El rostro de Paul

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Son las tres de la mañana de un sábado cualquiera. La euforia de la juerga recién terminada aún exuda de los cuerpos danzantes. Tres jóvenes, dos mujeres y un hombre, apenas han salido y suben a un taxi con rumbo hacia el norte de la ciudad.

“¡Qué buena fiesta!”, exclama Nina y pega un grito entusiasta. Elisa asintió y volvió a reír en su borrachera, mientras que Paul se quedó callado por el cansancio. “Que se repita”, sólo atinó a decir cuando lo presionaron por su comentario.

“¿No que íbamos a tu jato?”, preguntó él desconcertado cuando Nina pidió al taxista que pare frente a un hostal. “Que no: mis viejos me matan”, respondió ella, que ya estaba parada en la acera, “ven, baja”. Las dos chicas lo jalaron fuera del coche, pagaron al taxista y entraron por la recepción.

(continúa)

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