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Es media tarde, en el parque. Sería otro día tranquilo para mí, de no ser porque tengo que conseguir una primicia y no tengo nada para trabajar en mi gaveta de noticias. “Pepe, no abras el sobre”, recordé las palabras de mi colega Diego.
Y ahora estaba aquí, sentado en este banco, esperando con desesperación a que mi contacto aparezca o me llame. A pesar de ello, volvía a mi mente la escena de mi mano profanando ese sobre manila, del cual saqué con cuidado dos casetes.
Los atesoré ambicioso en mi mano derecha durante unos momentos, mientras Diego parecía recriminarme sin enojo cuando, tomando la grabadora con la otra mano, salimos a escuchar el contenido fuera de la oficina del periódico.