La guerra de los oráculos

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El anciano espera sosegado sobre la silla. Mira tranquilo hacia la entrada de su palacio. Piensa que hay mucha arena en la entrada. Un niño ingresa corriendo a su encuentro. El anciano sonríe intuyendo a qué viene.

“Abuelo, abuelo”, exclama el niño y se abalanza sobre el viejo, al que abraza con mucha ternura. El anciano, contento, lo saluda con un beso en la frente. Luego lo sienta en sus piernas y se queda un rato viéndolo.

“Cuéntame una historia”, rompe el chico el silencio que se había instalado en su lugar. “Pero si ya te las conté todas”, respondió el anciano sonriendo. “Tú siempre tienes una historia, abuelo”, le replicó el niño, ávido de una respuesta positiva. “Está bien, tú ganas”, dijo el abuelo. Cogió una manta y abrigó al niño antes de comenzar el relato.

(continuará)

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