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VIL COCODRILO

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Darío Núñez Sovero

Los carnavales de Jauja se anuncian con un preámbulo de lluvias y huaycos muy propios de este tiempo y los naturales de nuestra añeja provincia nos aprestamos a alistar nuestros  atuendos multicolores y de una gravosa vistosidad  para participar en ellos, con la alegría que nos  han reconocido estudiosos de la PUCP, como Jorge Yamamoto, para quienes nuestro valle es el más feliz del Perú por cuanto todo el año vivimos envueltos en un espíritu festivo sin par en este enclave montañoso que llamamos país.

Cuando los carnavales de Jauja sean un concierto múltiple de centenas de parejas festivas en cuanto barrio hay en nuestra provincia, los “cachimbos” (como así llamaban nuestros antiguos a los músicos) despedirán de sus sonoros instrumentos sentidas mulizas y huaynos que sacudirán los espíritus de los asistentes convocando la alegría y a la par la nostalgia de todo lo vivido y gozado en nuestras precarias vidas. La elegancia será como un ritual de devociones a Momo y el acompasado discurrir de los fiesteros generará más de un asombro a los espectadores. Y en medio de esa frenética alegría aparecerá nuevamente la muliza como una grandiosa exaltación a la vida y una oportunidad de demostrar el garbo y donaire del hombre xauxa. ¡Nada más hermoso y altivo como bailar una muliza de carnaval jaujino!

Una de esas mulizas carnavaleras, de las varias que hay,  es justamente “Vil Cocodrilo”, pieza insoslable de toda la música del carnaval de Jauja. Ella llega como un torrente de notas agudas para desembocar en otro de notas graves, como si la quinta de Bethoven anunciara su versión andina cayendo sobre los barrios de Jauja. Y he querido detenerme en esta muliza porque es mi propósito rendir mi postrer homenaje a su autor: el marqueño Buenaventura Fabián, quien en los momentos aurorales de la Banda “Sinfonía Junín” llegó a ser su director, año 1967.

Fue en ese tiempo que conocí al buen Buenaventura (no es un pleonasmo), un hombre de amplia sonrisa y abundante humor, dotado de una sencillez extraordinaria y un innato talento para la música. La aguda percepción del “Chino” Juan Loayza Castro, uno de los últimos exponentes de la bohemia jaujina, lo llevó a designarlo como profesor de la banda de música del Colegio “Toribio Rodríguez de Mendoza” de su natal Marco. Fue en esos avatares y luego de incansables tertulias que me confesó, con humildad franciscana, que él era el autor de la muliza “Vil Cocodrilo”. Esa sinceridad de nuestro talentoso músico quedó grabado en mí para siempre. Y retrotraigo este recuerdo por cuanto, hacen menos de cinco años, leí en el Diario Correo de Huancayo una nota periodística dando cuenta  que nuestro paisano Apolinario Mayta Inga iba a presentar a la comunidad regional y nacional su reciente obra escrita llamada “Monografía de Sicaya”. El asunto, además de un merecido reconocimiento al autor, no tendría mayor  relevancia si no fuera porque dentro de sus páginas Apolinario Mayta le asigna la autoría de “Vil Cocodrilo” a un personaje sicaíno.

Mi cercanía a Mayta Inga me ha llevado a hacerle las correspondientes observaciones a este asunto. Mi amistad y lealtad con el desaparecido Buenaventura Fabián me exigía hacerlo. Sin embargo como respuesta he obtenido que, desde hace tiempo, mucho de la autoría de la producción musical de nuestro anchuroso valle es “pirateada”. Encuentro que la explicación no es consistente, pero aún si fuera así (cosa que me resisto a aceptar) la pregunta sería: ¿quién “pirateó” a quién?. Conociendo a Buenaventura Fabián, de él, no creo.

Intrigado por esta versión del autor de la Monografía de Sicaya, acudí inmediatamente a Marco para entrevistarme con Fabián y pedirle que me muestre la partitura original, mi desazón llegó cuando constaté que estaba, lamentablemente, con demencia senil. Sencillamente no me reconoció y divagaba sabe Dios en que cielos eternos. Hoy él está muerto y traicionaría su amistad si estas cosas no las comento y las comparto con ustedes. Loor a su memoria.

Foto: Martín Valenzuela Gave