El monstruo de Huarumarca (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

La preocupación de Tomás se debía, justamente, a la desaparición de un niño. Se trataba de Rodrigo, el hijo de su compadre Higinio quien, junto con otros hombres del pueblo, había buscado al menor por los montes cercanos al pueblo, sin suerte.

A quien sí sintieron cerca, fue a un lobo que merodeaba por allí: oyeron sus aullidos, les pareció verlo entre las ramas, e incluso pisadas palparon luego que lo asustaron con sendos escopetazos. “Son frescas”, dijo Higinio al revisarlas, “hay que seguirlas, quizá me lleven hasta mi niño”.

Pero no tuvieron suerte: las huellas se desvanecieron con la lluvia que empezó a caer. Aquella misma noche, luego que el aguacero amainó, apareció la luna radiante y entera, iluminando con su faz el pueblo entero.

A la mañana siguiente, salieron muy temprano los hombres, con Higinio y Tomás a la cabeza, para seguir buscando en el monte. No habían caminado mucho, cuando un rastro de sangre fue visto por unos árboles. Se acercó Higinio y esto lo desesperó. “Hay que seguir el rastro, mi niño está herido”, enfatizó el padre mientras corría monte arriba.

(continúa)

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