lanzó hacia la cara de su tío.

La sorpresiva treta hizo retroceder a Rodolfo, y esto aprovechó bien Lucho, que agarró moral y empezó a sacudir la cara del patrón con varios certeros y violentos puñetazos. Rodolfo cayó semiinconsciente y sangrante sobre el suelo.

Su mirada se fijó en el revólver que le había devuelto, lo retiró de la funda y apuntó hacia su tío, que aún se mantenía echado y jadeando en aquel lugar. Constanza, que se había quedado inmóvil junto a González, se le acercó corriendo y lo jaló de un brazo para que se fueran de allí. “Necesito verlo de frente, una vez más”, dijo el joven en tono firme e impasible.

(continúa)

Sigue leyendo

El viejo en la banca blanca (capítulo dos)

[Visto: 519 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un día volvía del colegio a la hora del almuerzo. Me sorprendí gratamente cuando Erik me abrió la puerta. “Hola niño, te estábamos esperando”, dijo él con ternura y tomó mi mochila. Yo le agradecí y me acerqué corriendo a abrazar a mi abuela.

Ella me saludó muy efusivamente y me mandó a lavar las manos. En el transcurso del almuerzo, los viejos amigos conversaban animadamente y sus ojos brillaban al recordar las antiguas épocas de sus años mozos.

“Pero fíjese usted señor, ¡eso ya no existe ahora! Ni respeto ni nada”, reclamaba mi abuela con total desaprobación, mientras el señor Erik repetía a cada vez “exacto, exacto” y movía la cabeza, en concordancia con su afirmación.

(continúa)

Sigue leyendo

Ansioso

[Visto: 406 veces]

Es así como vivo

cuando miro el tiempo

que avanza en el reloj,

si el bus se tarda

más de lo que puedo imaginar,

o en la espera frecuente

de tu distante encuentro.

Ansioso, así me siento,

procurando no mirar el reloj,

no desesperar más de la cuenta,

no reclamarte cuando llegas.

¿Será que el problema

no es el tiempo y sí soy yo?

A veces lo creo, y otras

sólo espero el momento que

segundo a segundo

mi ansiedad desaparezca.

Sigue leyendo

La cueva del duende (capítulo diez)

[Visto: 517 veces]

(viene del capítulo anterior)

Los tres escaladores corrieron hacia el sendero por donde habían entrado a la cueva, pero la criatura era muy veloz. “Sigan, sigan”, gritó el tercer hombre a Arturo y Rosa, y se quedó rezagado mientras tomaba en sus manos las estacas.

Decidido a frenar al duende Jorge, él lanzó una de las estacas. La criatura no vio venir la herramienta y su pierna fue atravesada por la estaca. El duende sintió un agudo dolor y vio cómo el escalador se mostraba decidido a enfrentarlo. “¡Me la pagarás!”, gritó Jorge totalmente enfurecido.

Mientras tanto, Arturo y Rosa, ingresaron por el sendero. Luego de unos pasos, los gritos desgarradores de su amigo tocaron la fibra sensible de Rosa, quien quería volver a ayudarlo. “Es muy peligroso: Jorge es muy fuerte, pero creo saber cómo pararlo”, señaló Arturo y continuaron hacia la salida.

(continúa)

Sigue leyendo

Disputa en Los Robles (capítulo veintitrés)

[Visto: 507 veces]

(viene del capítulo anterior)

Rodolfo le preguntó hacia dónde se dirigían. “Ya lo sabrás”, fue la breve respuesta de Lucho y siguió conduciendo, hasta llegar a la hacienda. Apenas notó su presencia, González abrió el portón y los dejó pasar.

“González, ¡ayuda, ayuda!”, gritó Rodolfo a ver pasar a su capataz. Entonces notó que no le hacía caso y cayó en cuenta que era cómplice de su sobrino. Sintiéndose abandonado, él se desmoronó en el asiento, esperando que Lucho hiciera su siguiente paso.

“Llegamos tío”, avisó el joven. Apagó el motor y bajó de la camioneta. A su vez, Rodolfo también salió y vio que se había estacionado junto al establo. Lucho condujo a su tío dentro del mismo y lo puso frente a él. Allí los esperaban Constanza y González, quien cargaba un arma.

Una vez allí, Lucho dijo que quería proponerle algo. “Quiero una pelea justa, a puño limpio: si yo gano, liberas a Constanza y a González”, afirmó el joven. Rodolfo preguntó qué pasaría si él ganaba. Lucho le entregó el revólver y señaló: “haz lo que tengas que hacer”.

(continúa)

Sigue leyendo

El viejo en la banca blanca

[Visto: 491 veces]

A veces me pregunto qué es lo que el viejo Erik me hubiera dicho ante mis problemas presentes. Es verdad que, cuando estoy frente a su tumba, dejo que escapen algunas palabras. “Hola viejo amigo, ¿cómo te va?”, comienzo siempre en cada visita donde él aguarda ya tranquilo, sereno.

Y mis lágrimas se sueltan libres al recordar que no siempre fue así. Que hubo una época donde ambos podíamos vernos las caras: yo saliendo de la casa de mi abuela, rumbo a la panadería, y él sentado en una de las bancas blancas del verde parque.

“Muchacho, ¡qué bueno verte!”, dijo el hombre al verme llegar hasta su lado caminando con mi bolsa de pan. Y nos quedábamos conversando cinco o diez minutos hasta que sintiera que se enfría el pan. Entonces, yo me despedía apurado mientras él se reía y se reía.

(continúa)

Sigue leyendo

La cueva del duende (capítulo nueve)

[Visto: 488 veces]

(viene del capítulo anterior)

Al llegar, encontraron una escena extraña: sobre un altar de piedra, Arturo estaba echado, inconsciente, mientras una criatura peluda y de color verde está encima de él. “Fuera monstruo”, gritó uno de los escaladores al ver la amenaza contra su amigo.

“¿A quién le has dicho monstruo?”, escucharon una voz potente y amplificada por la estructura de la cueva. La criatura, que había mantenido su rostro agachado, alzó la mirada. Y vieron lo que era imposible: Jorge es esa criatura.

“¡Nadie me llama así!”, gritó  la criatura y se abalanzó sobre el escalador. Con toda la fuerza de sus extremidades, Jorge dominó a su contrincante y ferozmente lo hirió con sus garras. Finalmente, hundió su brazo en el pecho del escalador y le extrajo el corazón.

Vio los ojos del hombre perder su brillo y se comió el órgano vital. Volteó la vista hacia el altar, pero ninguno de los otros tres estaba allí. “No se escaparán”, dijo Jorge y se lanzó en su búsqueda.

(continúa)

Sigue leyendo

Un buen amigo

[Visto: 678 veces]

Sentado en la barra

espero a mi amigo.

No lo veo tal vez ocho

o quizá diez años,

ni sé siquiera si vendrá.

Él me ofreció buenos momentos,

yo sólo devolví atrasos,

olvidos y caras largas.

Fui torpe y descuidado

para con mi amistad:

Siempre tan lejos

y tan poco dado a escucharlo.

Pensando en todo esto,

sentí una mano sobre mi hombro:

Era él y nadie más,

era él y su amplia sonrisa,

que hacía que borrara

todo mi pasado absurdo.

Una ronda de cervezas

en recuerdos nos hizo navegar.

En un ¡salud! borró mi tristeza

y en un ¡salud! amplió la alegría.

Sigue leyendo

Disputa en Los Robles (capítulo veintidós)

[Visto: 475 veces]

(viene del capítulo anterior)

La camioneta avanzó durante un buen trecho por la carretera. Rodolfo, que iba en el asiento de atrás, le pidió al conductor que acelere. “Este es el momento”, pensó Luis quien, desde el asiento del copiloto, esperaba hacer su movida.

A cien por hora, el joven apuntó con su arma al conductor. “Disminuye la velocidad o disparo”, lo amenazó. “¿Qué estás haciendo?”, preguntó Rodolfo intrigado por su maniobra. El conductor dudó unos segundos pero, al notarlo tan decidido, redujo la velocidad.

Una vez que el conductor se situó a un costado de la carretera, Luis le ordenó que bajara del auto. Inmediatamente, cerró la puerta y arrancó otra vez. Mientras conducía, aprovechó para hacer una llamada de su celular. “Listo, ya voy en camino”, dijo y miró por el retrovisor a su tío, que seguía sin entender nada.

(continúa)

Sigue leyendo

Tiempo de venganza (capítulo final)

[Visto: 512 veces]

(viene del capítulo anterior)

Sostenido apenas por sus brazos, Eduardo escuchó una voz. “O te lanzas a ese hueco o miras cómo te disparo entre los ojos”, dijo el hombre de pie. Eduardo no tuvo dudas al oir esas palabras: era Sergio, alias Ricardo Cornejo, quien así lo amenazaba.

“Si sólo te hubiera encontrado”, respondió Eduardo esforzándose por sostenerse. “Pero no lo hiciste y ese fue tu error”, señaló Sergio con voz muy segura. El silencio se apoderó unos segundos de ese espacio antes que Sergio le preguntara si ya había tomado su decisión.

Entregado a su dolor, Eduardo levantó su cabeza y lo miró con furia. Allí estaba el joven, tranquilo pero triste, sí, ya sin lágrimas que derramar. Eduardo oyó el revólver dispararse… y no pudo ver más.

Sigue leyendo