“¡Examen, examen!”, repitió angustiado mientras terminaba de ponerse el polo. ¿A quién rayos le iba a pedir apuntes? Sus amigos eran unos vagos, leer no era su fuerte, así que odiaría ir a buscarlos como encerrarse en la biblioteca.
“¿A quién, a quién?”, siguió preguntándose insistentemente, hasta que tuvo un instante de lucidez, como si se le hubiera prendido un foco. “Fabi”, se respondió, y la llamó de inmediato; la llamó otra vez, y otra. Nada. Llamó luego al chato Edson para preguntar por ella.
“No sé nada bro, también le voy a preguntar hoy en la facu”, fue lo único que le dijo su pata antes de cortar. Otra vez a modificar su sábado. Tomó su desayuno y se fue otra vez a su cuarto. Sabiendo que la clase de Fabi no acabaría sino en dos horas, se echó en sobre la cama y no tardó en quedarse dormido.