Estragos de la furia (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Ocultando su placa dentro del sobretodo, López se acerca a la barra y pide una botella de cerveza. “Vaya, tiempo que no venías por acá”, le comentó algo irónico el cantinero. “Es cierto, debería venir más seguido, y no sólo por estos permisos”, respondió el detective y le entregó un sobre.

“Bien, creo que podemos discutirlo ahora”, señaló el cantinero llevándoselo a López fuera del establecimiento mientras dejó encargado a uno de sus ayudantes. Una vez que se fijó que nadie más los veía, abrió el sobre y miró la foto del fallecido.

“Sergio Estrada, era uno de mis asiduos”, se lamentó el cantinero por el deceso de su cliente. “¿Recuerdas algo de la última vez que vino?”, preguntó el detective convencido que su olfato no le había fallado.

El cantinero le contó que Estrada había llegado solo al bar, había pedido un vaso de whisky y se habría quedado toda la noche en la barra, de no ser por una mujer de pelo negro que se le acercó a hacerle conversa.

“Se quedaron cerca de un par de horas, hasta que se fueron juntos, momento en que ella volteó la mirada a una mesa contigua y dos desconocidos los siguieron”, recordó el cantinero con cierta fascinación. López preguntó si los había vuelto a ver.

“Sí, unos minutos antes salieron con otro incauto”, respondió el cantinero. El detective le pidió que le avisara si los volvía a ver. Como llevado por el viento, López corrió hacia la patrulla y salió del lugar.

(continúa)

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