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El autor de este post flanqueado por los desaparecidos hermanos escritores Alejandro y Juan Contreras Sosa, jaujinos a carta cabal (Plaza de Armas de Jauja, enero de 1984)
Por DARIO A. NÚÑEZ SOVERO
“No seas huantino” es una manera común de expresarse en ambientes del departamento de Ayacucho. “Pareces jaujino”, es otra expresión que es frecuente escuchar en medios locales de la provincia de Huancayo, especialmente.
Ambas expresiones y otras de marcado tinte regionalista, constituyen cotidianas maneras de expresar no sólo estados de ánimo, sino que también son recursos del arte de la interlocución para estigmatizar y vituperar a las personas, no sin antes poner cierta fuerza peyorativa a la enunciación.
Sucede que en nuestra Patria, donde la idea de nación es algo incipiente, según Julio Cotler, en contraposición los micronacionalismos son fuertes y se hallan muy arraigados en las gentes.
Existe una marcada vocación para exacerbarlos. Los internacionalistas, los indoamericanistas, y los nacionalistas, con facilidad caen en esto que casi constituye un modo de ser propio de nuestra idiosincrasia mestiza e híbrida. Por ello no es raro constatar la rivalidad que existe entre arequipeños y camanejos, entre trujillanos y chiclayanos, jaujinos y huancaínos y así podríamos ir mencionando numerosos ejemplos de cómo este casi enfermizo amor telúrico, deriva haciéndonos enfrentar entre propios hermanos a costa, muchas veces, de restar energías, que mucha falta hacen, para forjar el despegue de nuestro lares maternos.
Quería retrotraer en nuestro epígrafe a Oscar Wilde, autor de esa novela que raptó nuestro entonces interés juvenil: “La importancia de llamarse Ernesto”, para señalar, en suma, la importancia de llamarse jaujino, como por extensión, muy bien podría sentenciarse que es importante llamarse trujillano, huantino o ayacuchano porque, sin ánimo de desconocer otros gentilicios, todo pensante vive de sumo orgulloso del lugar que lo vio nacer.
Sin embargo, en el hecho concreto del jaujino, serlo va más allá de la simpleza que pudieran implicar estas reflexiones. Es llegar a adjetivos que nos califican en lo ético. ¡Quién no ha oído decirle a un jaujino rajatabla!. Para una jaujino nato y neto, esto constituye una orgullosa expresión que satisface plenamente; no se trata en ningún caso de una expresión oprobiante, antes de eso es casi juzgamiento al hecho de que ser jaujino es ser una persona que ama la rectitud de la conducta humana, que vive en sed permanente de justicia, amante y pretencioso de la gloria de su pasado, lo señorial de sus costumbres y su devoción por la belleza del paisaje de la provincia.
Ser jaujino, o si quieren, ser rajatabla, es ser una persona cuya particular y afinada ilustración la obliga a moverse dentro de una axiología severa, ubicándose siempre dentro del esquema del “deber ser”… No es pues algo gracioso el ser rajatabla, por lo mismo, es la antípoda: una manera de proyectarse a una sociedad donde las personas sepan actuar dentro de marcos definidos, restándole la espontaneidad y banalidad que caracteriza a los comportamiento de los grupos sociales de nuestros tiempos.
Ojalá los millones de peruanos, pudiéramos proclamarnos algún día como rajatablas, de seguro que muchos de aquellos esquemas culturales vacuos y soberbios (como de los que animosa y perversamente nos quieren vilipendiar), se superarían. Entonces la memoria de filósofop peruano Augusto Salazar Bondy tendría plena vigencia, pues su tesis de la cultura de la dominación volvería a estar en los cenáculos de la discusión y la tertulia.
(*) Este artículo fue publicado el sábado 25 de setiembre de 1982 en la página editorial del Diario Correo-Huancayo.
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