Pepe dobló la esquina y siguió corriendo a todo lo que pudieron sus piernas, pero los esbirros lo persiguieron en un auto. Dos hombres con lentes negros se bajaron, lo sometieron y lo llevaron dentro del auto.
El periodista perdió la noción del tiempo mientras sus ojos nublados no le dejaban ver el exterior. Luego de un largo rato, en que incluso el día se convirtió en noche, el auto paró y los dos hombres lo sacaron a rastras. Aunque ensangrentado por los golpes recibidos, Pepe pudo percibir el olor de la brisa marina.
Los esbirros lo golpearon un rato más y finalmente uno de ellos le apuntó con una pistola. “Te estamos vigilando: esta es una advertencia, la próxima estás muerto”, dijo y disparó dos balas hacia la playa. Los esbirros se retiraron y el periodista, adolorido, se quedó echado sobre la arena durante varias horas.