Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

Secretos de audio (capítulo diez)

[Visto: 767 veces]

(viene del capítulo anterior)

La sensación de agobio en Octavio Ávila era impresionante: sentado sobre su sillón, el nerviosismo era evidente en su cara mientras llama a sus poderosos contactos, sus antiguos amigos de conveniencia, de los que sólo escucha excusas y silencios.

“Tenemos que irnos señor”, le señala su secretario, tan nervioso como su jefe, al abrir la puerta de su despacho. El otrora influyente miembro del directorio de la empresa editorial, responsable de la impresión del diario donde laboró Pepe, ahora escapa bajando raudamente por las escaleras.

Logra llegar hasta su auto de lunas polarizadas. Su secretario, y además chofer, conduce hacia su casa pero, a pocas cuadras de su destino, apaga el motor y abandona el auto a toda prisa. “¿Qué carajos pasa aquí?”, se pregunta con prepotencia al bajar del auto.

Unas cuatro patrullas lo cercan y los policías le apuntan con sus armas. Ávila sube sus brazos para evitar un tiroteo. Finalmente se acerca un oficial y lo coge por las manos. “Octavio Ávila, alias ‘Manchego’, queda usted detenido”, proclama el oficial mientras lo lleva esposado hacia su patrulla.

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Secretos de audio (capítulo nueve)

[Visto: 709 veces]

(viene del capítulo anterior)

Una vez que se sintió menos adolorido, Pepe se levantó y caminó hacia la pista, tomó un taxi y se dirigió a su casa. Llamó de su teléfono a Diego y le pidió que fuera urgente. Mientras llegaba, aprovechó para limpiarse las heridas y curárselas.

Diego tocó la puerta de la casa. “Entra”, le dijo su amigo al reconocer su voz. Diego constató los golpes que había recibido su amigo y terminó de ayudarlo a vendarse. Le preguntó quién le había propinado esa paliza. “Fueron los esbirros de Manchego, me acerqué demasiado”, respondió Pepe con voz cansada.

Diego le propuso a su amigo ir donde la policía a denunciar el secuestro. “No Diego, no sabemos el poder de influencia de Manchego”, dijo Pepe en tono reflexivo, “es mejor que sigamos indagando, pero con sutileza”.

Al día siguiente, ambos periodistas llegaron juntos a la oficina a del diario. Pepe, quien cubría su rostro con unas gafas oscuras, y Diego entraron en la redacción y fueron directamente al despacho de Jordán. Cerraron la puerta y una fuerte discusión comenzó a los pocos minutos.

Pepe abrió la puerta del despacho de Jordán y se alejó caminando rápido por en medio de la redacción. Uno de los colegas le preguntó a Diego por la reacción de su amigo. “Jordán lo acaba de despedir”, respondió muy triste y el comentario se esparció por la oficina.

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Secretos de audio (capítulo ocho)

[Visto: 745 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pepe dobló la esquina y siguió corriendo a todo lo que pudieron sus piernas, pero los esbirros lo persiguieron en un auto. Dos hombres con lentes negros se bajaron, lo sometieron y lo llevaron dentro del auto.

El periodista perdió la noción del tiempo mientras sus ojos nublados no le dejaban ver el exterior. Luego de un largo rato, en que incluso el día se convirtió en noche, el auto paró y los dos hombres lo sacaron a rastras. Aunque ensangrentado por los golpes recibidos, Pepe pudo percibir el olor de la brisa marina.

Los esbirros lo golpearon un rato más y finalmente uno de ellos le apuntó con una pistola. “Te estamos vigilando: esta es una advertencia, la próxima estás muerto”, dijo y disparó dos balas hacia la playa. Los esbirros se retiraron y el periodista, adolorido, se quedó echado sobre la arena durante varias horas.

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Secretos de audio (capítulo siete)

[Visto: 764 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¿Qué quiere?”, preguntó enfadado el hombre viejo y calvo que salió a abrir. Pepe lo empujó para adentro y empezaron a pelearse. Se repartieron varios golpes hasta que Pepe lo arrinconó contra una pared. “Quiero saber quién es el dueño de este sitio”, le dijo desafiante, presionando su brazo contra el cuello del viejo.

“Manchego, Manchego es”, dijo el viejo con dificultad. Pepe le preguntó quién era Manchego. El viejo le contestó que no sabía, que Manchego sólo mandaba a sus encargados. “Mientes. ¿Quién te dio la plata para comprar este almacén?”, insistió el periodista.

“Un tal Carlos”, respondió el viejo. “¿Carlos qué?”, preguntó de nuevo Pepe. “No lo sé, así le decían al tipo. Él venía de parte de Manchego”, contestó el viejo. Viendo que no le sacaría nada, Pepe sacó su brazo y el viejo cayó sentado en el piso. Se tomó el tiempo para respirar con normalidad y luego se frotó la zona del cuello.

Un poco más calmado, Pepe le preguntó si volvió a verlo. “No, esa fue la única vez”, afirmó el viejo ya recuperado. Pepe empujó la puerta para salir. Había caminado unos pasos afuera cuando sonaron unos balazos. El viejo cayó malherido y Pepe, viéndose perseguido, empezó a correr.

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Secretos de audio (capítulo seis)

[Visto: 698 veces]

(viene del capítulo anterior)

“No lo entiendo, ¿por qué?”, se rascó la cabeza Pepe mientras Diego ignoraba el vaso de ron delante suyo. “Nadie en ese Consejo Editorial se apellida Manchego, ¿a quién tratan de cubrir?”, enfatizó su pregunta el periodista, vaciando el vaso de un sorbo.

“Quizá es un familiar, o un allegado”, especuló Diego con desidia. “O un testaferro. Debemos investigar al dueño del almacén”, reaccionó Pepe y, levantándose de la mesa, se tomó el último sorbo y salió por la puerta del bar.

A la mañana siguiente, se apersonó a la dirección del almacén, en la zona industrial. Tocó y tocó la gran puerta metálica. “¿Quién es?”, preguntó una voz muy valiente. “Soy Pepe, vengo de parte de Manchego”, casi gritó su respuesta. Percibió que quitaban cadenas y abrían un candado.

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Secretos de audio (capítulo cinco)

[Visto: 697 veces]

(viene del capítulo anterior)

Al día siguiente, la primicia en el periódico “la rompió”: antes del mediodía el tiraje se había acabado por la ciudad. El debate público llegó rápidamente a las oficinas del ministro Romero quien, avergonzado con la revelación, no hizo otra cosa que presentar su dimisión al cargo.

La algarabía llegó a la redacción al ver que la investigación había dado sus frutos. “Dos corruptos menos”, le comentó Diego a Pepe luego que se enteraron que ese mismo día José Soria, el otro implicado, había sido detenido en el aeropuerto cuando intentó fugar al extranjero.

Pepe y Diego se dirigieron hasta la oficina de Jordán. Siguiendo un viejo ritual celebratorio, llevaban una botella de vino para poder tomar unas cuantas copas con su jefe. Jordán, apesadumbrado, acababa de colgar el teléfono y los recibía con un gesto adusto.

Como no entendían nada, Jordán invitó a sus dos pupilos a sentarse. “Me apena decirles esto, pero el Consejo Editorial ha decidido no publicar la transcripción de la segunda parte”, les confesó el viejo hombre de prensa antes de derrumbarse sobre su silla.

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Secretos de audio (capítulo cuatro)

[Visto: 708 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pepe y Diego hicieron su labor en el más hermético secreto en el llamado “cuarto azul”. Sus colegas le decían así por el color de sus paredes, lugar donde los dos amigos se refugiaban cuando alguna primicia iba a hacer reventar la redacción.

Poco menos de tres días les tocó oír y transcribir el material. Cuando terminaron, sin embargo, surgió una diferencia: Pepe quería publicar el íntegro de las conversaciones en una edición, pero Diego estaba convencido que lograrían mayor impacto si dividían la historia para dos días.

Una vez hecha la consulta con Jordán, él aceptó la propuesta de Diego. “Justo como quería”, señaló el ganador y extendió la mano hacia su amigo quien, sonriendo, sacó un billete de veinte y se lo entregó.

Jordán ordenó que el primer día se publicara la negociación entre Romero y Soria, y al día siguiente la revelación sobre el “almacenero” Manchego. “Dará que hablar y, de paso, vamos a romper a la competencia”, dijo Diego a su amigo mientras fumaban unos cigarrillos a la salida del periódico.

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Secretos de audio (capítulo tres)

[Visto: 805 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pepe y Diego entraron directamente en la oficina de Jordán. El viejo periodista se encontraba respondiendo una llamada, la misma que cortó de inmediato: “Te llamo luego. Adiós”, dijo a su interlocutor y colgó.

Saludó efusivamente a ambos y los invitó a sentarse. “Y bien muchachos, ¿qué me han traído hoy?”, preguntó mientras sus ojos brillaban. Le quedó claro que, si entraron así en su oficina, era por una primicia demoledora.

Pepe reprodujo los audios en la grabadora. A cada reveladora frase de los involucrados en la cinta, Jordán se ponía más contento. “Así que Fidel Romero y José Soria son compadres, lástima que uno sea ministro y el otro proveedor del Estado”, enfatizó el redactor en jefe, reconociendo las voces y levantándose de su asiento.

“Vayan muchachos, empiecen a transcribir”, les ordenó Jordán con una gran sonrisa. Ni cortos ni perezosos, Pepe y Diego salieron de la oficina a trabajar la noticia.

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Secretos de audio (capítulo dos)

[Visto: 736 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pepe le dio “play” a la grabadora y escuchó junto con Diego atentamente. Dos voces emergieron en el diálogo sobre una venta de materiales al por mayor que resultó muy gananciosa para ambos, e incluso para un tercero.

Luego que terminaron de oír, Pepe rebobinó hasta casi el final de la reveladora cinta:

– ¡Pero claro pues Fidelito! Ha sido un negoción, y todo gracias a tus “buenos oficios”…
– Exacto Soria… todo nos ha salido tan bien, que mañana te invito a almorzar ¡un cebiche de la putamare!
– Oye, ¿y ya le pagaste su “bono” al Flaco Manchego por el almacenaje?
– ¡Y no va a ser! Es la única forma que se quede “tranquilo” el viejo…
– Claro, lo vale… bien hecho, bien… entonces, mañana almorzamos.
– Ok, compadre, mañana hablamos.

“Utilizando el decreto de emergencia para no realizar cotizaciones”, concluyó Pepe al darle “stop” al audio. “Sabrosa carne que Jordán querrá publicar mañana mismo”, le comentó Diego entusiasmado con la primicia. Los periodistas guardaron los audios y caminaron de vuelta a la oficina.

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Secretos de audio

[Visto: 762 veces]

Es media tarde, en el parque. Sería otro día tranquilo para mí, de no ser porque tengo que conseguir una primicia y no tengo nada para trabajar en mi gaveta de noticias. “Pepe, no abras el sobre”, recordé las palabras de mi colega Diego.

Y ahora estaba aquí, sentado en este banco, esperando con desesperación a que mi contacto aparezca o me llame. A pesar de ello, volvía a mi mente la escena de mi mano profanando ese sobre manila, del cual saqué con cuidado dos casetes.

Los atesoré ambicioso en mi mano derecha durante unos momentos, mientras Diego parecía recriminarme sin enojo cuando, tomando la grabadora con la otra mano, salimos a escuchar el contenido fuera de la oficina del periódico.

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