La cueva del duende (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Jorge tuvo un rápido restablecimiento. El doctor, aún sorprendido por su recuperación, le dio el alta. Rosa se alegró con la noticia y personalmente lo llevó hasta su casa. Cuando ya se iba, le preguntó si la vería más noche. “Sí”, respondió ella con cierto rubor y se fue.

Y es que verla a su amiga cómo lo cuidaba todos los días desde que despertó, lo animó a ir más allá de su amistad. Aquella noche salieron a pasear y caminar por el parque. Jorge se dejó llevar por la tenue iluminación de los faroles y la besó. Rosa consintió y también lo besó, convencida que el momento propicio había llegado.

Regresaron hasta la casa. Él la invitó a quedarse pero ella se negó. “Me tengo que ir, pero nos veremos en la próxima escalada”, señaló Rosa con una sonrisa. Jorge la miró hasta que volteó en la esquina de la calle. Se apaciguó y se sintió algo cansado y pronto se durmió. Tuvo un extraño sueño donde escaló las rocas y alcanzaba la cueva donde se guareció.

Avanzó intrigado por los incomprensibles sonidos que escuchaba y una cierta fosforescencia verde a su alrededor. Finalmente llegó ante la presencia de una pequeña criatura de cara arrugada y vestida con ropajes también verdes. Se acercó para tocarlo y se dio con la sorpresa que se trataba del fondo de la cueva, ese fondo que, como espejo, lo reflejaba.

(continúa)

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