(viene del capítulo anterior)
Los policías comenzaron la búsqueda sin mucho éxito. Toño se quedó muriendo de frío y, sobretodo, de incertidumbre, hasta las cuatro de la mañana, cuando el cielo empezó a ponerse más claro. “¡Aquí, aquí!”, gritó uno de ellos y entró un grupo en el escondite para verificar su identidad. Una vez que lo reconocieron, dieron aviso al comisario para que se acercara.
Se presentó ante Toño y le dio la mano. “Sr. Aguilar, sepa que pondremos todo nuestro esfuerzo para atrapar a los asesinos de Trelles”, afirmó y le pidió que subiera al patrullero para trasladarlo hasta la ciudad. Los policías se daban vivas por el deber cumplido, mientras el comisario salía a la carretera en su auto rumbo a la ciudad.
O al menos eso pensaba Toño, quien aprovechó para mirar otra vez el papel que encontró en su vieja casa. En él se halla escrito un consejo de su padre: “Cuando las cosas salgan muy bien, desconfía mucho”. Se lo había escrito hace muchos años cuando perdió la casona en La Huella y tuve que mudarse lejos de allí.
Y esa misma sensación tenía ahora, cuando el comisario salió de la carretera y se dirigió por algunas calles inhóspitas. Pronto, llegó hasta una cuadra, donde un auto oscuro lo esperaba. Toño vio cómo uno de los asesinos baja del auto junto con un viejo caballero. Se dio cuenta que había sido llevado donde el taita, y que este es el momento de su caída.