Treinta días (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

José entró en estado de estupor. Había sido oyente de primera mano de todo lo que Alberto le contó de sus encuentros con Marisela, así que no comprendía por qué el repentino cambio de actitud.

De hecho, luego de tremenda revelación, le preguntó si insistió en preguntarle las razones. “No hay razones: sólo un ‘espera treinta días’ y ya”, se expresó Alberto medio acongojado. Al verlo así, su amigo le dijo si, más allá de su actitud, había visto en ella signos que delaten otra cosa.

“Si hay otra cosa, no lo sé, nos hemos visto poco últimamente”, respondió Alberto de corazón y no con alguna razón. “Piénsalo un poco más, debe haber algo: alguna enfermedad, algún familiar, algún amigo…”, lanzó ideas al azar hasta que el rostro de Alberto se detuvo en esa palabra.

(continuará)

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