Sangre

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El patio vacío soslaya e inquiere al imperturbable silencio: ¿Dónde están? ¿Adónde los han llevado? Lo sorprende una voz tranquila y cantarina. “No preguntes. Ya no están. Nos han abandonado”. El patio intenta ver de dónde proviene aquella voz, voz que sale desde su centro. “Soy la fuente”, dice, “yo estoy presente y ellos no volverán”. El patio se despierta y se retuerce, comienza a agrietarse: algo lo inquieta desde su ser, algo que no ve pero infinitamente siente.

“Se los han llevado los guardias negros. Se han llevado vociferando el padre, clamando piedad la madre y llorando los dos niños”. El patio se exaspera: las grietas se profundizan y alcanzan a la fuente, que siente un gran dolor. “Se los han llevado junto con otros de su condición. Sólo esperan en la cárcel el llamado del verdugo”. El patio grita y su grito se manifiesta en su piel, aquella piel que se vuelve costra. La fuente sobrevive el embate pero es aguda la pena.

“Hoy amanecieron, rezando al creador. El padre escribió una carta en que nombra a nuestro benefactor”. Las costras salen de su sitio y puede observarse la tierra debajo. La fuente, afectada en su base, apenas soporta aquel incontenible dolor, pero se jura que hablará aunque sólo emita una exhalación. “Hoy los llevaron a la guillotina. Hoy perdieron sus vidas”.

Y no pudo decir más: la base estalló y su torrente de agua se desvaneció. El patio, cansado, se echó a morir. De sus costras salió un líquido rojo a medio coagular: ¡Sangre! La sangre de sus difuntos, la sangre de sus patrones. (30.03.2007)

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