Los días de un hombre invisible

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Cuando recuerdo a Ezio, no sé, me recuerda a mí en alguna época de mi vida un tanto gris: Es la escena repetida del fin de semana. Como uno de sus tantos “amigos”, Jorge se le acerca para pedirle sus apuntes. Ha podido entrar a clases pero decidió quedarse a conversar afuera.

Al terminar la misma, lo espera con su misma cara de despreocupación. “Amigo Ezio, ¿tienes tus apuntes para sacarles copia?”, le pregunta Jorge sin nada que perder. “Claro”, dice Ezio y Jorge casi que le arrancha el cuaderno se dirige raudo a fotocopiar.

Vuelve y le entrega el cuaderno. Mientras Ezio trata de preguntarle por la pípol, qué planes pa más tarde, Jorge parece desentenderse de él: “pues no sé… no he hablado aún… aún no los llamo”. Llega alguno de sus amigos simplones, lo saluda, lo presenta a Ezio y se pone a conversar con él.

Ezio quisiera intervenir pero no hay forma, no hay tema del que pudiera colgarse. Sabe que debería despedirse, decir “hasta luego”, pero le da coraje ser buena gente cuando a él lo ningunean sin empacho.

Han pasado cinco minutos. Jorge ya está por finalizar cuando se voltea de despedirse de Ezio. “Hablamos E…”, y se le corta el habla. El muchacho que hace unos segundos veía, ya no está. Es como si se hubiese desvanecido en el aire.

(continúa)

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