Treinta días (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

“Amigo, amigo”, se repitió Alberto con insistencia. Su memoria dio varias vueltas a la palabra hasta que lo llevó al lugar que quería. Y sí recordó a un muchacho que había buscado a Marisela con cierta frecuencia.

No se lo cruzó con anterioridad, quizá porque se iba temprano, quizá porque sabía qué días no iba a buscarla. Sin importar cómo el otro lo hacía, Alberto decidió hacer una silenciosa ofensiva. Uno de esos días que no debía ir por ella, se quedó esperando cerca de la casa de Marisela.

Detrás de una pared, de rato en rato mira hacia la puerta de su enamorada. No sucede nada durante una hora y, casi a punto de rendirse, lo vio. El muchacho fue de frente hacia la casa con caminar pausado y tocó el timbre. Marisela le abrió la puerta y lo dejó entrar.

Detrás de esa pared, Alberto se tomó su tiempo: sabía que más temprano que tarde, ellos tendrían que salir.

(continúa)

 

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