Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

Proyecciones macabras (capítulo nueve)

[Visto: 890 veces]

(viene del capítulo anterior)

El funeral de Sotomayor fue sobrio y breve. Eduardo se quedó luego de terminado el entierro para despedirse personalmente de su mentor. “Hasta siempre, profe”, dijo con la voz entrecortada. Al voltear para salir, se topó cara a cara con Guillermo. Era evidente que ya no lo miraba con la misma simpatía de antes.

“Es lamentable que se haya ido”, expresó Guillermo con cierta soberbia. “Basta. No deberías ni siquiera estar aquí”, respondió colérico el otro, “porque tú lo asesinaste”. Su compañero se mostró sorprendido: “¿De qué estás hablando?”. “No lo niegues”, expresó muy molesto el otro, “te vi escondido detrás de unos árboles el día que murió”.

Guillermo sudaba frío: “Es cierto, estuve allí, pero no para matarlo, sino para advertirle”, señaló tajante.

– Además, ¿qué hacías tú allí?
– Lo mismo que tú: advertirle.
– ¿Cómo supiste que él estaría allí?
– No tengo por qué decírtelo.
– ¿Acaso has tenido pesadillas?

Eduardo no supo qué responder. “Ninguno de los dos lo asesinó”, concluyó Guillermo: “Tenemos las mismas visiones”…

(continúa)
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Proyecciones macabras (capítulo ocho)

[Visto: 867 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pasó una semana. Eduardo decidió no esperar en casa: camina por la calle donde ocurrirá el homicidio. Se para en una esquina. Es medianoche, y la tranquilidad de la cuadra parece inalterable. Al menos hasta unos segundos después: la persecución ya comenzó. Una cuadra arriba, un hombre sale corriendo detrás de un edificio. Siguiéndole los pasos, un arquero vestido de azul que tensa su arco.

La víctima logra esquivar las primeras flechas, pero no puede contra la destreza del “cazador”: una de las saetas atraviesa la pierna derecha del perseguido que, aunque rengueando con dificultad, quiere huir. Una segunda flecha se incrusta en su brazo izquierdo y lo derriba sobre el pavimento. Ruega por su vida, pero el arquero es inmisericorde: un flechazo a mansalva acaba con la resistencia del victimado.

Eduardo ya se acerca, y el asesino escapa raudo. Sin tiempo para alcanzarlo, decide auxiliar al malherido. Su sorpresa es mayúscula: se trata del profesor Sotomayor. “Déjeme ayudarlo, profesor”, dice el joven, mas el hombre ya no puede oírlo. El joven abraza en sus manos la cabeza de su mentor mientras caen lágrimas de sus ojos. “Real o fantasía, juro que te encontraré”, grita amenazante al enemigo que ya no está…

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Proyecciones macabras (capítulo siete)

[Visto: 839 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ciertamente sorprendido, Eduardo se despidió a secas de Guillermo y se dirigió a su casa. Aquella noche, cansado, sólo procuró descansar. “Un lobo que no está”, se dijo para sí mientras acomodaba la cabeza en su almohada. Mirando hacia nada, no tardo en quedarse dormido. Tampoco en soñar con la sombra.

La historia se repitió durante las siete noches siguientes, la misma pesadilla, sólo que cada vez más nítida. ¡Y justo esa mañana, cuando por fin vio con claridad a la víctima, la mujer aparecía muerta! Y Guillermo la convertía en un mero personaje de un cuento cualquiera. Ya no quiso pensar más. Se dejó de quejar y, por primera vez desde que el suceso comenzó, se sintió muy tranquilo…

Por poco tiempo. Apenas unos minutos después de haber cerrado los ojos, otra pesadilla irrumpió en su mente. A pesar de lo borroso de la escena, fue suficiente para darse cuenta que había una mancha azul perseguía a una mancha negra. De pronto, la mancha negra se detenía y caía sobre lo que parecía suelo. Eduardo se levantó sobresaltado. “Otro asesinato”, se lamentó, asiéndose los cabellos…

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Proyecciones macabras (capítulo seis)

[Visto: 783 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¡Qué payaso!”, criticó Eduardo con dureza a Guillermo al abrir la puerta del salón. Había quedado como un tonto ante lo que consideraba, a pesar del elemento sobrenatural, una situación grave. “Hay un asesino suelto y él, puxa, se mofa”, terminó de mostrar su enfado sentándose en la banca. Susana se le acercó pero se quedó parada.

“No te lo tomes tan a pecho”, le dijo ella, “sólo fue para joderte un toque”. Sí, debería entenderlo así, pero el recuerdo de aquella pesadilla había envuelto a Eduardo en un manto de paranoia. Sin deseos de hablar, sólo se despide de ella con un beso en la mejilla. Ya en su casa, sólo atina a tirarse sobre la cama mirando fijamente hacia el techo.

“Esa caída, si simplemente no me caía”, recordó con alguna indiferencia aquel episodio: había luna llena en la noche. Caminaba despreocupado por la vereda del parque cuando sintió una respiración acercándose detrás suyo. Al voltear, miró un lobo que venía en su dirección. Rápidamente, tomó conciencia del peligro y empezó a correr.

A poco del término del parque, y ya cuando el lobo lo estaba alcanzando, inesperadamente tropezó con una piedra. El golpe fue durísimo; sin embargo, decidió no hacer ningún sonido. El animal comenzó a examinarlo. Lo olfateó y, luego de unos segundos, se alejó del lugar. Una vez que se sintió seguro, Eduardo se levantó con alguna dificultad.

“Eduardo, Eduardo”, escuchó una voz familiar. Era Guillermo. Pasaba por el parque y había visto al tropezado. Fue a auxiliarlo, pero no lo reconoció sino recién cuando estuvo en el sitio. “¿Viste al lobo?”, le preguntó el caído. “¿Cuál?”, le respondió el otro, “Que yo sepa, aquí no hay animales”…

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Proyecciones macabras (capítulo cinco)

[Visto: 934 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Y no tenía a dónde huir, a dónde escapar. Aterrada, entre la espada y la pared, se aferró hacia las puertas encadenadas. Entonces sintió un dolor intenso en el abdomen. Malherida, miró a la sombra que la apuñaló, esa sombra que se desvaneció mientras su vida se apagaba”, terminó Guillermo su relato en medio de unos tibios aplausos del profesor Sotomayor.

A continuación, preguntó a los alumnos quién sería el siguiente en exponer su composición. “Raro”, le comentó Eduardo a Susana en voz baja, “Guillermo ha contado con tal intensidad el asesinato, que es como si lo hubiera vivido”. “Dedícate a leer el periódico”, le respondió el aludido, dejándole un ejemplar del diario de ayer.

Se sorprendió de ver el título de la noticia: “Mujer muere a la salida de un callejón”. Los detalles narrados eran muy fieles a su visión del sobrenatural crimen. “Sin testigos, arma homicida ni rastros de ADN, la policía no puede concluir el caso”, reza la última línea del sombrío párrafo. “No puede ser”, exclamó indignado. “¿Qué es lo que no puede ser?”, lo escuchó el profesor.

– Nada.
– Con que nada, ¿eh? A ver, presente su composición.
– Lo siento. No la tengo.
– ¿No la tiene o no la hizo?

“A lo mejor no la tiene, profe, quizá se la llevó ‘la sombra’”, se burló Guillermo de él, provocando atronadoras carcajadas en el salón…

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Proyecciones macabras (capítulo cuatro)

[Visto: 868 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eduardo llegó hasta la puerta cerrada de su salón. Sabía bien que el profesor Gutiérrez no quería interrupciones de los tardones, así que obvió tocar. Cinco minutos más tarde, aparecía corriendo Susana con la mochila sobre el hombro. De sólo verla, el día pareció alegrársele de pronto: le gustaba y mucho, pero no había tenido las agallas para declarársele.

“Hola”, le saludó ella. “Hola”, le respondió él, casi como desmayado y tratando de aparentar serenidad. Susana le preguntó cuánto tiempo llevaba esperando. “Algo de cinco minutos”, respondió él, “¿te invito un café?”. Ella aceptó, así que ambos caminaron hacia la cafetería mientras esperaban que abrieran la puerta.

“¿Y sigues soñando esas pesadillas?”, le inquirió Susana en una parte de la conversación. Y era natural que lo dijera, porque él le contaba sus experiencias. “Sigo igual”, y a continuación pasó a detallarle cada dato de su última mala noche, incluido su cabeceo en el ómnibus. “Lo peor de todo es escuchar su voz diciéndome ‘Estuviste allí’”, se quejó con cara de preocupación. El relato dejó un poco atónita a Susana, quien consultó su reloj para despejar su mente.

“Vámonos, ¡ya termina el break!”, lo alertó a Eduardo al tiempo que cogían sus cosas y corrían hacia el salón. Vieron la puerta cerrarse justo cuando doblaban la esquina. “Esperen”, gritó Eduardo. La puerta quedó entreabierta con alguien sujetándola por dentro. “Sí que tienen suerte”, comentó Guillermo, dándoles paso a la clase, “han llegado preciso para mi exposición”…

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Proyecciones macabras (capítulo tres)

[Visto: 790 veces]

(viene del capítulo anterior)

Decidido a no hacerle mucho caso a su pensamiento, salió unos minutos después de la ducha. Se vistió y se acostó de nuevo en su cama. Miró hacia su ventana y después cerró los ojos, tratando de invitar al sueño. “Una sombra, una sombra”, se repitió como mantra en su cabeza al tiempo que el soponcio oscurecía su mente.

“Miércoles”, exclamó al levantarse de pronto. Vio su reloj. Eran siete y media, ¡y su clase comienza a las ocho! “Tarde, siempre tarde”, se dijo para sí al cambiarse apresuradamente. Salió de su casa y fue directo a la panadería a comprarse un pan dulce y un jugo de naranja. Luego espero y espero el bendito carro que lo llevara a su clase.

Finalmente, decidió subirse a cualquiera aunque tuviera que pagar unos centavos más. Vio al cobrador acercarse por el pasillo. Empezó a sacar las monedas cuando oyó aquella voz susurrante: “Estuviste allí”. Levantó la mirada. La sombra sin rostro se acercó hasta él, oliendo, devorando su aliento.

“Hey, hey”, lo despertó el cobrador, “tu pasaje pex”. Comprendió que todo había sido un rezago de su mal sueño. “Cóbrate”, le pasó las monedas aún medio somnoliento…

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Proyecciones macabras (capítulo dos)

[Visto: 781 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eduardo se mantiene a corta distancia. Ante sus ojos, una mujer joven e indefensa es apuñalada por una sombra que se desvanece en medio de la noche. Trata de auxiliarla pero llega cuando ella ya ha exhalado su último suspiro. Cierra sus ojos y se dispone a buscar a alguien. Es entonces que escucha una voz: “Espera”.

Él voltea pero no hay nadie más alrededor. Nadie, excepto por el cadáver de la recién asesinada. Se acerca hacia ella. No tiene pulso ni siente su respiración. ¿Podría haberse equivocado? Se acerca más su cara para verla con más detenimiento. Los ojos de la asesinada se abren de súbito: “tú lo conoces”.

Eduardo despertó en medio de un sudor frío, a pesar de la cálida temperatura en el ambiente. Decidió ir al baño y, a pesar de ser las tres de la mañana, darse un duchazo, sólo para poder pensar en esta pesadilla recurrente desde hace unos días. “¿Cómo es que conozco a una sombra?”, susurró mientras las gotas caían por su pelo…

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Proyecciones macabras

[Visto: 913 veces]

Ella ha gritado, ha corrido, se ha ocultado. No sabe de dónde ha venido su atacante. Sólo recuerda su angustiante respiración soplando cerca de su cara. Pensar que todo había comenzado con esa cara amable que conoció en el bar de la esquina. Unas miradas, unos gestos, transformados luego en una conversa tenue, en susurros, insinuante.

La promesa de un baile, unas copas y, quizá, algo más. Y ahora estaba huyendo escaleras abajo, perseguida por un sicópata al que no puede ver el rostro, rostro que siente su desesperación, su miedo. Alcanza la salida del callejón, divisa la calle principal y corre con mayor ímpetu, tratando de salvarse. Mas no, él ya llegó allí. La hace retroceder hacia el alambrado que separa el paso al otro lado.

Ella quiere abrir aquellas puertas pero el candado encadenado no se lo permite. Entonces, trepa sobre la estructura con esfuerzo, llega a la parte alta y se arroja, logrando cruzar al otro lado. Sin embargo, no cae bien: la rodilla golpeada le resiente el movimiento. Más todavía, una sombra creciente se aproxima a la víctima. Del piso ella se levanta pero es muy tarde: un único grito rompe, temporalmente, el reinante silencio de la noche…

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Entrevista en la casa gris (capítulo final)

[Visto: 903 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Sí”, afirmé emocionado mientras estrechaba la mano del misterioso escritor, quien esbozó una profunda expresión de alivio. “Sólo queda algo por hacer”, dijo Valera y empezó a redactar unas cantas palabras en un viejo papel. Una vez que el lápiz cesó en su movimiento, él me pasó el papel y me pidió que lo leyera.

“Yo, Ernesto Segovia, relevo a Dante Valera como inquilino y protector de esta casa. Asumo los derechos de uso que me confiere este puesto, así como los deberes de amntener el secreto y escoger un servidor. Dante Valera, eres libre”, decía el papel y, al instante, el viejo escritor se sintió muy cansado.

Tuve que recostarlo en el sofá grande para que pudiera respirar con mayor comodidad. Unos minutos después, la puerta se abrió: era Rosalía, que traía unas bolsas. Al verlo en ese estado, las dejó caer sobre el piso y rauda se acercó hacia él, tomando su mano con preocupación.

“Está hecho”, le dijo Dante con dificultad. “Está bien. Ahora nos vamos”, le contestó ella y lo ayudamos a levantarse con algo de esfuerzo. Me pareció tan admirable y tan excelsa aquella simpatía entre estas dos personas que el corazón pareció derrumbar por un minuto mi deseo: “¿y qué haré si me enamoro?”, le pregunté al escritor que ya pisaba la salida junto a Rosalía.

Dante la miró, tratando de encontrar alguna respuesta salvadora, y luego volvió lentamente su cara hacia mí. “Tu contrato te deja comprometido con este lugar. Ya no puedo hacer nada más”, habló con resignación el viejo escritor. Avanzó unos pasos mientras Rosalía cerró la puerta detrás de ellos. Y hoy que escribo esta historia espero latente el amor que me desate, aunque mi vida termine, del solitario lazo que me ata a esta casa gris. Sigue leyendo