Era una flor que hasta el final supo estoicamente mantener su brillo. Solía siempre deslumbrar en el firmamento azul de nuestro afecto. La sideral ternura que la animaba y, con la que solía envolvernos diariamente, se ha trasladado, de pronto, hacia otras galaxias desconocidas que existen más allá de la muerte.
Hoy que mi madre es nada, hoy que su nombre agigantado en mi tragedia ya no existe, digo que su voz se ha apagado para siempre, pero el estruendo de su recuerdo es un taladro perfumado que mitiga el camino espinoso de nuestra existencia.
Consuelo se ha ido sin pedir permiso, ha partido de pronto sin saber que su amor era la suma de todos los afectos, de cuánta historia de amor se ha escrito en todos los idiomas. Por eso a partir de ahora seguirá siendo el pan que calma nuestro hambre, el agua que aplaca nuestra sed, el abrigo que ampara nuestro frio. ¡Cuánto amor se ha ido de pronto!, ¡Cuánta vida nuestra se ha llevado por delante!
Hoy que mi madre es nada, que habita en el vacío incomprensible de la muerte, es necesario repetir, esta vez al mundo, todo lo que la amábamos, toda la alegría de la que era una sabia síntesis. Todo el caudal de ternura que cobijaba para dárnoslo sin ambages ni reticencias.
Todavía me pareciera verla sentada al pie de su cocina a leña esperando con el alimento caliente para entregárselo generosamente a sus hijos. Todavía me parece verla siempre atenta a los vacíos que teníamos para acudirnos con cariñoso apoyo. ¡Ay! Madre, mujer de noble misión que cumplió a cabalidad su destino. Mujer que dio su vida para que podamos seguir viviendo, en el más ortodoxo sentido de la palabra.
Quién sino tú madre para ponernos en la órbita del familiar encuentro, quién sino tú que nos enseñaste con la bondad más transparente y ejemplificadora a amar a los demás sin mezquindades ni soberbias, quién sino tú que diste hasta el instante final una lección de coraje y sacrificio por la vida, quién sino tú madre amada para decirnos cuídense y quiéranse siempre. Las palabras se apocopan cuando de hablar de ti se trata. Balbuceo frente a tánta nobleza tuya y mi memoria se torna trémula..
Por eso y por cosas que callo hoy quiero decirte a nombre de todos: gracias. Gracias por las alegrías que nos brindaste, gracias por el amor que desbordaste, gracias por las innumerables veladas que diste a nuestras vigilias, por sobrellevar con disimulo los sinsabores que pudimos darte. Gracias Madre.
A partir de ahora tu recuerdo siempre será aurora, rocío y amanecer vitalizante, jamás crepúsculo ni ocaso, nunca olvido ni deseperanza.