Como se negara a darle el Báculo Dorado, Átropos levantó la guadaña y lanzó su punta contra el suelo: al instante, se produjeron rayos y vientos cruzados que hirieron gravemente a Joel. A pesar del espectacular ataque, el joven eterno mantuvo el báculo en sus manos.
Fue ahí, en ese momento de debilidad, que pudo percatarse lo peculiar de dicho bastón: no era su color, sino una especie de reloj incrustado en su superficie, con una sola aguja que se movía rápidamente. “No tienes el poder para calibrar el tiempo del universo, por eso es que sólo puedes destruirlo”, sentenció la Moira extendiendo la mano una vez más.
Resignado, Joel iba a entregarle el báculo, cuando una voz lo detuvo. Era Chronos quien le hablaba directamente a su cerebro: “No confíes en Átropos: su meta es la muerte del universo y de todo ser viviente, para reinar sin oposición”.
“Confía en la medalla y en tu fuerza interior”, le exhortó el espíritu del dios antes de silenciarse. Joel tomó la medalla entre sus manos y animoso gritó: “Por la humanidad”. Átropos lo atacó con su guadaña, cuando un destello la encegueció unos segundos. “No es posible”, dijo asombrada la Moira al ver que la guadaña se había roto.