Herido de boca

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Prudencia. Una de las palabras más manoseadas y, por el contrario, menos comprendidas de este idioma. ¿Por qué será que cuando necesitamos decir las cosas de modo tal que no lleve a malentendidos, expresamos las frases sin ningún tino consiguiendo que los demás nos miren con mala cara? A mí, que me ocurre a menudo, no es algo que me mantenga indiferente, por eso es que constantemente pienso en el tema que me ocupa.

Y es que no siempre las personas quieren enterarse de todos los detalles o de toda la sinceridad que recoge una información. Ni tampoco están dispuestas a aceptar ser el hazmerreír de los otros por bromas o subidas de tono o repetitivas, que mellan el espíritu de uno y lo conminan a mantenerse a la defensiva. Es entonces que tiene que aparecer la capacidad de cada individuo para mandar información sin llegar a incomodar al interlocutor.

Como se puede ver, la prudencia aparece, no como promotora del secretismo, sino que funciona como el tamiz necesario para una concreta y correcta comunicación entre hablante y oyente, comunicación que sin menoscabar su importante contenido, sirve para realzar su calidad y conectar a las personas. Si alguien puede entender eso, pues significa que se acabaron los nefastos “irse de boca”: recordar que las palabras pueden herir peor que los golpes.

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