“Te protegeré”, dice convencido Neto, sacando el revólver del bolsillo y apuntándole a Jano en la cabeza, mientras aprovecha para colocarse detrás de su amigo. “No me obliguen a matarlo”, amenaza Neto haciéndole creer a Domínguez y los demás que él es el encapuchado. Retrocede hacia el bosque pero los policías se mantienen a distancia prudente.
Ya algo adentrados en la espesura, y tomando ventaja de la noche sin luna, Jano saca un par de granadas que llevaba en el cinto y las lanzó contra los oficiales. “Corre”, le gritó a Neto antes que los artefactos estallaran en una lluvia de fuego fulminante. Los heridos disparaban desde el suelo balas que sólo herían al viento. Los muertos, como Domínguez mismo, estropean con su sangre el verdor el bosque.
Jano y Neto corrieron hasta que llegaron a un claro en el bosque. “Te debo la vida”, habló Jano extendiéndole la mano, pero Neto la rechazó: “sólo te lo aceptaré una vez que acabes con Yancarlo”. Salieron caminando hacia la ciudad, y Neto llamó al narco. “Y bien”, respondieron al otro lado, “¿murió el criminal?”. “No, pero ya sé la verdad”, enfureció Neto, “voy por ti, Yancarlo”, dijo apagando el celular…