La guerra de los oráculos (capítulo trece)

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(viene del capítulo anterior)

Nerjad reunió a sus fieles guardias, encargándoles que fueran esa noche hacia Tebes y emboscaran a Yilal y al viajero. Los guardias reverenciaron al consejero y rápidamente montaron sus corceles en dirección a la capital del reino.

Unas noches después, en el palacio de Menteuté, Manuel repasa en su recámara el libro de Ciro y va dando forma a la estrategia de defensa. Sabe que no tiene mucho tiempo para abreviar tanto conocimiento y ponerlo en práctica; sin embargo, hace el esfuerzo tratando de dormir menos horas.

En ese momento, Yilal entró en la habitación. “No es bueno que te desveles”, le aconsejó el sacerdote, explicándole que él sería útil a la causa del rey siempre que estuviera física y mentalmente bien. Manuel entendió y cerró el libro.

Empezaron a sentir pasos fuera de la habitación. Yilal llamó a los guardias del palacio, que no contestaron. El viajero se colocó el arma en su brazo, al tiempo que los asesinos ingresaban en el aposento. Manuel lanzó ráfagas de energía lo más rápido que podía.

No sólo logró contener el ataque, sino que mató a toda la guardia enviada por Nerjad. “Yilal, estamos a salvo”, dijo el viajero esperando una respuesta. El sacerdote no contestó. Extrañado, Manuel volteó la cabeza: el hombre agonizaba, atravesado por una lanza.

El viajero se acercó a él y levantó su cabeza del piso. Yilal lo miró con una triste sonrisa. “Tú eres el futuro, confío en ti”, repitió el sacerdote en tono cada vez más bajo, hasta que exhaló su aliento final.

(continúa)

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