Archivo por meses: octubre 2013

El sarcófago de la momia

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[Especial de Noche de Brujas]

La rebelión acabó con su reinado en pocos meses. Atrincherado en su palacio, el faraón vio cómo su última fortaleza cayó ante el poder de los invasores. Lo apresaron y se lo llevaron lejos, a algún lugar del gran desierto que se extiende sobre los que un día fueron sus dominios. Sus captores le dieron a beber un brebaje dulce, que no tardó en dejarlo dormido.

No tenía idea de cuánto tiempo estuvo anestesiado pero, cuando despertó, se dio cuenta que todo su cuerpo se encontraba vendado con telas de lino. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró desgarrarlos en retazos. A pesar de ello, no consiguió ver la luz: una oscuridad total se le imponía.

La espalda dolorida lo impulsó a mover los brazos hacia arriba: se dio con la ingrata sorpresa que una especie de tapa de madera se lo impedía. Golpeó y golpeó repetidas veces, hasta que la tapa de madera cedió. Sintió cómo sus manos sangrantes retiraban esa barrera en medio de la oscuridad, esa oscuridad que no lo abandonaba.

Cansado por el esfuerzo, se quedó sentado por unos minutos. Cuando quiso pararse, su cabeza chocó contra una superficie sólida. Levantó sus manos para revisar: no había duda, un sarcófago de roca impedía la salida. Su condena a muerte había sido cumplida fielmente por sus captores.

Golpeó insistentemente en la roca y gritó esperando que alguien lo escuchara. Todo fue inútil. Resignado y exhausto, se echó sobre la dura superficie también de roca. “Al menos demostré que he muerto peleando”, se dijo para sí el derrocado faraón. Cerró los ojos, con la fatua esperanza que un día lo fueran a encontrar.

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La cueva del duende (capítulo once)

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(viene del capítulo anterior)

Una vez en la salida, Arturo pidió a sus amigos, que habían vuelto del campamento con varias cosas, que le pasaran su mochila. “¿Hay algo allí para ayudar a Jorge?”, preguntó Rosa con aire esperanzado.

La expresión de su rostro cambió de golpe cuando se dio cuenta que lo que traía dentro de dicha mochila no era otra cosa que explosivos. “Lo siento, encerrarlo es la única forma de detenerlo”, dijo resignado el escalador.

Rosa quiso oponerse y le pidió que no hiciera eso. Los otros escaladores tuvieron que contenerla y llevársela de allí para que no impidiera la explosión. Arturo preparó la trampa con los explosivos y espero que Jorge llegara a la boca de la cueva.

“¿Qué haces aquí, amigo?”, preguntó el duende al tener cerca a Arturo. “No dejaré que salgas a atormentar a nadie más”, advirtió el escalador con actitud desafiante. La respuesta enfureció a Jorge, quien se abalanzó hacia la entrada. Arturo presionó el detonador en su mano y cerró los ojos.

(continúa)

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Disputa en Los Robles (capítulo veinticuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Tras unos segundos de indecisión, los dos hombres se abalanzaron uno contra el otro. Rodolfo tomó la iniciativa y, con toda su corpulencia, pechó a Lucho, quien trastabilló y terminó en el piso. Lo golpeó en el suelo pero, antes que recibiera un golpe de gracia, el joven tomó un poco de tierra y la lanzó hacia la cara de su tío.

La sorpresiva treta hizo retroceder a Rodolfo, y esto aprovechó bien Lucho, que agarró moral y empezó a sacudir la cara del patrón con varios certeros y violentos puñetazos. Rodolfo cayó semiinconsciente y sangrante sobre el suelo.

Su mirada se fijó en el revólver que le había devuelto, lo retiró de la funda y apuntó hacia su tío, que aún se mantenía echado y jadeando en aquel lugar. Constanza, que se había quedado inmóvil junto a González, se le acercó corriendo y lo jaló de un brazo para que se fueran de allí. “Necesito verlo de frente, una vez más”, dijo el joven en tono firme e impasible.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

Un día volvía del colegio a la hora del almuerzo. Me sorprendí gratamente cuando Erik me abrió la puerta. “Hola niño, te estábamos esperando”, dijo él con ternura y tomó mi mochila. Yo le agradecí y me acerqué corriendo a abrazar a mi abuela.

Ella me saludó muy efusivamente y me mandó a lavar las manos. En el transcurso del almuerzo, los viejos amigos conversaban animadamente y sus ojos brillaban al recordar las antiguas épocas de sus años mozos.

“Pero fíjese usted señor, ¡eso ya no existe ahora! Ni respeto ni nada”, reclamaba mi abuela con total desaprobación, mientras el señor Erik repetía a cada vez “exacto, exacto” y movía la cabeza, en concordancia con su afirmación.

(continúa)

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Ansioso

[Visto: 413 veces]

Es así como vivo

cuando miro el tiempo

que avanza en el reloj,

si el bus se tarda

más de lo que puedo imaginar,

o en la espera frecuente

de tu distante encuentro.

Ansioso, así me siento,

procurando no mirar el reloj,

no desesperar más de la cuenta,

no reclamarte cuando llegas.

¿Será que el problema

no es el tiempo y sí soy yo?

A veces lo creo, y otras

sólo espero el momento que

segundo a segundo

mi ansiedad desaparezca.

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La cueva del duende (capítulo diez)

[Visto: 526 veces]

(viene del capítulo anterior)

Los tres escaladores corrieron hacia el sendero por donde habían entrado a la cueva, pero la criatura era muy veloz. “Sigan, sigan”, gritó el tercer hombre a Arturo y Rosa, y se quedó rezagado mientras tomaba en sus manos las estacas.

Decidido a frenar al duende Jorge, él lanzó una de las estacas. La criatura no vio venir la herramienta y su pierna fue atravesada por la estaca. El duende sintió un agudo dolor y vio cómo el escalador se mostraba decidido a enfrentarlo. “¡Me la pagarás!”, gritó Jorge totalmente enfurecido.

Mientras tanto, Arturo y Rosa, ingresaron por el sendero. Luego de unos pasos, los gritos desgarradores de su amigo tocaron la fibra sensible de Rosa, quien quería volver a ayudarlo. “Es muy peligroso: Jorge es muy fuerte, pero creo saber cómo pararlo”, señaló Arturo y continuaron hacia la salida.

(continúa)

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Disputa en Los Robles (capítulo veintitrés)

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(viene del capítulo anterior)

Rodolfo le preguntó hacia dónde se dirigían. “Ya lo sabrás”, fue la breve respuesta de Lucho y siguió conduciendo, hasta llegar a la hacienda. Apenas notó su presencia, González abrió el portón y los dejó pasar.

“González, ¡ayuda, ayuda!”, gritó Rodolfo a ver pasar a su capataz. Entonces notó que no le hacía caso y cayó en cuenta que era cómplice de su sobrino. Sintiéndose abandonado, él se desmoronó en el asiento, esperando que Lucho hiciera su siguiente paso.

“Llegamos tío”, avisó el joven. Apagó el motor y bajó de la camioneta. A su vez, Rodolfo también salió y vio que se había estacionado junto al establo. Lucho condujo a su tío dentro del mismo y lo puso frente a él. Allí los esperaban Constanza y González, quien cargaba un arma.

Una vez allí, Lucho dijo que quería proponerle algo. “Quiero una pelea justa, a puño limpio: si yo gano, liberas a Constanza y a González”, afirmó el joven. Rodolfo preguntó qué pasaría si él ganaba. Lucho le entregó el revólver y señaló: “haz lo que tengas que hacer”.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca

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A veces me pregunto qué es lo que el viejo Erik me hubiera dicho ante mis problemas presentes. Es verdad que, cuando estoy frente a su tumba, dejo que escapen algunas palabras. “Hola viejo amigo, ¿cómo te va?”, comienzo siempre en cada visita donde él aguarda ya tranquilo, sereno.

Y mis lágrimas se sueltan libres al recordar que no siempre fue así. Que hubo una época donde ambos podíamos vernos las caras: yo saliendo de la casa de mi abuela, rumbo a la panadería, y él sentado en una de las bancas blancas del verde parque.

“Muchacho, ¡qué bueno verte!”, dijo el hombre al verme llegar hasta su lado caminando con mi bolsa de pan. Y nos quedábamos conversando cinco o diez minutos hasta que sintiera que se enfría el pan. Entonces, yo me despedía apurado mientras él se reía y se reía.

(continúa)

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La cueva del duende (capítulo nueve)

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(viene del capítulo anterior)

Al llegar, encontraron una escena extraña: sobre un altar de piedra, Arturo estaba echado, inconsciente, mientras una criatura peluda y de color verde está encima de él. “Fuera monstruo”, gritó uno de los escaladores al ver la amenaza contra su amigo.

“¿A quién le has dicho monstruo?”, escucharon una voz potente y amplificada por la estructura de la cueva. La criatura, que había mantenido su rostro agachado, alzó la mirada. Y vieron lo que era imposible: Jorge es esa criatura.

“¡Nadie me llama así!”, gritó  la criatura y se abalanzó sobre el escalador. Con toda la fuerza de sus extremidades, Jorge dominó a su contrincante y ferozmente lo hirió con sus garras. Finalmente, hundió su brazo en el pecho del escalador y le extrajo el corazón.

Vio los ojos del hombre perder su brillo y se comió el órgano vital. Volteó la vista hacia el altar, pero ninguno de los otros tres estaba allí. “No se escaparán”, dijo Jorge y se lanzó en su búsqueda.

(continúa)

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Un buen amigo

[Visto: 694 veces]

Sentado en la barra

espero a mi amigo.

No lo veo tal vez ocho

o quizá diez años,

ni sé siquiera si vendrá.

Él me ofreció buenos momentos,

yo sólo devolví atrasos,

olvidos y caras largas.

Fui torpe y descuidado

para con mi amistad:

Siempre tan lejos

y tan poco dado a escucharlo.

Pensando en todo esto,

sentí una mano sobre mi hombro:

Era él y nadie más,

era él y su amplia sonrisa,

que hacía que borrara

todo mi pasado absurdo.

Una ronda de cervezas

en recuerdos nos hizo navegar.

En un ¡salud! borró mi tristeza

y en un ¡salud! amplió la alegría.

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