Archivo por meses: septiembre 2015

Noche lúgubre (capítulo seis)

[Visto: 348 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos llegó al bar sin prisa, aunque más ansioso que de costumbre. Pensó que los vigilantes no lo dejarían entrar ese sábado pero ellos, que rápido olvidan o tal vez por el dinero que gasta, le permitieron pasar.

Miró de un lado a otro del bar. Era obvio que ella aún no había llegado, así que se pidió una botella de cerveza. Luego una segunda. Una tercera. Habría pedido una cuarta, de no ser porque su víctima apareció de pronto y se sentó en una de las mesas del bar.

Carlos se la quedó mirando, mientras ella espera que llegue su trago. La música está a todo dar y la joven mueve sus hombros al compás del melodioso sonido. Cierra sus ojos para concentrarse en oír. Oír, pero no con el sonido. Oír con su cuerpo, ser sensación de movimiento.

Ella se despabila mientras las notas musicales recorren cada fibra de su ser… y se siente renovada. Para cuando abre sus ojos, toma conciencia de su alrededor. Se sonroja al notar que todos se ríen un poco. Todos excepto uno, el chico de la barra que la mira con complacencia.

(continuará)

Y otra vez (capítulo cuatro)

[Visto: 348 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¿Que no es la primera vez?”, preguntó uno de sus amigos aún sin creer lo que había oído. “Hace muchos años de esto, yo ni los conocía”, respondió Gonzalo como introducción a su desventurado relato. Él mira hacia la calle, que se le hace conocida.

Se mira así mismo, sólo que unos años más joven. Aún es un adolescente asistiendo al colegio. Y a pesar de que sólo quisiera estar pendiente de los estudios, hay alguien que le quita su atención. Una chica un año menor que él es quien lo tiene distraído buena parte de la mañana.

Y es que su pensamiento lo pone ansioso hasta que llega la hora del recreo. El timbre resuena por todo el colegio y Gonzalo se apresura en guardar el cuaderno en su mochila y salir hacia el patio lo más rápido que puede para poder verla. “Hola Lidia”, la saluda alegremente al tenerla cerca.

(continuará)

Mentira de conciencia

[Visto: 342 veces]

Qué tan crédulo fui,

aún no lo sé, pero

cuando una mentira encontré

supe que me perdí.

Que mi centro y mi motivo

no estaban contigo,

que todo aquello que decías

no era verdadero.

Cómo poder desentrañar

todas esas falsedades,

es caminar en ceguera

un sendero hacia el abismo.

Sólo había una forma

de poder alejarme,

herirte del mismo modo

en que tú me usaste.

No hubo lágrimas,

ni siquiera temores,

bastó una mentira de conciencia

y esto se acabó.

Treinta días (capítulo cinco)

[Visto: 325 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Amigo, amigo”, se repitió Alberto con insistencia. Su memoria dio varias vueltas a la palabra hasta que lo llevó al lugar que quería. Y sí recordó a un muchacho que había buscado a Marisela con cierta frecuencia.

No se lo cruzó con anterioridad, quizá porque se iba temprano, quizá porque sabía qué días no iba a buscarla. Sin importar cómo el otro lo hacía, Alberto decidió hacer una silenciosa ofensiva. Uno de esos días que no debía ir por ella, se quedó esperando cerca de la casa de Marisela.

Detrás de una pared, de rato en rato mira hacia la puerta de su enamorada. No sucede nada durante una hora y, casi a punto de rendirse, lo vio. El muchacho fue de frente hacia la casa con caminar pausado y tocó el timbre. Marisela le abrió la puerta y lo dejó entrar.

Detrás de esa pared, Alberto se tomó su tiempo: sabía que más temprano que tarde, ellos tendrían que salir.

(continúa)

 

Noche lúgubre (capítulo cinco)

[Visto: 370 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos intenta tomar valor durante todo el día. Por lo general, le gusta de preparase el desayuno por la mañana y hacer las compras por la tarde antes que llegue la noche del sábado, ese bendito momento donde la razón cede su lugar al desenfreno del licor.

Pero no esta vez. Con el cofre en su cuarto, prefiere salir a comer fuera. El desayuno se lo tomó volando y, hasta la hora de almuerzo, se la pasó paseando por parques y avenidas, queriendo despejar su mente. Tras almorzar en un restaurante, se dirigió hacia su casa, caminando tan lento que tuviera todo el tiempo del mundo.

Y no era así. Llegó con el ocaso haciéndose presente. Se dio una ducha y se vistió listo para la noche. Estaba a punto de colocar la llave en la ranura de la puerta, cuando recordó que había olvidado lo más importante: el cofre. Volvió hasta su cama y lo abrió.

Miró con temor el puñal pero decidió tomarlo en sus manos. Lo pesó y sintió un terrible escalofrío, mas no lo soltó. “Acabemos con esto”, dijo Carlos colocando el puñal en su bolsillo y dirigiéndose a la salida.

(continuará)

Y otra vez (capítulo tres)

[Visto: 414 veces]

(viene del capítulo anterior)

Gonzalo no tuvo ganas de hacer un escándalo y dio media vuelta para encontrarse con su compinches. “Pucha man, esto no lo vimos venir”, dijo uno de ellos lamentando su infortunio.

“Sí, mejor nos vamos por esta calle”, dijo el despechado. Sus amigos pensaron que irían por un atajo hasta otro paradero, pero se sorprendieron cuando lo vieron pararse ante una puerta. Ellos lo alcanzaron y se dieron cuenta que es la entrada de un bar.

Entraron todos juntos y Gonzalo pidió una ronda de cervezas para todos ellos. Uno de sus amigos le dijo que ya pasara la página, que eso lo ocurre a cualquiera. “Es que no lo entiendes, esta no es la primera vez”, respondió Gonzalo muy amargo ante el estupor de sus compañeros.

(continuará)

Treinta días (capítulo cuatro)

[Visto: 554 veces]

(viene del capítulo anterior)

José entró en estado de estupor. Había sido oyente de primera mano de todo lo que Alberto le contó de sus encuentros con Marisela, así que no comprendía por qué el repentino cambio de actitud.

De hecho, luego de tremenda revelación, le preguntó si insistió en preguntarle las razones. “No hay razones: sólo un ‘espera treinta días’ y ya”, se expresó Alberto medio acongojado. Al verlo así, su amigo le dijo si, más allá de su actitud, había visto en ella signos que delaten otra cosa.

“Si hay otra cosa, no lo sé, nos hemos visto poco últimamente”, respondió Alberto de corazón y no con alguna razón. “Piénsalo un poco más, debe haber algo: alguna enfermedad, algún familiar, algún amigo…”, lanzó ideas al azar hasta que el rostro de Alberto se detuvo en esa palabra.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo cuatro)

[Visto: 361 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aún un tanto asustado por lo ocurrido, Carlos avistó un taxi cerca de allí y lo alcanzó. Para su suerte, está vacío y le pide al taxista que lo lleve a su casa. Una vez llegado a su hogar, se dirige directamente a su habitación. Hasta su cama, donde se echa con la ropa puesta.

Cualquiera diría que es hora de dormir, pero no puede. Siente tanto en su cerebro saber que tiene un puñal en sus manos, que es como si pesara más de lo creíble. “Esto no puede estar sucediendo”, se dice para sí intentando olvidar que esa caja está en sus manos, sin poder lograrlo.

Finalmente se duerme. El sol de la mañana de un tibio sábado se presenta como rayos por su ventana. Ha llegado el día en que tendrá que cumplir su destino. “Ojalá y la noche llegue rápido. Ojalá y esto termine pronto”, repite una y otra vez en su interior, resignado a lo que venga.

(continúa)