Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

Los dos lados del espejo (capítulo 4G)

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(viene del capítulo anterior)

Abrió los ojos. Era ya de día, pero Bruno G seguía con su mente en anoche. “¿Es cierto que esto…?”, se interrumpió al descubrir que la cabeza de Leslie se apoyaba contra su pecho. Sonrió de sentir esa extrema alegría que nunca antes había experimentado. Y ella se despertó, quizá porque los latidos del corazón de quien creía su novio se habían acelerado. “Hola”, se dijeron ambos mirándose cómplices. De pronto, cuando volvían a acariciarse, golpes de nudillo sonaron en la puerta.

“Mi madre”, exclamó Leslie tratando de vestirse. Bruno, movido por la inercia, se clocó la ropa interior y recogió todas sus demás prendas, abrió un ventanal del cuarto y saltó hacia el jardín. La desesperada huida lo había dejado con algunas magulladuras en los brazos y piernas, pero con la seguridad que el alma entera estaba rebosante.

En ese estado de semiinconsciencia estuvo todos los siguientes días: no dejaba de compartir algún momento con ella, ya sea para pasear, ir al cine, leer un libro e incluso alguno tan trivial como buscar información en una computadora. Fue en una de esas ocasiones en que, tras mirarla a ella mientras actualizaba su e-mail, que volvió su cara a la máquina y vio lo imposible: un mensaje que provenía de su cuenta, pero que no recordó haber escrito.

“Sabes bien que el mundo en que estás no es la vida que te corresponde. Disfruta mientras puedas que pronto serás devuelto a tu realidad”, decía el escueto y amenazador mensaje. Bruno se quedó helado. Leslie se le acercó: “¿qué te ocurre? Estás pálido”. Él lo negó, tapando el mensaje para que ella no lo viera. “No te preocupes”, le dijo para que volviera a su sitio. Una vez que se alejó, Bruno empezó a teclear la respuesta…

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Los dos lados del espejo (capítulo 3G)

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(viene del capítulo anterior)

Leslie abre la puerta y no encuentra a nadie, salvo el arreglo floral que habían dejado. Se aprestó a pasarlo adentro, cuando unos arbustos sonaron. “¿Quién anda ahí?”, preguntó algo temerosa. Una silueta salió detrás del jardín y empezó a correr. Leslie lo reconoció: “Bruno, espera”. Bruno G se detuvo.

Ni siquiera sabía bien por qué razón, pero en su corazón cierto sentimiento paró su marcha. Leslie se acercó y lo abrazó con ternura. Bruno, ya un tanto embobado, empezó a juguetear con la cabellera de Leslie y, cuando ella levantó la mirada, le dio un beso que le pareció eterno.

El joven quedó un poco extrañado por su comprensible pero inusitada actitud. Luego de unos segundos, retrocedió su cara y esbozó una leve sonrisa, mientras pensaba cómo rayos había sucedido aquello, eso que en su mundo nunca logró que ocurriera, y menos con una chica tan linda. Ella lo miró de nuevo y tomándolo de la mano le dijo “¿vienes?”. Intuyendo que la noche sería larga, Bruno la siguió…

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Los dos lados del espejo (capítulo 2A)

[Visto: 981 veces]

(viene del capítulo uno)

Bruno A despierta pero no se levanta. La dureza del golpe es tal que prefiere mantenerse echado un rato y se queda mirando la soga sobre la viga de su cuarto. Cuando finalmente se incorpora, una tristeza enorme se apodera de él al descubrir que no tiene ya opción de sorprender a Leslie.

Se mira otra vez en el espejo, las ropas dark que nunca fueron su estilo, el cuarto se nota tan gris y las cortinas que cubren las ventanas lo incomodan profundamente. De la rabia, arranca el pesado cortinaje, patea la cama y tira los amuletos que encontró en los cajones de la pequeña cómoda.

Luego se sienta abrazado a sus piernas y con la cabeza gacha. empieza a ponerse introspectivo. “¿Por qué estoy aquí? Esto no debería ser así”. Se repite la misma frase en el silencio de la habitación hasta que es roto por un golpe en la puerta. “Bruno, abre”, se escucha la voz de mujer al otro lado. Él se niega. “Me voy a colgar”, grita, mientras se coloca la soga al cuello. La puerta se abre con violencia…

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Los dos lados del espejo (capítulo 2G)

[Visto: 907 veces]

(viene del capítulo uno)

Bruno G despierta luego de un rato. El golpe ha sido tal que la cabeza le duele horrores. Aún sigue sorprendido de verse con ropas tan fichas y la carta de amor que, a pesar de tener su letra, él no escribió; así que tarda en darse cuenta que el celular suena en su bolsillo. “Oye, ¿dónde andas? ¿por qué demoras?”, se escucha la voz de una joven. “Ya voy”, contesta simplemente, sin entender bien del todo.

Está bajando del cuarto hacia el primer piso por la escalera cuando otra vez suena el aparato. “Hey man, ¿por qué no recogiste las flores?…”, Bruno G abre la puerta, “estoy abajo”, termina César de decir, cara a cara con su amigo. “Me quedé dormido, sorry”, es lo único que atina a pronunciar. César le pregunta si se siente bien. “Bien, como siempre”, responde Bruno. “Qué bueno, porque me pareció que estás algo pálido”, dijo el otro.

Bruno pregunta por qué las flores. “Ya veo, estás nervioso”, afirmó el amigo, “son para Leslie… y no te olvides, te espera en el 621, la casa verde”. “Ya man, tampoco me olvido de todo”, trató Bruno de ocultar su ignorancia. Sin mucha convicción, tomó las flores y empezó a correr un par de cuadras antes de darse cuenta que “¿y por qué corro?”. En su mundo no había tenido ninguna enamorada y ahora se desesperaba por una desconocida. Caminó tres cuadras más y vio la entrada. “621”, leyó mientras tocaba el timbre. Unos segundos después, la puerta se abrió…

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Los dos lados del espejo

[Visto: 977 veces]

Bruno –“el alegre”- se encuentra en el escritorio de su cuarto, escribiendo con lentitud, casi dibujando aquellas letras que asomarán en la carta que le dará a Leslie junto con la sorpresa que le entregará esta noche de luna llena…

Bruno –“el gris”- finalmente escribió con rapidez las últimas palabras de su nota de suicidio. Coge el banquito y lo coloca perpendicular a la alta viga de su cuarto. Lanza la soga por encima del madero y lo asegura. Ha probado ya la medida bajo la luz de la luna llena y sólo espera que llegue la hora…

Bruno A se apresta a salir, cuando su mirada se desvía hacia el gran espejo oval. Se acerca y no puede creer lo que está viendo… Bruno G. va a subir al banquito pero sus ojos se posan sobre el gran espejo oval y se dirige hacia él. Porque hay un nítido resplandor que proviene del mueble.

Bruno A y Bruno G ponen sus manos sobre su superficie. De pronto, las manos se hunden y los jóvenes tropiezan. “¿Qué es esto?”, se pregunta Bruno A mirando la soga sobre la viga en el ambiente gris.”No entiendo”, se afirmó Bruno G al descubrir que la carta que sostiene no es la nota de suicidio que escribió.

Ambos vuelven su vista hacia el espejo, mirando con extrañeza a su gemelo del otro lado del espejo pero con los destinos cambiados. Apesadumbrados, cada uno corre contra el portal, que ya perdió su resplandor, y el choque es durísimo. El espejo se rompe en cada uno de los lados, saboteando su intento de volver.

(continúa en capítulo 2G)
(continúa en capítulo 2A)
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Doble secuestro (capítulo final)

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(viene de la parte siete)

Cumplido el plazo que Simple había dado, Simple decidió hacer la llamada. Los padres de Coco le confirmaron que ya tenían el dinero. “Bien, ahora trasladarán todo hacia el sur, no avisen a la policía y dentro de cinco minutos les diré el lugar exacto de la entrega”, terminó la comunicación. En el preciso instante que cerró el celular, la onda expansiva lo tiró al suelo junto con sus cómplices, dejándolo medio aturdido.

Cuando empezó a oír el rápido avance de los agentes, mandó a Equis y Uno a cubrir la entrada por la escalera, mientras él se dirigió hasta un exhausto Coco, lo desató y se quitó el pasamontañas… “¿Beto?”, lo reconoció Coco de inmediato. “Creí que estabas muerto… ¿Por qué estás haciendo esto?”, dijo el secuestrado con una mezcla de pavor y extrañeza. “¿Por qué? ¿Y tú preguntas por qué?”, respondió Beto furioso.

Las ráfagas mortales venían por el frente y la resistencia de Uno y Equis, aunque dura, no estaba destinada a durar mucho. Equis cayó fulminado en medio de la escalera, y Uno seguía defendiéndose como podía con su arma. “No me dejaste otra opción”, gritó colérico Beto, “si tan sólo te hubieses decidido a estar conmigo, nada de esto habría pasado”. Finalmente, el pecho de Uno fue atravesado por las balas y los agentes ganaron el segundo piso.

Beto se colocó detrás de Coco. “Alto al fuego, rehén en peligro”, avisaron los agentes empuñando seguros sus pistolas. El fuego cesó mientras Beto amenazaba: “si se acercan, lo mato”. Coco rogó a Beto que se detuviera, que terminara con dicha insania. Entonces, la bala del francotirador atravesó la última ventana en pie destruyéndola. Beto apenas si vio la bala venir a posarse a un lado de su cráneo, al tiempo que intentaba un último pensamiento…

[Este no fue un secuestro… Este fue un doble secuestro… Uno fingido y uno real… Pero también uno externo y uno interno… El externo es el que ocurrió… El interno es el que me sofocó… Porque ocultarse las verdades que uno tiene… Es como secuestrarse de la realidad… Y no querer entender lo que pasa… También es un secuestro… Porque, Coco, sólo en el entendimiento… Se es libre para aceptar… Adiós Coco…] Sigue leyendo

Doble secuestro (penúltima parte)

[Visto: 962 veces]

(viene de la parte seis)

Coco llora. Sigue sin poder entender quién o quienes están detrás de su secuestro: no tenía problemas con su familia, tampoco con sus amigos. “No lo entiendo”, sigue repitiéndose entre sollozos mientras en su pensamiento aparecen las caras de sus amigos caídos. Luego, de una espera prolongada, la puerta de la cocina se abre nuevamente. Un tercer enmascarado sale junto con Equis y Uno y se para frente al rehén.

“¿Y quién eres tú?”, pregunto el joven con tono furioso. “Llámame Simple, aunque eso no interesa”, dijo el desconocido. Con voz firme aunque calmada, fue raro que reconociera que había sido un error que Julio terminara muerto. “Lo importante es que cooperes, ahora que ya sabes las consecuencias”, dijo el desconocido. Acto seguido le dio el celular para que llamara a sus padres.

Como Coco se negara, Simple le apuntó a la sien y preguntó de nuevo: “¿Llamas?”. Coco estaba aterrado, marcó el número y les avisó a sus padres la tensa situación en que estaba. Alejando el aparato del joven, Simple explicó: “dentro de dos horas volveré a llamar y quiero que tengan el dinero”. Cortó y mandó a Uno a que trancara la puerta principal.

Una hora más tarde, el capitán Gómez y su equipo arribaban a la zona. La policía del lugar, con mucho sigilo, había penetrado en los alrededores. Una casa frente a la secuestrada era el punto de reunión de las autoridades responsables. Los datos también estaban a la orden, tal vez dos o tres sospechosos, y probablemente 5 rehenes. Los disparos de hace un rato fueron señalados y el extraño movimiento de un enmascarado hacia la puerta principal.

El contacto con los familiares de Coco no se había perdido pero no sabían cómo utilizar eso a su favor. Vinatea sugirió que les dijeran a los padres del joven que confirmaran el dinero, utilizarían ese tiempo para distraer a los plagiarios mientras comenzaba el operativo. “Hecho”, aprobó Gómez, “tú y Machado comandarán la entrada”. Mientras sus agentes se preparaban junto con los otros integrantes del escuadrón, el capitán pidió un rifle. “Esta locación es buena”, indicó Gómez posicionándose como francotirador.

Cada minuto que pasó hasta esa llamada el silencio imperó. Una vez que los hombres encargados de la interceptación dieron el visto que se realizaba la llamada, Gómez anunció: “Procedan”. Machado y Vinatea ganaron la puerta y verificaron que estaba trancada. Pidieron una carga explosiva. Se alejaron un poco y la detonaron. La onda expansiva destrozó algunos vidrios de la sala.

El fuego graneado empezó a abundar mientras los agentes entraban por la cochera. Subieron por la escalera y apuntaron al sospechoso. Éste se encontraba detrás de Coco y lo amenazaba con su pistola. “Aléjense”, gritó el sospechoso sin el pasamontañas. “Basta, Beto, ¡basta!”, gritó Coco atemorizado. Una bala del francotirador atravesó la sala…

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Doble secuestro (parte seis)

[Visto: 930 veces]

(viene de la parte cinco)

El capitán Gómez, sentado tranquilo en su escritorio, no imaginaba el repentino alboroto que venía. Vinatea entró de pronto en su despacho y le hizo saber la mala noticia: “Acaban de llamar los padres del chico secuestrado”. Contó que los plagiarios habían pedido un millón de rescate y que cada tres horas matarían un rehén si no le entregaban el dinero.

“Además, el carro que buscamos ya apareció”, agregó para indicar que el joven estaba en el mismo lugar que el auto. “La policía en el sur recibió un anónimo”, finalizó. “Llama a Machado y Cabrera, que vayan armados”, señaló Gómez, “el operativo va a comenzar”.

En la casa de playa, las tres se hicieron eternas. Equis consultó su reloj y decidió marcar el número de los padres. “Y bien, ¿tienen el dinero?”, preguntó algo sereno. Sin embargo, paulatinamente, su rostro acabó en una desesperada mueca al escuchar la negativa. “¿Acaso no entienden que la vida de su hijo está en mis manos?”, terminar por gritar furioso. Cerró el celular un momento y le ordenó a Uno que fuera al cuarto.

Su secuaz sacó a rastras a uno de ellos. Era Julio, quien estaba con las manos amarradas detrás de la espalda y un trapo en la boca. Llamó de nuevo y gritó: “¡Escúchenlo!”. Julio se identificó y empezó a pedir ayuda. Coco no lo podía ver porque su silla se encontraba de espaldas a su amigo, pero se agitaba desesperado. “¡Déjenlo, déjenlo!”, trató de defenderlo.

Pero Equis ya lo tenía decidido y, apuntando a Julio, disparó dos balas que aniquilaron su cráneo. “El próximo es su hijo”, y cortó la llamada. Coco empezó a llorar amargamente: “¿por qué?”, le inquirió a su plagiario. “Esto no se suponía que fuera así”, fue lo único que dijo el asesino. De súbito, el celular empezó a sonar y la misteriosa voz del otro lado dijo: “Vengan”. Equis y Uno cerraron tras de sí la puerta de la cocina.

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Doble secuestro (parte cinco)

[Visto: 941 veces]

(viene de la parte cuatro)

Pasaron muchas horas antes que Coco se despertara. Al volver en sí, la cabeza le dolía horrores y sentía que no podía mover las manos. Demoró un tanto en abrir bien los ojos, pero escuchaba las voces a su alrededor. Sintió que no podía moverse, y es que estaba atado a una silla y ante el calor solar que llenaba la atmósfera. Finalmente, pudo observar una sombra que se acercaba.

“Miren quién despertó”, habló con ironía el primer desconocido. Enseguida apareció el segundo, quien le ordenó al otro que fuera al cuarto de los rehenes. Para Coco, significaba mucho oír eso. “Soy Equis”, se paró el que aparentaba ser el líder, aunque la expresión en su rostro parecía algo nerviosa. “¿Qué quieres de mí?”, inquirió Coco con voz baja.

El secuestrador le explicó que él y sus compinches no estaban allí para hacerles daño: “Sólo queremos algo de tu dinero. Y si cooperas, te dejaremos libre a ti y tus amigos”. Preguntó Coco que harían si no aceptaba. “Cada tres horas, uno a uno morirán por tu culpa”, sentenció Equis. “No te creo”, señaló el joven. Equis avisó a Uno que abriera la puerta de la cocina contigua.

Entonces Coco pudo ver en el piso las piernas y los zapatos tan familiares de un hombre muerto. “Es una pena pero tu amigo se resistió más de la cuenta”, afirmó Equis cerrando la puerta. “¡Mataste a Beto!”, gritó furioso Coco. “Sí, y los otros continuarán si te niegas a cooperar”, espetó Equis para luego agregar con un celular en la mano, “¿quieres hacer la llamada?”.

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Doble secuestro (parte cuatro)

[Visto: 996 veces]

(viene de la parte tres)

Como vivía cerca, dejaron a la compañera de Beto en la puerta de su casa, mientras que Vero y su otra amiga habían decidido pasarla más tiempo con los muchachos ya que el plan era volver con ellos a la ciudad. Llegaron a la casa de Julio, derramando desternillantes risotadas en medio de balbuceos por hacerse entender mientras subían en constante zigzagueo por la escalera que daba a la cochera.

En tanto que Beto cerraba la entrada del garaje, los otros cuatro alcanzaron los sofás de la sala, tomaron un breve aliento y empezaron a mirarse extrañados. “¿Y ahora, qué hacemos?”, preguntó Vero con tono seductor. Coco no tenía forma de pensar mucho así que empezó a besarla con alcohólica pasión. Treinta segundos después, Coco dijo “vamos adentro”, y se la llevó del brazo hacia el cuarto de la derecha.

Al alejarse, observó cómo Julio seguía su ejemplo y no perdía mucho tiempo en convencer a su acompañante con lentas caricias. Ya en el dormitorio, Coco y Vero se dejaron caer sobre la cama en medio de roces, besos y la ropa que volaba. Sin embargo, discretamente parado ante la puerta entreabierta, una silueta miraba lo que ocurría dentro. Tan sólo estuvo unos segundos y luego se alejó.

Afuera de la casa, dentro de un auto con lunas polarizadas, un celular empezó a sonar. Un tipo fornido, cuya cara estaba cubierta con un pasamontañas, contestó: “ya es hora”, habló la misteriosa voz al otro lado de la línea. Apresurándose para que el primer albor del día no los descubra, él y dos encapuchados más, armados con pistolas y municiones, bajan del vehículo y se dirigen a la puerta principal.

Uno de ellos abre la puerta de una sola patada, y corren por la cochera hasta subir por la escalera. Los muchachos se han percatado del sonido de la puerta forzada pero no están muy conscientes. “¿Qué sonó?”, inquirió Vero. “No es nada”, respondió Coco, sólo para ser sorprendido al segundo siguiente: alguien le tocó en el hombro y, cuando quiso voltear a ver, un golpe seco lo dejó privado.

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