El hombre en la capucha (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, Neto va a la bodega de Demetrio, su cincuentón y avaro tío. Cuando llega a eso de las diez, la puerta del negocio está cerrada a pesar que atiende hasta pasada la medianoche. “Qué extraño”, piensa el joven mientras golpea insistentemente en la puerta. Para un momento. No contestan. Vuelve a golpear y una voz colérica le pregunta quién es.

“Soy yo, tío, Neto”, habla el joven. Demetrio le dice que vuelva más tarde. “No puedo”, se excusa Neto, “es un pedido urgente”. “Ya voy”, dice el viejo, “¿de cuánto hablamos?”. “Diez”, le contesta el de afuera. “Está bien, espera un momento”, responde el viejo mientras busca la mercancía. Luego de tres minutos, Demetrio abre la puerta y le entrega sendos paquetes de pastillas de Neto.

– Aquí tienes sobrino.
– Demoraste tío.
– Negocios pues, sobrino…
– Ah… ¿Está el nuevo men aquí?
– Calla, Neto, no seas tan chismoso.
– Está bien, tío.
– ¿Y el dinero?
– Aquí tienes.
– Bien sobrino…
– Hey, ¿mi comisión?
– Toma cinco pues…
– ¿Cinco? Ya pues tío…
– ¿Qué más quieres? Has bajado tu cuota… Bueno, cinco más.
– ¿Ves que hablando nos entendemos?
– Ya… ¡Largo de aquí!

Demetrio cerró la puerta del negocio y Neto se alejó presuroso de allí en dirección a la casa de Jano. “¿Quién era?”, preguntó el otro hombre en el lugar. “Era mi sobrino, Neto”, se disculpó el viejo, “él me ayuda con el negocio”. “Ya veo”, respondió el otro, “pero espero que la próxima no interrumpa nuestra charla”. “No te preocupes Yerbo, no volverá a ocurrir”, lo animó Demetrio, al tiempo que el otro encendía un cigarrillo, cuyo humo oscurecía más la visión de su rostro…

(continúa)

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