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JOSÉ KATO: REQUIEM PARA UN AMIGO JAUJINO DE RASGOS DEL PAIS DEL SOL NACIENTE

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JoseKato

Año 1979 en el que José Kato era regidor de la Municipalidad Provincial de Jauja bajo la Alcaldía del Abog. Israel Martínez Parra

Darío A. Núñez Sovero

Como la luz que antecede a las sombras, como la noche que arriba al final del día, tu súbita ausencia nos ha sumido en una turbadora oscuridad. La muerte ha debido recogerte en sus dominios con la sorpresa propia de quien es cogido de impensada forma. Es que ya nos habíamos habituado a verte apostado, como un leve vigía de ojos atentos y rasgados, en la puerta de ese local que fue la sede de tus múltiples afanes y que está ubicado en nuestra Plaza Mayor. Uno de ellos (quizás el más sublime) es, justamente, el que me mueve a escribir estas líneas de golpeado sentimiento: tu acendrado amor por Jauja. No puedo callar todos los gestos y conductas que desplegaste por traducir tu cariño al terruño nuestro en pos de un despegue por nuestra provincia. Gracias José por esa generosa entrega que (ojalá) debe merecer el reconocimiento de todos quienes lo hemos constatado.

Atrás quedaron muchas cosas, José. Como músicas sordas merodean nuestra Jauja tus correrías con tus amigos de infancia. ¿Recuerdas?, cuando te hacías la “vaca” con Rosendo Balvín y con Víctor “Chaqui” Dávila. Cuando nos concentrábamos en interminables tertulias en el café de ensueño de Galindo Santos que se ubicaba frente al Cine Colonial y hoy ha sido relevado por horribles moles de cemento. Aún hoy martilla mi memoria tus gratas visitas que me hacías en Trujillo, adonde acudías a ver a tu hermano Roberto, y (de paso) a mi bellísima compañera de estudios, Amelia Suyoshi, de quien te sentías atraído y por la que desafiabas la estricta disciplina de mis maestros universitarios. O aquella vez que fuimos a pasear por las ruinas de Chan Chan y cuando nos fuimos a almorzar a Huanchaco, de pronto cayó a tus pies un balón de fútbol, y para sorpresa tuya fue a recogerlo nada menos que Haya de la Torre, quien se relajaba jugando fulbito en la playa con un grupo de mozalbetes y, además, quedó sorprendido cuando respondiste a su pregunta “de donde eres” y con energía le dijiste “de Jauja”, Haya no pudo menos que decirte “un japonés en Jauja”. Tus paisanos niseis deben haber retenido la imagen tuya cuando con la velocidad de un rayo les entregaban a domicilio el desaparecido periódico “Perú Shimpo”, tarea que cubrías con la complicidad metálica de tu bicicleta Monark. Por mi parte tu recuerdo tiene la misticidad de tu figura devocional al pie de las bancas de nuestra iglesia a cuyas misas dominicales ibas puntualmente para expiar tus culpas y, hoy (justamente cuando es imposible expresarte mi felicitación) me entero por boca del mismo Párroco (quien te contemplaba sabatinamente con especial gratitud y admiración) de tus esfuerzos bienintencionados para cambiarles permanentemente las flores del altar de nuestra Virgen del Rosario, a quien confiaste tu inquebrantable fe. Y así, José, podría ir enumerando las incontables ocurrencias (anécdotas también le dicen) que forjaste en tu rica existencia pero que, lamentablemente, la estrechez de estas líneas coactan nuestra voluntad.

Lo que si debo remarcarte, aunque tarde, es que tus actos marcaron con nobleza el sentir de nuestro pueblo, ese pueblo que llora tu partida porque sabe que ha perdido a uno de sus mejores hijos, uno de los que, sin tener los rasgos mestizos nuestros, supo mejor interpretar cómo se forja el porvenir de sus hijos y cómo se lucha para que Jauja vea su porvenir con tesón y esperanza.

Hoy que estás frente a Dios en el país de la morada eterna, pídele que no nos desampare. Jauja y los tuyos te lo agradecerán hasta el final de los siglos.