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Hoy he recordado
sentado en la silla,
junto a la blanca mesa,
la taza de café servida.
He recordado mil veces
esa llamada mía
y el tono de voz tuya
que insegura me respondía.
Que se te hizo tarde,
que te esperara,
que llegabas pronto,
que en cinco minutos estarías.
Y por extraña bondad
o extrema ingenuidad,
no te contradecía
y sentado esperaría.
Hasta que el tiempo pasó,
el viento sopló,
una lágrima cayó
y el tibio café se enfrió.