Una vez que se sintió menos adolorido, Pepe se levantó y caminó hacia la pista, tomó un taxi y se dirigió a su casa. Llamó de su teléfono a Diego y le pidió que fuera urgente. Mientras llegaba, aprovechó para limpiarse las heridas y curárselas.
Diego tocó la puerta de la casa. “Entra”, le dijo su amigo al reconocer su voz. Diego constató los golpes que había recibido su amigo y terminó de ayudarlo a vendarse. Le preguntó quién le había propinado esa paliza. “Fueron los esbirros de Manchego, me acerqué demasiado”, respondió Pepe con voz cansada.
Diego le propuso a su amigo ir donde la policía a denunciar el secuestro. “No Diego, no sabemos el poder de influencia de Manchego”, dijo Pepe en tono reflexivo, “es mejor que sigamos indagando, pero con sutileza”.
Al día siguiente, ambos periodistas llegaron juntos a la oficina a del diario. Pepe, quien cubría su rostro con unas gafas oscuras, y Diego entraron en la redacción y fueron directamente al despacho de Jordán. Cerraron la puerta y una fuerte discusión comenzó a los pocos minutos.
Pepe abrió la puerta del despacho de Jordán y se alejó caminando rápido por en medio de la redacción. Uno de los colegas le preguntó a Diego por la reacción de su amigo. “Jordán lo acaba de despedir”, respondió muy triste y el comentario se esparció por la oficina.