La guerra de los oráculos (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Para cuando despertó, muchas horas después, Manuel observó estar en un pequeño espacio, amarrado a una silla. Frente a él una mesa y otra silla vacía. Una persona se acercó desde la derecha. Un hombre con pelo negro y corto que aprovechó para sentarse.

El captivo preguntó al extraño quién era. El hombre se lo quedó mirando y le devolvió la pregunta. “Soy Manuel, líder de un grupo de personas”, respondió al ver que no tenía opción. “¿Cómo llegaron aquí?”, inquirió otra vez el extraño.

“No lo sé”, contestó Manuel exhausto. La sed lo estaba matando y se lo hizo saber al otro. El hombre dudó unos segundos, pero luego fue por un recipiente con agua y se lo dio de beber. “Gracias”, dijo Manuel al terminar. El semblante del extraño cambió y lo miró con mayor confianza.

“¿Qué haces aquí’”, aprovechó Manuel a preguntar al notar esa actitud. “También soy líder un grupo de personas, nos refugiamos aquí luego de El Gran Ataque”, respondió con abierta honestidad.

A continuación decidió desatarlo y extender su brazo. Manuel se incorporó con alguna lentitud, pero mantuvo la firmeza al momento de extender su brazo. “Soy Ciro. Veo que somos del mismo tipo de gente”, afirmó el hombre con una tenue sonrisa.

(continúa)

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