El amigo imaginario (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Pronto, la vida social de Roberto comenzó a desenvolverse. Sus amigos iban a visitarlo, a conversar largo rato con él y a pedirle que salga de juerga con ellos. Roberto asentía bien a lo primero y lo segundo, pero aún rechazaba las salidas por temor a dejar a Mateo solo.

Una noche, sin embargo, su madre se ofreció a cuidar al niño, así que Roberto aprovechó y salió de casa. Cuando llegó la hora de dormir, Clara subió al cuarto y escuchó las voces. Tocó la puerta y, dentro, rápidamente el niño corrió y se subió a su cama.

Clara vio que Mateo estaba sentado sobre él, pero no demoró mucho tiempo en convencerlo porque estaba cansado. Así que cuando cerró los ojos, abrió el cubrecama, colocó a Mateo entre la sábana y el colchón y lo terminó de abrigar.

Lo besó en la frente y caminó hacia la salida, cuando percibió un extraño ruido que venía del closet. A medida que se acercaba, el ruido empezó a crecer, y los tímpanos le dolían horrores. Se tapó los oídos con sus manos y salió de la habitación escaleras abajo.

Por la rapidez de la huida, Clara pisó mal, tropezó y cayó de bruces faltando un par de escalones. “¡Mamá!”, exclamó sorprendido Roberto, quien venía llegando. “Ay hijito, ¡hay un ruido espeluznante!”, gritó la señora fuera de sí.

“No escucho nada, mamá”, fue lo único que él atinó a decir, luego de cargarla en sus brazos. La recostó en el sofá de la sala y le pidió que descansara. Fue entonces que su madre se percató de la guapa joven que esperaba en la puerta. “Ella es Mónica, una nueva amiga”, dijo Roberto al presentarla.

(continúa)

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