Demetrio estaba temeroso. Se encontraba aterrado al leer el papel que la noche anterior había encontrado debajo de la puerta de su bodega, apenas un semana después de la visita del amigo de Neto. “Eres el próximo”, decían las letras rojas escritas sobre el papel, y Demetrio sabía bien a qué se refería: dos microcomercializadores habían sido atacados en sus guaridas con sendos bombazos; ataques perpetrados por un desconocido.
Aquella noche, Neto paseaba por la zona cercana a la bodega, esperando a un amigo con quien hacer otro negocio. Miraba a la calle con el cigarrillo en sus labios y aire despreocupado. De pronto, pasó por allí un extraño al que no le pudo ver la cara porque tenía colocada una capucha negra encima. Concentrado en hacer piruetas con el humo del cigarrillo, no le dio importancia.
El hombre en la capucha ingresó en el establecimiento. Se dirigió a uno de los anaqueles y botó algunos productos al piso. Luego se escondió cautelosamente y espero que el viejo se acercara. En efecto, alertado por el ruido, Demetrio avanzó hacia aquel lado de la tienda. Sorprendido de no encontrar a nadie, miró un momento afuera.
Luego recogió los productos caídos y, cuando volvía hacia el mostrador principal, el desconocido lo atajó. El viejo iba a reclamarle, cuando el encapuchado sacó una pequeña daga y lo derribó al bodeguero. Amenazándolo con empezar a cortarle los dedos uno por uno, el desconocido preguntó de quién era la mercadería.
-No sé de qué me hablas.
-De las pastillas. Sé que en este barrio comercializas.
-No, estás equivocado.
-¿También quieres que me equivoque al cortar tus dedos?
-(entre sollozos) No, por favor… no lo hagas…
-Entonces dime, ¿quién es tu proveedor?
-No lo sé…
-Bueno… creo que comenzaré con…
-¡Espera, espera!… Ya recuerdo… sólo sé que le dicen Yerbo… es el nuevo jefe aquí…
-¿Sabes? Te creo…
“Pero mis puños no”, agregó el encapuchado, asestando un certero derechazo en el pómulo de Demetrio, dejándolo medio inconsciente. El viejo sintió cómo la arrastraban fuera de la tienda y terminaba tirado en la acera. El hombre en la capucha caminó al interior del establecimiento, y quitó el seguro a una granada.
“Tu negocio ha sido cerrado”, dijo. Lanzó el artefacto dentro del cuarto de las bolsas y salió raudo hacia la calle. Una vez fuera, empezó a caminar con tranquilidad y se metió las manos a los bolsillos, mientras el fondo de la calle se iluminaba con la potente explosión…