Es otro viernes por la tarde en la universidad. Sentado en uno de los pasillos que da a las aulas, Jorge espera a que acabe la clase de su enamorada para poder acompañarla. El timbre de salida suena puntual a las seis de la tarde y los jóvenes salen presurosos del lugar. Aún Natalia no ha salido, pero eso a él no le preocupa: seguro está formando grupo con sus amigas o contándose el chisme que la dejará pensando hasta la próxima semana.
Por eso se muestra extrañado cuando ella se le acerca tan lentamente y, en vez de una sonrisa, su cara parece dibujar un gesto de total indiferencia. “Hola Nati, ¿que te pasó?”, preguntó él con un gesto amistoso. Ella, aún en silencio, se aferró a él en un abrazo que casi le quita el aire. “Vámonos, vámonos ya”, dijo Natalia y lo tomó de la mano hasta que llegaron al paradero. Como siguiera con esa actitud, Jorge le preguntó de nuevo qué le había sucedido.
“Nada, sólo hubo muchas clases”, respondió con una sonrisa nerviosa y acto seguido le pidió que la besara. Ni corto ni perezoso, Jorge besó a Natalia y notó la aprehensión y la intensidad que ella impregnó en cada uno de sus besos. Sintiéndola más tranquila, la dejó subir sola en el bus que la llevaría hasta su casa. Nati lo miró por la ventana y, mientras el bus se alejaba, se despidió de él con alegría. Él no tenía idea que esa sería la última vez que la vería como su enamorada.
(continúa)