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AÑORANDO VOLVER A RECORRER EL JIRÓN JUNÍN Y EL VIEJO CINE COLONIAL DE JAUJA

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Darío A. Núñez Sovero

En esta hora matinal de tímida claridad por las persistentes lloviznas y  con un cielo aplomado por la presencia de espesas nubes que quieren opacar, también, mi memoria,  la lobreguez del tiempo hace una invitación forzada para retrotraer recuerdos de todo lo caminado, aun cuando el ambiente poblado de un penetrante frio conspire para reactualizar lo registrado a través de nuestra existencia. Es esa taciturnidad y melancolía la que hace aparecer los recuerdos vividos en nuestro lugar natal.

Y mientras recorro, la década del 50, con paso cansino pero firme, toda la longitud del ahora curtido jirón Junín de nuestra pequeña ciudad, creo venir –en mi recuerdo- a los Quintana que, en la cuadra uno, alegres esperaban los granos que llegaban de los confines de Yanamarca para comprarlos y a la vez armar cargas para ser trasladados a Lima, mientras nerviosos pasajeros aguardan subirse a algún vehículo que los lleve hasta Tarma o la selva central; en la cuadra dos era habitual ver a los tractores que bulliciosos marchaban a surcar chacras en pos de promisorias cosechas desde el domicilio de “Pachascucho” Víctor Galarza, en la cuadra tres ya nos era familiar escuchar la tertulia jocosa y “modernizante” del panificador  “Cucho” Mayor desde la bodega de Efró Aquino, ambos avecindados con “Jishu” López y el “Caballo” Núñez y en la cuadra cuatro nos fue habitual ver los afanes labriegos de don Manuel Ramírez, honorable ciudadano preocupado siempre por el bienestar de la ciudad (mientras con su hijo Lucho y otros mozalbetes de aquel tiempo nos enfrascábamos en inolvidables partida de billar en el “taco” del “loco” Prado) embarcado con sus vecinos –Pablo Peñaloza, Pancho Gamarra, los Colareta y los Terrazos entre otros- en  sacudir su rutina para entregarse optimistas a las labores  del día; en esta misma cuadra, luego veríamos los laberintos comerciales que se daban en el establecimiento de Ricardo Torres Goicochea. Mientras desato –con mi pensamiento- las cuadras de ese viejo jirón, me asiste el recuerdo de la cuadra cinco donde la familia Vilcarromero, los Marull y su vecino don Juan Rivera mostraban una cordialidad hoy olvidada y que lindaba con efusivos saludos y generosidades. Y ya en la cuadra seis, creo ver la fábrica de caramelos del japonés Onuma, el domicilio de mi profesor de Inglés, el “Raco” Rivera y los negocios de Gustavo Hurtado y los Infantes Mandujano. En este recuento de las “existencias” del jirón Junín, de pronto ya me he hallado en la cuadra siete y he creído ver nuevamente la laboriosidad del señor Toribio Suárez en cuya tienda se agolpaban personas ávidas de adquirir panes para saciar sus apetitos mañaneros, mientras al frente la esposa de don Pedro Onaka abría las pesadas puertas de su negocio de ropa típica y otras vituallas demandadas por sus clientes, más allá la casa del Dr. Víctor Manuel Márquez mostraba siempre su hidalguía y señorío al lado de la no menos hermosa casona de los Camarena, mientras –llegando casi a la esquina de la plaza y superando el negocio del restaurante “Los Angeles” de don Joaquín Kanashiro- he creído ver al antiguo local del cine Colonial, en donde hoy funciona el Banco de Crédito, mientras al final ubicábamos la tienda del señor Tafur –que luego ocuparía doña Angélica Goto- y al frente el famoso Restaurante de Benito Araki. Y ya en plena plaza principal, cuadra ocho, me arroba el recuerdo de la tienda del señor Lorenzo Lizárraga donde habitualmente contertuliaban viejos jaujinos, la notaria Peña registrando enredos de propietarios de casas y parcelas de la ciudad y las tiendas de don Víctor Hiroshi Kanashiro, Erasmo Suárez e Hiroshi Kato las que, al lado del local de “Expreso Sudamericano” desde donde muchos se despedían para iniciar su exilio en Lima, le daban a esa cuadra un marco de agolpamiento de gentes provenientes de todas partes de la provincia, entretanto, al frente, don Pánfilo Cáceres atendía con suma diligencia a sus clientes con la provisión de revistas y periódicos de actualidad y al costado su esposa vendía jugos, ambos estaban en dos kioskos de madera que luego desaparecieron cuando el parque fue desempedrado para dar paso a su pavimentación. A continuación, la cuadra nueve, siempre fue emblemática, pues en ella empezaba la primigenia tienda de Makino Umemoto y, luego del restaurante Nakamura, encontrábamos al entonces moderno Cine Colonial, mientras al frente veíamos la sastrería de don Ricarte Oruna y el Café Montecarlo de Galindo Santos justo al lado de la fotografía Ozuka. Eso lo teníamos presente siempre porque hasta allí nos desplazábamos diariamente para entablar, en sus aceras, amenas chácharas con los paisanos de nuestro tiempo y cuando digo emblemático es porque allí también teníamos al Bazar “El Baratillo” del señor Bendezú, la librería Inca, la fotografía Barzola y, casi en la esquina, la tienda del señor Chávez. Todavía me parece ver, en este desfile de remembranzas, en la cuadra diez la tienda de la señora Abilia Mayta y, al lado, la Botica del chino Alejandro Loo Llamoja, frente a la funeraria del “viejo” La Rosa (en medios bohemios se contaba, jocosamente, que cuando los deudos acudían a dicha funeraria para adquirir un ataúd, el longevo La Rosa, animado por los tragos espirituosos que se había encimado, les decía “¿y de qué sabor quieres? porque tengo de manzana, plátano, papaya y palta”, aludiendo a que sus ataúdes estaban hecho de cajones de fruta); más allá ubicábamos la casa de la familia Richter, las tiendas de ropa típica de doña Flavia Caro, casi frente de la otra gran tienda de Umemoto y la casa no menos hermosa de don Moisés Palacios; en sus esquinas, las tiendas de “Wayunca” Mayor y la panadería de don Fortunato Higuchi. El antiguo jirón Junín, siempre de casitas de techo a dos aguas, de pintorescas y coloridas tejas y de paredes de adobe a dos pisos, terminaba en la cuadra once donde ubicábamos la tienda de aguas gaseosas de don Genaro Higuchi, el hotel “Huarancayo” de Amadeo Abregou, la tienda de granos del señor Mallma y las emblemáticas de doña Juana Dávila y al frente la funeraria de los hermanos Raúl y Germán Suárez, la tienda  de don Segundino Valladares y los hermanos Felipe y Pedro Olivera, dos peluquerías: la del señor Chancafe y otra donde se reunían los músicos; terminando en la tienda de la señora Juana Mayta, una dama siempre amable,  frente a la propiedad de la familia Salas Espinoza, donde hoy se erige Caja Huancayo. Todo ese recorrido se hace presente en mi memoria en esta nostálgica e invernal hora del recuerdo y de recuento de una Jauja que, para mí, era una ciudad cargada de un tibio e ensoñado romanticismo, de gentes que aunque presurosas siempre tenían tiempo para extender un cordial saludo a los viandantes.

De este largo inventario de locales, personas y negocios existentes en el jirón Junín, por sus implicancias en la vida de sus pobladores, el que marcó la vida de muchos –incluida la mía- es, indudablemente, el Cine Colonial. No conocí el local de la cuadra siete (de la década del 40) pero si el de la cuadra nueve –que lamentablemente desapareció para dar paso a una pollería- cuya infraestructura pervive felizmente. Y eso porque en ese local creo ver estaciones de mi vida, recuerdos de niñez, de juventud y madurez.

 Cuando, niño aún, empecé a asistir a las proyecciones de películas, lo hacía esporádicamente y, por mis limitaciones económicas, iba al “gallinero” como solían denominar a la galería, la misma que estaba en la parte alta y tenía largas bancas de madera, donde nos sentábamos al lado de “pandillas” de jovenzuelos que por lo barato del precio de la entrada eran en gran número. En la parte posterior de esta galería y al medio, se ubicaba la sala de proyecciones desde donde se emitía la película de turno. Es de citar que el cine era de propiedad de una empresa que tenía una cadena de establecimientos similares en la región, así es como además de Jauja había un local en Tarma y dos en Huancayo –el cine Central y el Astoria- con programaciones idénticas pero alternadas. Es decir que lo que un día se proyectaba en Jauja, al día siguiente se hacía en Huancayo o Tarma o al revés. Lo importante es que se anunciaban programaciones semanales en impresiones que eran distribuidas anteladamente en tiendas y establecimientos públicos, de tal manera que todos sabíamos el día que debíamos asistir, según el gusto del cinéfilo; los días domingos las proyecciones eran casi todo el día: matinal, matineé, vermotuh y noche. De este modo era que, según mi apreciación, los días de mayor concurrencia de usuarios era el martes; ello porque eran esos días en que se proyectaban las famosas seriales. Recuerdo haber visto series de Flash Gordon, series de cowboys como “El llanero solitario”, de lucha libre como “El Santo” y otras que nos tenían en suspenso hasta el martes siguiente en que se resolvían agudos dramas en que quedaba la serie anterior. Era imposible perderse una serial, aunque nos faltara dinero para entrar al “gallinero” donde, en el ingreso, felizmente, estaba un señor bonachón –don Matías Zambrano- que incluso recibía monedas, por debajo, para hacerse el desentendido y fingir que no se daba cuenta de nuestra subrepticia incursión. Pero, que yo recuerde, en galería había toda una “escuela” de la replana y el vocabulario soez digno de un submundo. Esto, sin exageración. Y el momento culmen de ello era cuando, imprevistamente, en tiempos en que la película desarrollaba una situación de máxima expectación había un súbito “corte” que significaba interrupción de la transmisión lo que acarreaba que el operador -el reconocido ciudadano don “Toyo” Vivanco- se haga acreedor de los insultos más abyectos y abominables de todo el idioma, es así como en el ambiente se escuchaban adjetivaciones a viva voz como “Bombo”, mentadas de madre, y toda clase de vituperios que incendiaban los oídos y sonrojaban los rostros de los presentes, especialmente damas y niños. Y así transcurrió mi niñez cinéfila, entre seriales y chanzas con los muchachos del barrio y escuela.

Ya en plena juventud, las orientaciones de nuestros gustos fueron variando. Las seriales no nos eran atrayentes y fueron quedado atrás. Por estar experimentando una nueva etapa de nuestras vidas, también quedó atrás nuestras visitas a galería y empezamos a ser usuarios de la famosa platea alta y los laterales cuyas entradas tenían un costo mayor. Pero eso qué importaba, más fuerte era la urgencia de estar cerca de ese ambiente que encendía nuestras hormonas: el amor. Las películas épicas, de aventuras y otras de corte romántico  ocuparon un lugar preferente en nuestros gustos, pero ello no bastaba porque había un interés mayor y era el de ir al cine para concretar  alguna cita que previamente habíamos entablado con alguna chica de nuestro tiempo y, si bien es cierto que proyectaban películas muy interesantes como las bíblicas (“Los diez Mandamientos”, “Ben Hur”, “Espartaco”, “Sansón y Dalila”, etc.) o sagas juveniles como “Gigante”, Rebelde sin Causa”, “Lo que el Viento se llevó”, “Amor sin Barreras” entre otras, más fuerza y atención generaba esperar el momento en que se apagaban las luces para trasladarnos a una butaca que nos permitía estar al lado de la muchacha soñada, entonces las imprevistas sombras y oscuridad del recinto eran cómplices y servían de invitación perfecta para coger la mano de la enamorada y, en algunos atrevidos casos, darse mutuamente encendidos besos. Los pudores eran desafiados porque en aquel delicioso tiempo no había otro momento para hacerlo y entonces, decenas de romances surgieron que, luego, se convirtieron en sólidas relaciones conyugales. El cine, pues, significó para muchos el fermento para consolidar promisorios futuros al lado de la persona amada. Esas mismas sensaciones fueron muy bien captadas por algunos padres celosos que no concedían libertad a sus hijas y optaban por acompañarlas, allí las frustraciones aparecían y los desencantos permitían idear nuevas formas para el cortejo de la enamorada. Es este tiempo el que hizo del cine Colonial –y probablemente de muchos cines del país- un lugar de cortejos amorosos y un templo de edulcoradas citas. ¡Tiempos bellos!, gracias recordado cine por habernos regalado estos inolvidables recuerdos.

Con el correr de los tiempos y superados los momentos de enamoramiento, ya con la persona amada a nuestro lado, el cine siguió siendo un lugar de amena distracción de las fatigas diarias. Dado a que los nuevos tiempos eran de trabajo y con mayores responsabilidades, los momentos de descanso se redujeron y apenas disponíamos del tiempo exacto para llegar a una función de cine. Pero habían inconvenientes como, por ejemplo, la gran demanda de entradas, lo que hacía que a cierta hora ellas se habían agotado. Entonces empezamos a engreír a una dama bondadosa que era doña Rosita Arteaga encargada del expendio de boletos. Ella, con nuestra súplica y agradecimiento, se encargaba de reservarnos las entradas de pullman –estando con nuestra cónyuge no podíamos menos que llevarla a esa sección- y las veces que llegábamos tarde no faltaba la amable compañía de trabajadoras –como la señora Dora Espinoza o doña Dora López- que nos conducían hasta nuestros asientos ayudadas por pequeñas linternas. Para ello la concurrencia ya se había premunido de dulces o confites  salados que se adquirían en la parte externa en la carreta del señor Contreras  y que, discretamente, se hacían llegar a nuestras favorecidas acompañantes. Mientras todo esto ocurría dentro del cine, afuera el momento más esperado para los sufridos enamorados, era esperar la salida del cine. Aquellos que merodeaban se conformaban con ver, aunque de lejos, a las señoritas que les robaba el sueño (hoy comprendo esa inexplicable  rima de Bécquer que dice “… hoy la he visto y me ha mirado/ hoy creo en Dios”).

El cine Colonial, para la historia de Jauja  tiene un gran significado en el sentido que tiene una relación directa con la vida afectiva de sus ciudadanos. También tiene significado porque allí se vieron espectáculos inolvidables: asistí con mis amigos a varios como, por ejemplo, cuando se presentaron los famosos “Ángeles Negros” de Chile en pleno apogeo de su fama, Los Dolton´s, Los York’s o Alicia Maguiña para cantar “Jauja” y rendirle homenaje a Juan Bolívar Crespo o conjuntos de nombradía local como “Los Rubíes”, “Los caballeros de Jauja”, etc.

Paso y repaso por ese viejo local del cine Colonial y no puedo menos que sacudir mis recuerdos y echar al aire una sonrisa de gratitud por todo aquello que me dio y que dio, con toda seguridad, a miles de jaujinos que vivieron en los tiempos dorados de su alegre vigencia. Esto es lo que no podía callar, como he callado muchos nombres de forma involuntaria por la lejanía de este inventario de reminiscencias por lo que adelanto mis disculpas.

Jauja, 02 de abril del 2023.

PARA CONOCER Y COMPRENDER LA TUNANTADA DE ESTE TIEMPO

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Darío A. Núñez Sovero

El 1ro. de junio del presente año, en la Sala de Sesiones de la Casona de la cuatricentenaria Universidad Mayor de San Marcos, se presentó el Libro Memoria del Primer Encuentro Cultural “Revalorando la Tunantada”, publicación que responde a la invalorable inquietud del Centro Cultural de Promoción y Revaloración de la Tunantada “Los Tunantes”. La presentación estuvo a cargo del Dr. José Carlos Vilcapoma Ignacio, Presidente del CIOFF Internacional –el mismo que el año 2011 fuera el que entregó a Jauja la Resolución que declaró a la tunantada como Patrimonio Cultural de la Nación, en su condición de Viceministro de Cultura- y una de las voces más autorizadas en temas de tradiciones y costumbres en el país. Ante un auditorio expectante, empezó su disertación diciendo algo –para mí- desconcertante: con una serenidad elocuente, instó a la concurrencia a no distraer su tiempo en disquisiciones banales –mencionó, entre ellas, a las largas discrepancias que existen para explicar, casi chauvinistamente, sobre el lugar donde se originó la tunantada y, por el contrario, focalizar el estudio y debate tunantero en aspectos sustanciales como, por ejemplo, explicar la presencia del personaje denominado “anti” –comúnmente llamado chuncho- en las numerosas cuadrillas que se presentan en el recinto de la plaza de Yauyos, en las fiestas del 20 de Enero. Al margen de que si la discusión por la presencia del anti en la tunantada es banal o no, lo cierto es que en su conjunto ella (la tunantada) es una de las expresiones más elevadas de nuestra nacionalidad que –a los jaujinos- nos vale para reafirmar su ancestralidad así como también reforzar nuestro sentimiento identitario.

La tunantada es un baile resultado de un largo proceso de sincretización, de la fusión cultural de dos mundos: la cultura andina y la europea. Desde este punto de vista la tunantada es un elevado producto cultural con peculiaridades propias en los ámbitos dancístico, musical e histórico.

Esta introducción me sirve, además, para mencionar algunos puntos centrales que, especialmente al lector, le permitan ubicarse en las distintas dimensiones de nuestra tunantada. A saber:

  1. Históricamente, la tunantada, es el resultado de un largo proceso evolutivo. No es que ella apareció súbitamente. En este largo proceso, los cultores y sus intérpretes han ido, progresivamente, apareciendo en el escenario festivo. Estudios recientes, como el que nos muestra el historiador Carlos Hurtado Ames, nos dice que la tunantada auroral -en sus inicios- tuvo lugar con personajes cuyo disfraz, entre otros elementos, usaba máscaras de animales como el zorro y/o el venado y que, lentamente, fue transformándose en máscaras y caretas de figura humana y que la tunantada actual es una realidad que tomó forma casi recientemente. Otros aportes, como el de Antonio Palacios Rivera, nos indican que fueron los curanderos procedentes del norte boliviano que se nombran como jamilles –en aymara Kallawallas, “el que lleva medicinas”- los que frecuentaban el valle en tiempos de la influencia de la cultura Wari en nuestro medio y que la reminiscencia de ellos justifica su presencia una vez que la tunantada fue cobrando forma. Nos dice, igualmente, que el caso del ingreso de los tucumanos –arriero argentino- fue posterior a esta incorporación, especialmente cuando, en tiempos de la colonia, la explotación minera fue dominante en las actividades económicas de la región y la provisión de las vigorosas mulas se hizo necesaria para el traslado del mineral desde los centros de explotación hacia los puertos. La última incorporación al elenco dancístico fue de “la jaujina”; danzante cuya inclusión data hacia los años 60 del siglo pasado. Del mismo modo como fue cobrando forma el conjunto tunantero, a la aparición de nuevos cultores correspondió otros que fueron desapareciendo, más que nada por su falta de sentido de pertenencia con nuestra identidad (el charro, el payaso, el chino, entre ellos). Este largo proceso fue cimentando la tunantada de este tiempo hasta verla como ahora la conocemos.
  2. Cuando la tunantada cobró forma, sus cultores fueron progresivamente agrupándose en entidades que fueron denominándose, primero, cuadrillas de tunantes y, desde no hace más de dos décadas, instituciones tunanteras. De estas, las más antiguas, se ubican en Jauja. En una publicación citada por Hurtado Ames en su obra “La tunantada de Jauja-Yauyos” se dice que hacia 1887 don Pablo Suárez Núñez conocido entre sus coetáneos como “Chino”, ya tenía una agrupación tunantera –la misma que, a su muerte, tuvo como continuadores a sus hijos Erasmo y Guillermo y que en tiempos recientes se conoce como “Centro Jauja”-, posteriormente aparecieron el “Hatun Xauxa” y otra institución más que nucleaba a cultores residentes en el hoy distrito de Yauyos-Jauja.

“Además, independientemente, contribuyen tres cuadrillas de “tunantes” (bailarines enmascarados) que son financiados de diferentes maneras. Estas son: La Cuadrilla de “los Suárez. Que por tradición mantienen los hermanos Erasmo y Guillermo. Cuyo padre, Don Pablo”. Fue un entusiasta de la “tunantada”. En los tiempos en que el famoso Manuel G. Quintana era un mozo gallardo a quien nadie aventajaba en el baile y disfraz de la “chupaquina”. El “chino” Suárez. Como se le decía por cariño a Don Pablo. Tuvo a su cargo una cuadrilla de bailarines, desde 1897 hacia 1919, la misma que después de algunos años de interrupción continuaron presentándose los hijos.

La segunda cuadrilla es la del barrio de Yauyos. Que tiene tradición de familia, cuyo sostenimiento recae cada año en diferentes personas que se comprometen voluntariamente. La tercera pertenece al Club Hatun Xauxa…”(1)

La cita anterior –publicada hacia 1952- tiene algunos errores de apreciación, pues, es evidente que la llamada cuadrilla de Yauyos es la que se denomina “Cultural 20 de Enero” y la denominada Hatun Xauxa no era del club que por aquellos años existía, sino de algunos cultores que, por discrepancias con la cuadrilla de los hermanos Suárez, decidieron fundar otra institución a la que denominaron como tal y entre cuyos promotores se encontraban don Francisco Montalvo, Saturnino Salas y otros. Estas instituciones, por las evidencias fundacionales que tienen, disputan su antigüedad con otras de los distritos de Muquiyauyo y Huaripampa, quienes reclaman para sí ser las más antiguas; ello no quita que sean las de la provincia de Jauja las que tienen los primeros registros en la memoria histórica de los lugareños.

Si hacia 1952, las instituciones tunanteras eran en número de tres, ellas fueron incrementándose progresivamente, tanto que hacia 1977 llegaron a ser siete. Esta situación hizo que el recinto de la fiesta del “20 de Enero” -la placita denominada Jerga Kumu- quede con una estrechez mayúscula, sumado a que la concurrencia asistente, los bailantes y los comercios que inevitablemente se instalan, atiborren la capacidad del recinto, situación lamentable que obligó al Alcalde de entonces –Magno Rojas Peralta- a implementar la necesidad de trasladar la fiesta a otro escenario: la actual plaza “Juan Bolívar Crespo” (2).

Esta “mudanza” festiva, fue determinante para que ocurran algunos fenómenos inusuales hasta entonces:

  • El número de instituciones tunanteras fue incrementándose ante la realidad de un recinto con amplio espacio.
  • Las orquestas típicas tuvieron que incrementar el número de sus integrantes (en la primera placita eran en número promedio de ocho a diez integrantes, suficientes para hacerse escuchar) pues la amplitud del nuevo escenario hacía que, para escuchar la música y ésta no se diluya, era necesario más músicos intérpretes (hubo un tiempo brevísimo que, incluso, algún despistado conjunto bailó animado por orquesta con dos arpas). Fue entonces que las orquestas llegaron a tener hasta 23 integrantes, siendo mayoría saxofonistas (3).
  • El incremento de los llamados “toldos” en torno de la plaza fue sorprendente y, sus conductores, se agruparon en una entidad –denominada asociación de tolderos- que ha tomado la responsabilidad de hacer una festividad especial el último día las fiestas con singular programa de actividades.
  1. Fue en el año 2011 que la denominada Asociación de Instituciones Tunanteras del 20 de Enero de Jauja-Yauyos –bajo la presidencia de Neri Orihuela Miguel- logró que la Tunantada fuera reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación. Esta situación, que consolidó la valía de esta tradición como una actividad que cautiva ingentes cultores y animadores lo que ha trascendido las fronteras locales para rebasarla a niveles nacionales y extranjeros, fue determinante para que se popularizara e incrementen mayor número de instituciones que la cultiven, habiendo, solo en el caso de Jauja, llegado a tener 35 en Yauyos-Jauja (que sumados los 10 que bailan en las festividades del Señor Agonías Limpias del barrio San Lorenzo y las 5 que hay en la fiesta patronal del barrio San Antonio llegan a 50). Esto sin contar las entidades que bailan en las fiestas de casi todos los distritos y algunos anexos que hay en la provincia de Jauja, con lo cual podría afirmarse que la Tunantada se ha popularizado y convertido en una tradición emblemática que refuerza la identidad de los jaujinos. Este contingente de admiradores y cultores tunanteros (sumados a los que bailan fuera de las fronteras nacionales y que son oriundos de estas tierras, más las organizaciones y autoridades jaujinas) se aprestan a realizar acciones e iniciativas para que las festividades de la tunantada logren ser reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, tarea que demandará mucho esfuerzo pero que, por cierto, con mucha voluntad es lograble.
  2. Desde que la tunantada empezó a ser cultivada por centenas de cultores, los actores fueron inicialmente del género masculino. Los bailantes se disfrazaban en lugares no revelados y disfrutaban de saberse anónimos ante los espectadores. Así ocurrió durante décadas de años. Hacia los años 60 de la centuria pasada, esta situación cambió con el incremento de danzantes del género femenino, especialmente cuando –como repito- la jaujina se incorpora al conjunto de las cuadrillas hasta tener hoy en día casi mayoría de participantes. Un antiguo cultor de la tunantada –Antonio Fabián Chale- nos explica que fueron doña Paulina Calderón, vecina de Yauyos, y doña Marina Muñoz, vecina de El Mantaro, las primeras y osadas damas que se atrevieron a romper el convencionalismo de la hegemonía varonil en el conjunto de danzantes (para lo cual -según el relator- tuvieron que fajarse el pecho para ocultar sus senos), la primera en el “Centro Cultural 20 de Enero” y la segunda en el “Centro Jauja”. La audacia de estas damas fue contundente para iniciar una onda cada vez creciente de participación femenina tanto que, en la voz autorizada de Hurtado Ames, hoy se ha tornado determinante en las distintas facetas de la fiesta. Desde entonces, la gracia, el donaire y la elegancia que le pone la mujer al conjunto de recios y soberbios danzantes varones, le ha puesto a esta tradición el toque de sutileza y hermosura del que carecía.
  3. Hay varios aspectos que necesitan ser desentrañados -a manera de mensajes históricos o códigos encubiertos- en la danza de la tunantada. A saber: en el repertorio de la literatura local, algunos entendidos, no se ponen de acuerdo en definir si el personaje denominado “chuto”, realmente es el que nombran como “indio” o el que denominan “Huatrila”, siendo que el primero es el que usa birrete y “shucuy” –pellejo- en los pies, para hacerlo más auténtico con nuestra tradición andina y, el segundo, es el que usa “tongo” y botas para parecerlo elegante y con una andinidad decente. También, es necesario desentrañar, en el caso del bailante “Chapetón”, si la personalidad arrogante y soberbia que despliega se condice con el movimiento armonioso del bastón –que tiene como antecedente el uso del bastón europeo y/o el varayoc incaico que insuflaba autoridad a quién lo usaba-, tanto como saber si es que en el zapateo que remata las interpretaciones cíclicas de la danza tunantera del bailante hay antecedentes del zapateo español de la región de Andalucía-España, lo que configuraría visible influencia del canté jondo español que es una mezcla de la fusión festiva gitana, árabe y judía, que termina con el vistoso movimiento de brazos como es el que se ve –en el chapetón- acompañando al zapateo. Este último danzante, en mi modesto parecer, de entre los más de doce tipos de bailantes que hay en la tunantada, es el que más traduce el sincretismo cultural de la danza, pues evidencia una clara síntesis de la integración de las culturas andina y europea.
  4. La temporalidad de las festividades de la tunantada guarda estrecha relación con los fenómenos climatológicos que afronta la región. Según Antonio Palacios Rivera, el hecho de que la mayor cantidad de festividades de los pueblos del valle del Mantaro se realicen en tiempos de lluvia –Diciembre, Enero y Febrero- significa que, en sus inicios, existió la necesidad de devolver a la pachamama la generosidad que nos brinda en los campos de cultivo. Una creencia ancestral de los lugareños es que los meses de enero y febrero son de alta descarga pluvial y, en el caso de la fecha del 20 de enero, según Palacios Rivera, había el temor que se anuncie con la ferocidad de rayos, truenos, tormentas, heladas, granizadas, etc. que generaba temor de perder los sembríos; por ello es que los naturales solían esperar aquella fecha con provisiones de pilas de malezas y otros elementos inflamables, que al ser encendidos, generaban calor para neutralizar los efectos devastadores de la furia de la naturaleza y, en el caso que no haya ocurrido nada, en gratitud al buen trato de  ella, se armaba el Kutichiy que era una celebración de júbilo –este sería el antecedente más remoto de los orígenes de la fiesta del 20 de enero- por haber salvado los sembríos de la furia de los dioses. Esta referencia me lleva a pensar que existen razones valederas para sostenerlos. Una ciudadana de Jauja, Nilda Rojas, recordaba que hace más de 50 años atrás, su señor padre –sicaíno- la víspera del 20 de enero solía juntar, conjuntamente con sus hermanos, todos los rastrojos posibles para quemarlos ante la amenaza de una posible helada; Palacios Rivera cita más ejemplos (4): en esta quema de rastrojos para ahuyentar las heladas y tempestades no participaban las mujeres, pues a  ellas se las asociaba con la fecundidad de la tierra y la esperanza de un provisión beneficiosa de alimentos provenientes de esta época de siembras. Con el tiempo, es este kutichiy el que fue madurando para generar un espíritu festivo en los pobladores y es el que ha llegado a nosotros en la forma de tunantada, justamente en los meses de diciembre, enero y febrero (los pueblos de El Mantaro, Muquiyauyo, Masma, Paca, Huamalí, algunos del valle de Yanamarca y Huaripampa y Yauyos, en ese orden, tienen sus festividades tunanteras más célebres en esta temporada).
  5. Musicalmente, también existe una realidad histórica y actual que es preciso comentar: la tunantada, en ciernes, vio amenizar el baile con instrumentos nativos y de cuerda. El violín, el arpa y otros fueron los que tuvieron inicial rol principal cuando se interpretaban las melodías tunanteras. Esto cambió radicalmente cuando, hacia la década pasada del 30, aparecen los instrumentos de viento, especialmente el clarinete y el saxofón.

Mígdol Mucha Ninahuanca, es un respetable músico vivo local de reconocida autoridad en el mundo tunantero, no solo por ser un añejo actor musical de la fiesta de la tunantada sino además por su versación académica en este campo. Se inició como músico a los 7 años de edad y en la fiesta de Yauyos-Jauja tocó desde el año 1950, al lado de renombrados músicos como Tiburcio Mallaupoma, Zenobio Daga, Feliciano Mucha (su padre), Esteban Palacios, Silvestre Limaylla, Vicente Saquicoray. Ha sido, además Director del Instituto Superior de Música de Acolla y es Director de la “Orquesta Hermanos Mucha” y con la experiencia que posee, nos dice que, hacia 1936, la orquesta tunantera era de apenas 4 músicos: un arpista, un violinista y dos clarinetistas. Hoy esa cifra exigua se ha desbordado y ha llegado a ser hasta de 23 “números” de los cuales la gran mayoría son saxofonistas (en el argot musical se entiende que número es un músico).  Esto se debió entre otras cosas a que luego apareció el saxofón (el primero fue el saxo en Do) y que la gente interpreta que cuanto más “números” tiene una orquesta ésta es mejor porque suena más, lo cual no es así porque con ello se sacrifica la calidad de la interpretación y porque se fomenta el ocio de algunos músicos que se relajan porque saben que en la exageración de músicos su “viveza” no se va a notar. Nos dice, además, que la tunantada auténtica es la jaujina y ella, orquestadamente, se interpreta en La menor, siempre con temas inéditos pues ellos son creados adrede para la fiesta que debe empezar; que el ritmo tunantero es sincopado que utiliza figuras de semicorcheas-corcheas y semicorcheas y que en la ejecución del movimiento deben darse de 65 a 70 negras por minuto (5).

Alarmado porque la tunantada original viene siendo sobredimensionada por la que utiliza “instrumentos tecnológicos modernos”, Mígdol Mucha, no niega la vigencia cada vez mas creciente  de estas interpretaciones y él, prefiere darles la categoría de música latinoamericana pues utiliza la batería, la guitarra electrónica, parlantes de alta sonoridad, etc. Lo cierto es que la tunantada jaujina es la que se vale de orquestas en su interpretación musical y aquella que no es interpretada así es un “remedo” de tunantada, porque es interpretada de manera más lenta o rápida que la original.

Se distorsionaría este comentario si  digo que la tunantada tiene una melodía alegre, por lo general es de una naturaleza triste, muy triste, que pareciera estar reproduciendo el drama existencial humano, el trágico llanto de algo perdido o, como dijo el artista jaujino Ernesto Bonilla del Valle, “es como un llanto en el alma”. Pienso que allí radica su gran recepción en el corazón colectivo de nuestro pueblo, el de haber calado hondamente en el gusto popular. Cuando fui a Bolivia me sorprendió verificar que a ellos también les había llegado el mensaje melancólico tunantero, tanto que lo habían rubricado como un “dulce puñal al corazón”. La tunantada, desde este punto de vista, es un numen que conjunciona muchos aspectos de la vida humana: soledad, melancolía, amores en lontananza, caminos inacabables, admiración por la naturaleza y sus fuerzas ocultas, etc.

  1. Los que todavía tenemos continuidad en este mundo, reconocemos y agradecemos el valioso legado que nos dejaron los que nos antecedieron, por eso no podemos callar el aporte de numerosos cultores a quienes tenemos presente en el obituario tunantero de nuestra memoria, entre otros, Juan Bolívar Crespo, Antonio Bravo Minaya, “Mufle” Yupanqui, Marcelino Espinoza, Epifanio Sánchez, “Panqueque” Briceño, “Achcar” Rodolfo Cordero, “Huayhuar” Alejandro Artica, Alberto Suárez Marticorena, Francisco Cárdenas Bullón, “Chita” López, los hermanos Erasmo y Guillermo Suárez, los hermanos Alejandro y Juan Contreras, “Mocho” Suárez, Felipe Olivera, Francisco Montalvo, César Aylas y tantos otros nombres que dejaron sus sudores y fatigas yauyinas en los afanes de la fiesta tunantera dejándolas como una ofrenda llena de policromía y retorcidos pentagramas musicales que enciman nuestros recuerdos.

La fiesta del 20 de Enero de Jauja-Yauyos es una fiesta magnificente que agrupa a los mejores danzantes y músicos de la región, su trascendencia en la vida de nuestros pueblos es tangible, por ello no escatimaremos esfuerzos en realzarla siempre que se nos permita.

En estas líneas, he querido reseñar lo que es la tunantada de este tiempo y me remito especialmente a los que recién se adentran a este mundo para que la vayan conociendo en sus interioridades. Si así fuera, creo que el objetivo se ha logrado.

Jauja, 16 de noviembre del 2022

Notas

  1. Citado por Carlos Hurtado Ames en “La tunantada de Jauja-Yauyos” que reproduce una publicación de la revista Folklore de Octubre de 1952. p.236
  2. “Revalorando la Tunantada” Memoria del Primer Encuentro Cultural. Mayo, 2022. Pp.176-177.
  3. Total: Escuela de Música. Entrevista a Mígdol Mucha Ninahuanaca. “Hablemos de tunantada”.
  4. Diálogo grabado entre este escriba y Antonio Palacios R.
  5. Ibídem

A cincuenta años del fallecimiento de “Tayta” Pancho

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Francisco Carlé

Darío A. Núñez Sovero

Hoy, 8 de Junio del 2022, se cumplen cincuenta años del fallecimiento de un pro hombre de Jauja. Uno de aquellos que, sin haber nacido en nuestra tierra, le dio un giro capital a la vida de la provincia que lo cobijó por decenas de años y cuya impronta se mantiene incólume a través del tiempo.

Ese hombre se llamaba Francisco Carlé Casset, un sacerdote francés, miembro de la Congregación Religiosa de los Canónigos Regulares de la Inmaculada Concepción, cuyo arribo a nuestra ciudad ocurrió el año 1914, para desempeñar un apostolado religioso y social que marcó la vida de estas tierras casi a lo largo de todo el siglo XX. “Tayta” Pancho, como original y amorosamente lo llamaba la feligresía de estas tierras, empezó su gran tarea el año 1924 en que fue designado como Párroco de la provincia. Consciente de que debía preservar la fe cristiana, no dudó en iniciar la tarea de trabajar para la niñez jaujina y para quienes fundó con admirable constancia la biblioteca parroquial y la sala de proyecciones cinematográficas, obras que gozaron de generalizada aceptación. A la par se preocupó por remozar el local de nuestro principal templo religioso, la Iglesia Matriz, convirtiéndola tal cual lo vemos ahora –hermosa, arrogante y digna del cielo azul de Jauja, ante la cual se yergue soberbiamente-. Se dedicó, también,  a mejorar las condiciones de la salud del pueblo para lo cual gestionó la dotación del agua potable para la ciudad y, para los distritos, se preocupó por fundar capillas por doquier y abrir caminos comunales en toda la provincia. También, con extraordinaria visión futurista, puso en marcha la fábrica de asfalto de Paccha y, preocupado por mejorar los accesos a la región, juntamente con notables de aquel tiempo como el Director del Sanatorio Olavegoya, Dr. García Frías, y el Dr. Virgilio Reyes, Alcalde de la ciudad, idearon impulsar lo que es hoy el Aeropuerto Regional “Francisco Carlé”, entonces inaugurado como aeropuerto Jauja-Tambo. Para esta megaobra –de aquel tiempo- fue el principal convocante desde su púlpito para que la ciudadanía de Jauja y sus distritos trabajen en numerosas faenas comunales, para luego entregársela al país como un valioso legado patrimonial fruto del esfuerzo colectivo de la ciudadanía jaujina.

La ejemplificadora y estimulante obra de “Tayta” Pancho fue desplegada a lo largo de 40 años que duró su autoridad como Párroco, los que lo conocimos tenemos el orgullo de mencionarlo como un altísimo referente de laboriosidad y fe. Hoy, que recordamos su gran tarea, no podíamos sumarnos a ese insoslayable velo de olvido para quienes forjaron ciudadanía y amor por lo nuestro. Por ello queremos felicitar el gesto de las integrantes de la Promoción del Colegio El Carmen 1972 “Francisco Carlé” y de algunos religiosos que todavía evocan, con solidaria lealtad, el reconocimiento para un hombre que luchó denodadamente por mejorar nuestros destinos y engrandecer a Jauja. Religiosos como él han tenido un rol principal en el desarrollo de la historia de nuestros pueblos, recordemos nomás que fue el cura apatino Estanislao Márquez quien obró como Secretario de Actas en las gestas de la proclama de la independencia de Huancayo y Jauja el 20 de Noviembre de 1820 o el valioso y heroico concurso del Fray Bruno Terreros en ls Campaña de la Breña.

Por ello, con devota y callada emoción terrígena decimos: ¡Loor a la memoria de “Tayta” Pancho!

PRÓLOGO: ADREDE DE UNA PROXIMA PUBLICACION SOBRE LA AMADA TUNANTADA

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Darío A. Núñez Sovero

La Tunantada es un campo, un tema o, si se quiere, un aspecto que, en el campo cultural, está inscrito con tinta indeleble en el alma popular de la ciudadanía de la región central del país, en donde se encarneció después de ser el parto sublime del espíritu festivo del alma xauxa. Su vigencia cobra ribetes de inusual popularidad, tanto que se ha tornado imprescindible en cuanto evento sociocultural hay en estos momentos.

En lo que se refiere a una posición personal, nadie discutirá que la Tunantada se ha incorporado en cada uno de nosotros con la fuerza avasallante de algo que, pareciese, estuvo creado y cantado para traducir nuestros sentimientos más profundos. Como si fuera la asignatura que nos ha impuesto la escuela de la vida para aprobarla con beneplácito cada vez que nos convoquen para rendir examen en el recinto agorero de la plaza de Yauyos-Jauja. Es que, solo al escuchar sus notas quejumbrosas pero de mielado acento, pareciese que un mundo sonoro trata de leer nuestras tragedias existenciales diarias. La Tunantada, para el mundo de Los Tunantes, es pan que desborda la alforja sentimental de nuestras alegrías y frustraciones para convertirse en poderoso alimento de nutre nuestras precarias vidas.

Hoy, la Tunantada, es algo así como el santuario donde se reactivan y, a la vez, se calman nuestras tribulaciones más agudas. El estilete que horada interioridades y profundiza las heridas más sórdidas en el sano propósito de embalsamarlas. ¡Ah, tunantada! Ofrenda de afiebrado pentagrama que busca cristalizar melodías que aquietan desenfrenadas efervescencias. (Te amamos, Tunantada, porque eres la buscada traducción perfecta del tumulto doloroso de nuestras múltiples experiencias).

No sé si, al final, este texto sea un panegírico o termine siendo un madrigal para esta expresión consustancial al alma jaujina, que es la Tunantada.  Lo cierto es que los hombres que habitamos estas legendarias tierras no escatimamos elogio para lo que se constituye como una de las expresiones máximas de nuestra nacionalidad. Esta es, entre otras, la poderosa razón para que los miembros de la institución Los Tunantes, novísima en su género e integrada por auténticos cultores y estudiosos de nuestra tradición, nos hayamos trazado el propósito, altruista y de alta significación, de estudiarla desde las perspectivas más insospechadas. Desde aquellos puntos de vista no manifiestos tangiblemente,  pero que subyacen “bajo la piel” tunantera como un alimento que la motorizan permanentemente, dándole esencia y razón de ser.

Que se sepa, nunca se han hecho esfuerzos por estudiar este fenómeno cultural de la Tunantada de manera tan completa. Es cierto que existen algunos estudios que la abordan con entusiasmo y cierta versación, pero lo hacen de modo parcial y desconectándola de su integridad. Digamos: sesgándola. Los Tunantes, nos hemos propuesto -respetando lo avanzado que aplaudimos y valoramos- estudiar la Tunantada desde una perspectiva más completa, de forma  integral.

Así es como, en el presente texto, el lector encontrará, en la versión autorizada de cultores como Rubén Suárez, Gina Huaytalla y Eduardo Arias, una explicación detallada y paciente sobre la definición, los orígenes y la evolución histórica de la Tunantada. Tema de por si polémico por cuanto esclarece rotundamente que ella no es algo que aparece o se forja en los albores del siglo XX, sino que es el resultado de un largo proceso evolutivo a través del cual fue tomando ribetes especiales para mostrarse tal como hoy la conocemos.

También, y dada la experiencia de ellos, en la segunda parte, encontramos un análisis y cuidadosa exposición sobre las características tradicionales y actuales de los personajes (bailantes) de la Tunantada. Aquí la versación de Billy Segura y Arturo Amaya se hacen evidentes para mostrarnos, desde dentro, cómo es el atuendo o vestuario de los trece personajes que bailan en las llamadas cuadrillas de tunantes, la génesis de cómo es que son incorporados a los conjuntos tunanteros y algunas explicaciones de los variados matices que se muestran en las vestimentas de los bailantes. Esta descripción se torna en fundamental para garantizar la preservación de esta hermosa tradición dado a que, últimamente, se viene advirtiendo una creciente tendencia distorsionadora, fenómeno que responde más a intereses comerciales que a fines de autenticación. Esta es la gran tarea que nuestra entidad -a la que con justicia hemos registrado como “Centro Cultural de Promoción y Revaloración Los Tunantes”-  tiene  que asumir para devolverle la lozanía, autenticidad y prosapia que posee desde antaño.

Sin ánimo de desmerecer lo tratado, no es sino hasta el capítulo tercero de este estudio en que entramos en un campo novísimo y polémico: concederle a nuestra Tunantada una dimensión nueva de interpretación. La responsabilidad de este tema recae en los puntos de vista de Antonio Palacios Rivera. Él, como un reconocido y autorizado cultor de este tiempo de nuestro idioma shausha limay, nos entrega una interpretación original que vincula profundamente a la vigencia de la tunantada con el entrañable amor que tiene el hombre de estos lares con la naturaleza, especialmente con los vaivenes temporales que anualmente se repiten en nuestro hemisferio. Esto se puede colegir cuando leemos cómo, con plena convicción, afirma “…Los antiguos shawshas producto de ser hábiles observadores de la naturaleza identificaron que cada veinte de enero, llegaba “tayta chapa” y con antelación preparaban ciertos rituales para neutralizar las contraproducentes heladas y granizadas…” uno de estos rituales sería la tunantada primigenia que forjaron  como el “kutichiy”, ritual de reciprocidad que consistía en alabar y agradar a las deidades para que los campos de cultivo proporcionen abundantes alimentos. Esta tesis –que naturalmente necesita de mayor abundamiento- vincula directamente a la tunantada con los “apus” andinos. He allí su originalidad. Hay, por otro lado, un aporte más de Palacios Rivera al entendimiento cabal de nuestra tradición de la Tunantada: su vinculación intrínseca con la variante quechua wanka que conocemos como quechua shawsha. Encuentra que, para aplacar una inesperada ira divina, los antiguos shaushas hicieron de su idioma un poderoso vehículo comunicacional que recreó poéticamente sus fonemas para expresarles su alegría y gratitud. Es así que, desde entonces, es el shawsha limay el medio que la tunantada acoge como transmisor del júbilo colectivo de los habitantes, tradición que tiene vigencia actual y que, propone, hay que repotenciar y, al igual que la Tunantada toda, revalorar. Esta interpretación de la Tunantada vinculándola al ámbito meteorológico y lingüístico ha despertado resquemores que nuevos aportes se encargarán de desvirtuar. Lo importante es que se está brindando otro ángulo de estudio que, como ya se ha dicho, necesita de mayores aportes.

Todos aquellos que queremos a la Tunantada como una expresión original del mundo afectivo de los naturales de esta región, sentimos que en el tono lastimero de sus notas hay un mensaje intrínseco de nuestras dolidas vivencias. Profundizar el estudio de este armonioso contingente sonoro, es el propósito del estudio que, en la cuarta parte de esta publicación, nos alcanzan José Luis Hurtado Zamudio, Carlos Gamarra Meza y Candy Hurtado Bonilla. Ellos, por vez primera, se adentran en los melifluos vericuetos de la música tunantera para decirnos cuáles son las características principales de su contenido, sus tonalidades a veces lúgubres pero significativas para el alma humana que ellos  denominan “sentimiento en la melodía”, pero que en el fondo nos es sino el traslado del complejo mundo andino, cargado de una aplastante geografía, que va corroyendo la afectividad humana traducida en esa música que pareciera estar hecha a nuestra medida, como si una asfixiante ajorca apretara el alma humana, aún de los más pétreos espíritus. Hay, pues, una alta significación en la música tunantera que tiene mucha sustancia en el orbe volitivo de los xauxas. Ese es el gran aporte que, hasta ahora, no se había dicho pero que latía permanentemente en el éter esperando la sesuda visión de nuestros estudiosos para explicárnoslo.

La oleada de permanente crecimiento de la Tunantada en todos los ámbitos donde subyace el sentimiento y la simpatía por nuestra tradición, ha posibilitado la formación de incontables instituciones que, en fiestas jubilares del país, eventos sociales y, especialmente, en las fiestas patronales de la provincia de Jauja, se expresan de manera visible tratando de mantener los rasgos de originalidad y autenticidad tunantera. Es de este modo cómo hoy la tunantada es cultivada tanto en el ámbito nacional como internacional. Centenas de cultores sienten, como una necesidad vital de nuestro sentimiento gregario, el alinearse en alguna de estas instituciones, para recrear la alegría y tragedia diaria de nuestras vivencias. Por razones pandémicas, esta vez, nos ha sido imposible hacer un inventario más acabado de todas las entidades que, en torno a la Tunantada, se han formado en diversas latitudes. Por ello, en este necesario, obligado y limitado recuento, presentamos las instituciones existentes en el ámbito de la ciudad de Jauja y algunos distritos circundantes, donde late con cierto vigor el sentimiento tunantero. Queda pendiente, para nuevas entregas mostrar, la realidad de todas las instituciones existentes que indudablemente son muchas y a las que alentamos para que sigan esforzándose por mostrar, a la curiosidad del observador, la prosapia, elegancia y belleza de nuestra secular tradición. Compromiso que, en mi calidad de responsable de esta quinta pate de la presente edición, la asumo plenamente.

No podía concluirse este interesante estudio sin hacer un descarnado informe de cómo se viene desarrollando la fiesta de la Tunantada en la sede emblemática del distrito de Yauyos-Jauja. Esta responsabilidad, en la parte sexta, recae  en la experiencia y versación de las conocidas personas de Luis Castro Hurtado, Arturo Amaya Suárez y Eduardo Arias Nieto. Ellos, con su conocida prolijidad, han hecho un análisis de todo lo que viene ocurriendo actualmente en la fiesta conocido como “20 de Enero”. Para ello, no solo han acudido a su experiencia sino que, además, la han complementado con la aplicación de instrumentos que la ciencia investigativa nos proporciona como la Encuesta. Es así que a través de las respuestas de 60 encuestados han construido un perfil de lo que viene ocurriendo anualmente en el desarrollo de este evento que, en verdad, es la fiesta más renombrada de la región. No conforme con los resultados, proponen sugerencias y recomendaciones que deben ser recogidas, con beneplácito, por los responsables de su anual organización; muchas de las cuales ya han sido alcanzadas a las autoridades del Ministerio de Cultura a efectos de tener elementos válidos para la evaluación quinquenal que se hace para seguir otorgándole la calidad de Patrimonio Cultural de la Nación. He aquí lo valioso de este aporte: no remitirse solo al campo descriptivo de la festividad o resaltar los valores intrínsecos que en ella habitan, sino, además, ayudar a las autoridades a evaluarla permanentemente para que siga preservando su vigencia a través de los tiempos, como un legado que registra el espíritu festivo de nuestra raza, heredad del que sentimos profundo orgullo.

El Centro Cultural de Promoción y Revaloración Los Tunantes, desde este punto de vista, no es una entidad xauxa más. Es una institución que ha nacido para estudiar y aportar con el desarrollo auténtico y pleno de nuestra nacionalidad que en el campo del arte se expresa a través de la Tunantada. Y si algo original tienen estos estudios es que, los responsables, lo hacen desde la interioridad de sus vivencias, de sus valiosas experiencias, que se han ido acumulando a través de muchos años como amantes y cultores de ella. Lo valioso de este estudio, también, radica en que sabedores que la Tunantada recorre confines insospechados, es necesario que todos nos despojemos de la alegría con la que ella nos envuelve para dar paso a la obligada reflexión de los variados aspectos que en ella coexisten.

Amar a Jauja es una conducta reservada para quienes hemos acrecentado este sentimiento a través de nuestras vidas. Este amor se traduce en muchos aspectos, de ellos el amor que sentimos por nuestra Tunantada quizás sea la más hermosa y delicada tarea que hemos asumido y que, esta vez, se manifiesta en este trabajo que ponemos a la valiosa consideración del lector. Si logramos que nuevos cultores se incorporen a amar y cultivar nuestra tradición, la alegría y satisfacción invadirán nuestros espíritus y nos sentiremos largamente halagados.

Jauja, Diciembre del 2021.

VICTOR MODESTO VILLAVICENCIO, EJEMPLAR JURISTA JAUJINO

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Darío A. Núñez Sovero

Existe una clara y acentuada discrepancia generacional en nuestras vidas y ello no me ha posibilitado saber mucho de su quehacer existencial. Pero después de leer la vida y obra de este ilustre jaujino, me digo para mis interiores: me hubiese gustado ser coetáneo de tan insigne personaje, compartir sus extraordinarias experiencias y, sobretodo, nutrirme del enorme bagaje intelectual y vivencial que lo caracterizó en su tiempo.

Víctor Modesto Villavicencio forma parte de esa selecta galería de intelectuales que se forjaron en las centenarias aulas de la única y generosa madre nutricia que tuvo Jauja en el siglo pasado: el colegio “San José”; en esas vetustas aulas a donde decenas de oleadas juveniles llegaban desde todos los confines de la región para aplacar sus sedientos espíritus ávidos de colmarse con las fuentes de sabiduría que  recreaba la ciencia novecentista, en ellas se forjó quien, luego, sería la eminencia más notoria de la ciencia penitenciaria y criminalística del Perú. En esas indetenibles mareas juveniles estaba él, junto a otros  intelectuales en ciernes como Clodoaldo Alberto Espinoza Bravo, Pedro Monge Córdova, Manuel y Max Espinoza Galarza, Alejandro Contreras Sosa y su hermano Juan –generación de oro del saber jaujino- entre otros notables de singular recordación. Época áurea de la inteligencia regional que se enriqueció con el concurso de otros notables de ese tiempo como Adolfo Vienrich y José Gálvez en Tarma, los Parra del Riego y Serafín Delmar en Huancayo.

Quizás la diferencia más notable que hubo entre ellos fue que mientras todos los citados en el parágrafo anterior hacían su desarrollo cultural  aquí mismo, Víctor Modesto Villavicencio lo hizo fuera del terruño. En efecto, nuestro ilustre paisano nacido en la casa de su conocida familia, los Del Valle, advino al mundo justo cuando el siglo paría su nacimiento, hizo sus estudios secundarios en el colegio josefino para, inmediatamente y hacia 1918, dirigirse a Lima donde iniciaría sus estudios de Derecho en la cuatricentenaria Universidad Nacional Mayor de San Marcos de donde, con la prontitud que lo animaba, se graduaría como Abogado, especializándose luego en Criminalística. Con los apremios de apoyar económicamente a la familia, se vio obligado a trabajar, justo en el campo para el que con esmero se preparó –fue Director de la Escuela Penitenciaria de Vigilantes- y luego a asumir la defensa de casos notorios de aquel tiempo, que detallaremos más adelante que le permitieron gozar de una bonanza económica inusual. La vida que siguió nuestro ilustre intelectual fue, paradójicamente, una vida de pronunciados contrastes, marcados tanto por sus resonantes éxitos en el campo de la defensa jurídica como por los años que pasó en prisión en los que sufrió la venganza y aprobio de sus persecutores políticos.

Los 69 años de vida existencial de Víctor Modesto Vlillavicencio fueron años de muchísimas y ricas experiencias que necesitan ser cuidadosamente referidas. Para mejor entender de nuestros propósitos los encasillaremos en tres niveles: el personal, el profesional y el político.

Apadrinando la boda del matrimonio Bonilla – Bardales

Desde el punto de vista personal, procedía de una familia de abolengo –inmigrantes españoles- emparentados por su lado materno con la familia Del Valle que entonces era poseedora de extensas propiedades. Sus parientes que le han sobrevivido recuerdan con especial acento de cariño y nostalgia su temperamento siempre vivaz y lleno de aventuras insólitas como la de haberse puesto, una vez, en el confesionario de la iglesia matriz para remedar de confesor de algunos incautos y enterado de ello el párroco –el padre Francisco Carlé- pretendió ponerlo en el limbo de la expulsión confesional o cuando quiso bromear a transeúntes montando a caballo con un disfraz de calavera para asustarlos, habiendo merecido denuncia de víctimas del terror ante sus padres, lo que valió severas reprimendas. Luego de haber egresado de las aulas josefinas, con la iluminación y febrilidad de su juventud, quiso ser actor y con esa obsesión viajó a Estados Unidos para ser actor de Hollywod. Ya profesional y en la plenitud de su vida, tuvo dos matrimonios de los cuales su descendencia fue marcadamente femenina, familia a la que amó y cuidó con decisión y entereza. Luis Antonio Eguiguren, notable jurista de la centuria pasada y prologuista de su obra “Vidas frustradas” nos refiere que producto del encono que se ganó con Óscar R. Benavides, presidente de la república, una noche en que se realizó una incursión en su casa por parte de las fuerzas represivas hubo tal confusión y prepotencia para vanamente capturarlo, fue hecho triste que trajo consecuencias fatales a su familia como que su esposa –que se encontraba en estado de gestación- murió durante el parto. Después de esa trágica circunstancia, la vida de Víctor Modesto tuvo los contrastes más incomprensibles que fueron desde sus rutilantes éxitos profesionales hasta la injusta prisión que sufrió a causa de esos mismos éxitos y su relación con el partido político más perseguido de la primera mitad del siglo pasado: el partido aprista peruano.

Desde el punto de vista profesional, la vida del controvertido penalista jaujino Villavicencio, tuvo ribetes marcadamente exitosos. Hacia 1930 ya se le reputaba como el más connotado penalista y criminólogo del Perú (sus sucesores en el campo penal, como su conocido discípulo Roy Freire, pueden dar fe de ello). Fue requerido como expositor en cuanto foro nacional e internacional se realizaba y a la par fue publicando numerosas obras y artículos especializados de su campo profesional. Y, justamente, fue esta reputación que lo llevó a ser llamado para la defensa de los casos políticos más sonados de la década del treinta pasado como fueron los casos de la defensa de Víctor Raúl Haya de la Torre y –otro fundador del aprismo- Manuel Seoane, casos en los que brillantemente ganó logrando el archivamiento de sus procesos que obstinadamente patrocinaba el gobierno que lideraba el presidente Benavides, enconado enemigo del aprismo. Los biógrafos de Villavicencio explican que su notoriedad y prestigio lo llevaron a que, luego de sus injustas prisiones, el Presidente Manuel Prado Ugarteche lo tenga como su principal asesor jurídico, hecho que me recuerda que –en su segundo período presidencial entre 1956-1962- este mismo presidente tenga como médico de cabecera a otro jaujino, el Dr. Max Espinoza Galarza, reputado neumólogo de prestigio internacional.

Década del 60: Entrevistado por el legendario Pablo De Maladengoitia en canal 5

Desde la perspectiva política, ya he referido que –estando estudiando en la universidad sanmarquina- Villavicencio encontró afinidades políticas con el aprismo, partido en el que militó y del que, consecuente con sus principios, se separó luego de advertir deslealtades y contubernios con quienes lo habían perseguido. Esta militancia lo llevó a ser víctima de largos encarcelamientos en diversas prisiones del país reteniéndolo no como preso político sino como preso común al lado de los más abyectos delincuentes. Fue en estos aciagos tiempo, justamente,  que nuestro paisano Víctor Modesto escribió su célebre novela “Vidas Frustradas”, que es un testimonio escrito de las graves injusticias que asolaban el país con la instauración de dictaduras que asolaron al país durante muchos años. El doctor Eguiguren dice, a este respecto, que “Vidas frustradas” es una novela autobiográfica y, para nosotros, debe ser un obligado desafío su lectura en estos tiempos en que nuestra democracia se ve amenazada por vientos que nos alejan de nuestras más elementales libertades. La obra de nuestro autor fue nutrida y está repartida entre temas especializados del campo jurídico como en el de la literatura y el ensayo. Nadie como él tuvo un derrotero tan lleno de contrastes que van desde lo doloroso hasta los de plena felicidad. Por ello Víctor Modesto Villavicencio es acreedor de nuestra admiración y justo aplauso. En la historia de Jauja, su nombre debe ser grabado en el mármol de la inmortalidad.

 

 

¡MISERABLE PANDEMIA ECUMÉNICA DE CADA DIA!

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Darío A. Núñez Sovero

A esta hora de un incoloro véspero de enero, muchas voces asfixiantes, en los parcos lechos de algún hospicio, tratarán de aferrarse desesperadamente a la vida. A esta misma hora, miles de rostros mustios ensayarán una mueca pálida y crepuscular en clara antesala del arribo de la muerte, mientras sus más cercanos parientes se acordarán del genio de Vallejo cuando en su poema Masa espetaba con una languidez lacerante y desesperada: “…Le rodearon millones de individuos/ con un ruego común “quédate hermano”/ Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo…”. Entonces, como un largo filme de gratos recuentos, al unísono, todos lloraremos sin remedio por el viaje sin retorno que emprende nuestro más querido pariente o amigo ante la llegada odiosa e inesperada de este trágico final. Y así, como en esta dolida Jauja, la humanidad toda mira absorta e impotente cómo la muerte -esa tétrica realidad de la existencia hecha ahora pandemia- destroza la vida de miles de seres amados que eran personas de bien Y sobre las que descansaba la felicidad de familias, pueblos y naciones enteras.

¡Ah! Tiempos aciagos los nuestros. Tiempos crueles de desconcertantes borrascas sanitarias que han anegado de llanto el orbe. Tiempos en los que se ha borrado nuestra alegría y se ha exiliado la risa para trocarlos en una desesperada ansiedad e insanía. Tiempos duros que, sin merecerlo, vivimos con nuestros hermanos, hijos y nietos, con el mortal patógeno al acecho del menor descuido para darnos el zarpazo final y definitivo.

No hemos asumido la maldad para recibir este castigo. No hemos sembrado espinas para ganarnos este azote. Cuando tratábamos de rectificar nuestros yerros para hacer más feliz y sonriente al mundo y tratábamos de cambiarlo con los estandartes de la fe y la esperanza, llega esta malhadada realidad, oculta en personas que no sabemos quiénes son para de ellos cuidarnos. Entonces, para ensombrecimiento de nuestras amables relaciones, se ha institucionalizado la desconfianza y se hace clara la no deseada distancia en clara demostración de nuestros cuidados. Por eso es que mi odio a esta pandemia es irreversible. Ha cercenado brutalmente todos mis hábitos de hermandad y camaradería para encerrarme en una concha de egoísmo y extrema profilaxis. Odio esta pandemia porque me ha impuesto un permanente ritual ajeno a mis conductas rutinarias, pues eso de andar semi enmascarado en barbijos, lavarme las manos aunque sea por puro gusto y mantenerme alejado de los míos y extraños, nunca lo había presentido. Sin embargo, si todavía quiero seguir incomodando a mis contertulios, no tengo otra alternativa que hacerlo con afán y esmero porque de eso se trata para nuestra supervivencia.

Con esta castigante realidad, ¡cómo no añorar tiempos idos! Tiempos en que la hermandad era el pan de cada día y donde los más tratábamos de mitigar el dolor que agobiaba el mundo de los desposeídos. Cómo no llenarme hasta la saciedad de la fortaleza que sabe infundirme el Supremo Hacedor. Cómo no buscar su palabra -autorizada y divina- contenida en sus santos evangelios. Y aquí quiero repetir una clara y valiente admonición, a manera de catilinaria mística, escuchada de un venerable sacerdote en la misa dominical –virtual- en memoria de una dama jaujina víctima de este aborrecido mal: “este virus nos habrá podido arrinconar y quitar muchas vidas, pero lo que no podrá es quitarnos la fe en la gloria eterna, no podrá quitarnos la esperanza de un mundo mejor”, palabras que suscribo con énfasis especial porque estoy convencido que bajo las leyes eternas de la palabra divina, llegará el momento en que el mundo tenga otro amanecer, lleno de vivificante luz, donde –como dijo Manuel Scorza magistralmente – “…mientras alguien mire el pan con envidia, el trigo no podrá dormir, mientras  llueva sobre el pecho de los mendigos, mi corazón no sonreirá…”.

Jauja, 30 de Enero del 2021

Foto: Martín Valenzuela Gave

 

JUAN BOLIVAR: EL ZORZAL QUE SE ENAMORÓ PARA SIEMPRE DE JAUJA

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Darío A. Núñez Sovero

En una casa de Jauja, cuadra 4 del jirón Bruno Terreros, vibrante, colorida e intensa, se muestra la figura de Juan Bolívar Crespo, el bardo jaujino que hizo de sus sentimientos un supremo altar para esta sosegada Jauja que lo viera nacer. Los caminantes, presurosos unos y reflexivos otros, no pueden ocultar su curiosidad y dirigen su mirada al ícono que se muestra risueño y festivo en una pared celeste mimetizada con el azul luminoso del cielo jaujino.  Deberían saber que allí yace el recuerdo del heredero de la musa Erato que desde el Acrópolis helénico fue enviado a esta pródiga tierra para cantarle con el lirismo más refinado que puede inspirar su acogedora belleza. Es que Juan Bolívar amó a Jauja con el más puro eros griego, ese que se inspira en la acuarela del paisaje infinito y del embovedado cielo que envuelve el cosmos que abriga nuestros días. Fue enviado para cantarle con el sentimiento que los predestinados guardan en esa misteriosa arca de su vibrante y maravilloso verbo. Solo así podemos explicar el feliz y luminoso día en que, sentado en las cumbres de Ataura Jasha y dirigiendo su mirada hacia el norte del valle, exclamó desde sus interiores y mirando a nuestra longeva ciudad,  “ Jauja ¡Qué dulzura!/ rinconcito de mi valle/ que yo quiero/ Pedacito de cielo/ alegría del corazón. Eres por tu clima/ el orgullo de mi patria/ ¡Qué fortuna!/ En el mal un consuelo/ en la vida una esperanza…”.

Canto sencillo pero de una terrible profundidad terrígena que conmueve el espíritu más pétreo del cristiano que haya visto la luz en estos andinos parajes jaujinos. Canto que, finalmente, corona nuestros labios como un obligado himno que perenniza -cual un sello de tinta indeleble- nuestra orgullosa condición de ser xauxas. Ésta y las numerosísimas canciones de la autoría de Juan Bolívar Crespo, tienen la virtud de recoger de modo alguno la vida de este juglar del pueblo nuestro. Repasando pasajes de su vida, por ejemplo, el huayno “Juan Porongo”, es el lastimero canto que desde el interior de su humanidad gritan impotentes sus vísceras ante el cadáver de su madre, en recuerdo lejano al mote de cómo ella solía llamarlo de niño. Este hecho trágico marcó su derrotero artístico porque a partir de allí la temática de sus inspiraciones van a conjuncionarse con la no menos triste melodía tunantera. Aquella melodía que, como lo dice Ernesto Bonilla del Valle, es como si un llanto o todos los llantos de la tierra te cayeran sobre el alma. Una expresión de ello es el himno que todos los tunantes ensayan: “Jara Arteaga”, que es la exaltación al amigo y pariente ausente, al compañero con el que se compartió, en las fiestas de Yauyos-Jauja,  las experiencias más insólitas e inolvidables del trasuntar moceril que tenemos todas las personas. Composiciones en recuerdo de festividades jaujinas, compañeros de ruta tunantera,  barrios y pueblos de la región, con sus pintorescos paisajes y plazas, serán los motivos que encienden su fabulosa y prolífica creación. Juan Bolívar es el cantor de la exultante vida y la alegría plena; su sobrina Nilda  -en este acápite del repaso de su vida- no por gusto nos dice “lo veía como un trovador, todas sus composiciones son poemas a la vida, el amor a la tierra que nos vio nacer, el amor entre las personas, el amor entre las parejas, todas son bellas y hermosas entregas; ese es el Juan que admiro y del que, como jaujina, me siento orgullosa”.

Juan Bolívar y su cuñado Juan Arteaga, en la plaza de Yauyos, en un 20 de Enero. A la izquierda aparece Epifanio Sánchez Yupanqui.

Por toda la obra desplegada en su provechosa vida, Juan Bolívar, fue merecedor de justificados reconocimientos, tanto en la capital de la república como en su tierra xauxa. Tuve la feliz ocasión de participar en uno de ellos cuando en enero del año 1995, durante la gestión del abogado Luis Balvín Martínez como Alcalde de la Municipalidad Provincial de Jauja, fue reconocido como Hijo Predilecto de Jauja y galardonado con un plato de plata, conjuntamente con otros ilustres jaujinos como Hugo Orellana Bonilla y Teófilo Jorge Aliaga Osorio. Ocurrió que, luego de la ceremonia protocolar, por encargo del mismo alcalde, hubo un momento de tertulia íntima en un apartado del jirón Sucre –detrás del local del municipio- del cual lamento no haber estado portando una grabadora para registrar los hermosos momentos compartidos. Sin embargo, recuerdo con exactitud y nitidez los pasajes narrados por cada uno de ellos (Hugo Orellana recordaba su vida en París donde tuvo la oportunidad de recibir las visitas de Mario Vargas Llosa y su esposa Patricia, las reuniones en cafés parisinos con el “negro” Lobatón y cómo se fueron germinando las guerrillas de Pucutá donde apoyaría Luis de la Puente Uceda, las reuniones que furtivamente tenía con Víctor Raúl Haya de la Torre en hotelitos parisinos donde iba acompañado del acollino Víctor Ladera Prieto. Jorge Aliaga comentaba sus experiencias en laboratorios de la Universidad de la Molina con la muña y sus maravillosas propiedades para conservar los alimentos, sus intentos de forjar el INDA –Instituto Nacional de Desarrollo Alimentario- en Jauja, para lo cual empezaron a construir el local donde hoy se ubica el Instituto “Pedro Monge” luego de ser inconsultamente invadido y, Juan Bolívar, comentaba la temática de sus composiciones ensayando “a capela” algunas melodías de ellas). Esta reunión, totalmente distendida y sin ataduras de ninguna índole fue la última en que se juntaron quienes con su obra han posibilitado incrementar la grandeza de Jauja.  Esa grandeza forjada por los iluminados como estos tres prohombres de nuestra querida tierra. ¡Bienhadado el momento que me tocó vivir con ellos y justificado el homenaje a quienes engrandecen a nuestra Jauja!

Juan Bolívar, como producto de su larga y continuada actividad vernacular, tuvo una fluida relación con conocidos personajes del mundo cultural y folklórico nacional y con quienes alternó en cuanto escenario hay en el país. Conocidas son sus relaciones con músicos de renombre como Tiburcio Mallaupoma, Julio Rosales, Zenobio Daga, Pedro Pastor Díaz; con notables intérpretes del cancionero regional como Víctor Alberto Gil Mallma “Picaflor de los Andes”, “Pastorita Huaracina”, “Jilguero del Huascarán”, entre otros. Pero, de todas, las relaciones más visibles fueron las que tuvo con la gran compositora e intérprete Alicia Maguiña, para quien ejerció docencia y le enseñó a adentrarse en el cantar local mediante quiebres y modulaciones típicas de nuestras mulizas y hauynos jaujinos, lo que ella reconociera cuando en su libro “Mi vida entre Cantos” (Lima, 2018) escribiera “El enorme autor y compositor Juan Bolívar Crespo “El Zorzal Jaujino” cuyas canciones están registradas en mi repertorio y en mis discos” (p. 214). Este aprendizaje, para la cantautora Alicia, inspiró curiosidad y compromiso en ella para participar luego en nuestras fiestas tunanteras y de carnavales, llegando a ser una asidua visitante y cultora de estas festividades, pues en su primer disco de larga duración –sabemos- incluyó los temas “Jauja” y la muliza “Súplica de amor” de Juan Bolívar, apareciendo, además, en la carátula con vestido típico de jaujina (por ello, recordar las muertes de Juan Bolívar y Alicia Maguiña, son motivos de profunda tristeza para los jaujinos).

Alicia Maguiña y Juan Bolívar bailando en un cortamonte jaujino realizado en la Universidad Ricardo Palma (foto extraída del libro “Mi vida entre Cantos” editado por la Universidad San Martin de Porres).

Humano él, con todas las formidables fortalezas que le impelían como autor e intérprete del cancionero jaujino, Juan Bolívar tuvo las debilidades que tenemos todos y ello lo llevó a asumir nuevas responsabilidades frente a la vida, lo que le obligaba a seguir bregando para proteger y apoyar a los suyos. Es así que, en reconocimiento de su grandioso apoyo a la construcción de la identidad jaujina, la Municipalidad de Jauja, acordó entregarle un subsidio mensual y estaba ad- portas de que el estado peruano le otorgue una pensión de gracia del Congreso (año 1997) cuando el 13 de Junio de 1998 una neumonía fulminante -que lo sorprendió de madrugada- le arrebató la vida en su vivienda de Chaclacayo. Los denodados  esfuerzos por reanimarlo que le prodigaron sus parientes más próximos fueron inútiles, Juan Bolívar expiraba en brazos de su sobrina ante el estupor de quienes los rodeaban en ese aciago momento. Luego vendrían las sordas disputas del sepelio: la Municipalidad de Chaclacayo quiso que se enterrara allí en mérito a ser uno de sus vecinos más notables, otro sector de sus familiares más próximos pugnaban por sepultarlo en esta Jauja que tanto amó, pero al final se impuso el criterio de sus hijos que decidieron enterrarlo en Surquillo donde finalmente descansa, luego de que –enterados- sus colegas del arte como Eusebio “Chato” Grados, los Tres de Junín, Amanda Portales, entre otros insistieron en darle sepultura al estilo de Jauja: llevando el ataúd en hombros y danzando hasta su tumba bajo las melodías de tres orquestas típicas que llegaron para este efecto. En medio de una dolida multitud y con el coro de sus huaynos y mulizas Juan Bolívar fue despedido de este mundo. En recuerdo de esa fecha memorable y para que los jaujinos que residimos en esta nuestra Jauja lo tengamos siempre presente, la familia Rojas Bolívar, decidió mandar hacer el mural que encabeza este artículo.

Juan Bolívar acompañado de su hermano menor Roberto, en la mocedad de su juventud.

La heredad de Juan Bolívar Crespo, para el universo xauxa, es grandiosa. Interpretó con mucha sabiduría, a partir de la sensiblería del poblador jaujino, sus delicados afectos y lo dotó de ricas melodías que entonamos diariamente. No hay un solo comprovinciano que en sus momentos de lejanía y larga ausencia evoque y musite con nostalgia entre sus labios “Jauja”. Y evoque, con singular recuerdo, que esta nuestra Jauja es  el pedacito de cielo que diariamente retorna a nosotros porque es “…en el mal, un consuelo/ en la vida, una esperanza” .

Jauja 13 de Enero del 2021

 

 

LA EXTRAORDINARIA VISIÓN DE MANUEL PARDO Y LAVALLE PARA DESARROLLAR EL VALLE DE JAUJA: EL FERROCARRIL CENTRAL DEL PERÚ

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Darío A. Núñez Sovero

El 28 de Julio de 1908, para beneplácito de la comunidad entera, el Ferrocarril Central del Perú –que fue denominado inicialmente como ferrocarril transandino- llegó por primera vez a Jauja. Entonces la presidencia del Perú la ejercía don José Pardo y Barreda, hijo de Manuel Pardo y Lavalle, el gran visionario de la obra.

Con este motivo y con gran acierto, al cumplirse el primer centenario de tal memorable hecho, la Sociedad Amantes del Ferrocarril que presidía el extinto sociólogo Francisco Núñez Gonzales y con el patrocinio del sacerdote jaujino José Chuquillanqui Yamamoto tuvieron a bien de reeditar la obra “Estudios sobre la Provincia de Jauja” escrita el año 1862 y cuya autoría le corresponde a Manuel Pardo y Lavalle. Esta obra, reeditada, fue presentada en la Municipalidad Provincial de Jauja en Setiembre de 2009.

Manuel Pardo y Lavalle, por razones de salud y sabedor de las extraordinarias cualidades sanatorias del clima, residió en Jauja (antes de ser Presidente del Perú entre 1872 y 1876), en dos períodos: el primero los años 1858-1859 y el segundo el año de 1864. Miembro de una familia de abolengo y perteneciente a la aristocracia peruana, Pardo en su referida obra propone a la sociedad peruana el desarrollo del Perú dándole prioridad a la integración del país a partir de la construcción de una vía ferroviaria que una la capital de la república con lo que él llamó “el valle de Jauja”. Justificó su propuesta manifestando que, para entonces, la bonanza del guano estaba llegando a su agotamiento y el país debería ver otras alternativas de desarrollo que le permitan sostener los ritmos de vida que la nación tenía. “Pero llegará por fin el día, y no está lejos, en que se saque de las islas la última tonelada”, decía (p. 79). “Póngase a Jauja a seis horas de Lima, y ábranse caminos carreteros de Jauja a la montaña, es decir, póngase a la montaña a dos días de Lima, y ¿puede dudar nadie de que ese solo hecho no sería suficiente para que acudiera a ella no solo una gran parte de la población flotante (principalmente la extranjera) de la costa, sino también de ultramar, a aprovechar de las primicias de estos territorios vírgenes y a recoger los pingües y precioso productos, que podrían ser fácilmente trasladados a la costa del Pacífico y de allí muchos de ellos hasta Europa” (p. 74). Agudo en sus observaciones y consiente de la gran riqueza de la región, sostenía que “los artículos que hoy se exportan de ese departamento son principalmente: comestibles para el consumo de Lima y de toda la costa, ganados vacuno y lanar para el mismo consumo, lanas y metales para el comercio exterior. La carestía de los artículos de alimentación, que de algún tiempo a esta parte se observa en el departamento de Lima … bastaba por si sola a nuestro juicio para haber llamado la atención pública hacia el natural granero del Perú” Todo ello “podría exportarse con un ferrocarril” (p. 51).

Visionario de su tiempo y, naturalmente, considerado utopista, reforzó sus planteamientos haciendo cálculos económicos de lo que al país le podría costar esta grandiosa obra, no por gusto había seguido estudios de Economía en Barcelona y París. A este respecto, decía que los costos podrían ser asumidos de dos maneras: o bien por endeudamiento externo que con los beneficios de la exportación de productos de la región podrían ser pagados en breve tiempo o bien con los recursos propios producto de las utilidades extraordinarias que al país le otorgaba el guano de las islas. Su arrojo, lo llevó a la minuciosa tarea de establecer los montos que al Perú le costaría cada legua de construcción. Y no satisfecho con esta propuesta integral de comunicación, hizo un esbozo técnico del recorrido del ferrocarril, estableciendo tres tramos con  diferentes dificultades de construcción: el primero “sobre un terreno llano y seguro” desde Lima hasta Cocachacra, el segundo tallado a cincel sobre roca viva desde Cocachacra hasta Morococha y el tercero de estepas inmensas y suaves ondulaciones desde Morococha hasta el valle de Jauja, propuesta que fuera respetada por los estudios que hiciera el Ingeniero Enrique Meiggs, ganador de la buena pro, y el trazo confiado al Ingeniero Ernesto Malinowski. El tema es que, esta valiosa propuesta premonitoria de Manuel Pardo y Lavalle, desde su concepción en Jauja el año 1859 hasta su concreción, en que el tren hizo su ingreso por primera vez a nuestra ciudad el año 1908, demoró 49 años en hacerse realidad. Aquellas lejanas fiestas patrias en nuestra provincia fueron días de justificado júbilo. Los agobiantes y peligrosos viajes a lomo de bestia hacia la capital de la república habían concluido, la región había sido penetrada por pesados rieles y sobre ellos reposaba el progreso y la integración regional, en adelante el transporte de pasajeros sería más rápido y los fletes para transportar materiales, enseres y diversos productos serían más baratos. El advenimiento del progreso se avizoraba.

Nuestro ferrocarril central hoy persiste su presencia en medio de la indiferencia de la población desde que el concesionario, Ferrovías Central Andina S.A., administra la obra y –como empresa interesada en maximizar sus utilidades- ha preferido dar importancia al transporte de minerales en menoscabo del transporte de pasajeros. Hoy día, ante el lamentable colapso de la carretera central, es una de las soluciones que el país podría encontrar para eliminar el gran congestionamiento de dicha vía.  Alguna vez, esta misma empresa trato de edulcorar a la opinión pública regional insinuando que entre Jauja y Huancayo instalaría un servicio del llamado “tren bala” que acortaría el recorrido entre ambas ciudades a solo 20 minutos, siendo que esta ha sido una oferta que hoy duerme la injusticia del olvido pero que en su momento generó expectativa porque revivió el servicio de vagones de la década del 50 y 60 pasados en que estos viajes se hacían. El asunto es que, en cuanto a transporte en ferrocarril hemos retrocedido sideralmente. En Europa, el principal medio de comunicación es el tren rápido que va a 300 Km. por hora, como lo hace el AVE español y el TGV francés, ni qué hablar del ferrocarril Transiberiano que une la Rusia europea con el océano Pacífico con sus ramales Transmongoliano y Transmanchuriano y cuyo recorrido alcanza la longitud de casi 9,300 Km. uniendo urbes como Moscú, Vladivostok, Pekín y todas las ciudades intermedias. Los gobiernos nuestros, insensibles ante el clamor ciudadano, ignoran los esfuerzos que significaron a nuestros antepasados tener una obra colosal como es el ferrocarril. Obra que, en la afirmación del historiador jaujino Heraclio Bonilla Mayta, tuvo el altísimo costo social de casi 10 mil muertos (especialmente en el tramo de San Mateo donde los obreros fueron diezmados por la temible verruga). Atrás han quedado los 417 Km de longitud de esta obra, con sus 66 túneles, 62 puentes, 27 estaciones y 37 paraderos. ¡Paradojas funestas de un país pobre como el nuestro!

La memoria histórica reclama justicia para la gran obra de Manuel Pardo y Lavalle. A estas alturas de la vida, ninguna calle, obra pública o recinto público lleva su nombre, acto que reivindicaría la visión adelantada de quien, siendo foráneo pero viviendo en nuestra querida ciudad, pensó en la manera de hacerla próspera y desarrollista para provecho de todos quienes la habitamos y hemos nacido en ella.

Jauja, 06 de enero del 2021

CLODOALDO ALBERTO ESPINOZA BRAVO, LUMBRERA JAUJINA ACERADA EN LA FRAGOR DE LA VIDA

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Darío A. Núñez Sovero

Probablemente las generaciones del presente milenio lo ignoren, otros quizás tengan vaga referencia de algunas de sus obras y habrá algunos que lo evoquen lejanamente como alguien que dedicó su vida a resaltar y ennoblecer los valores de su Jauja natal. Es el precio que los pasos de los años imponen en la memoria colectiva de los hombres y lo cubre con un ignominioso manto de olvido, manto que te aplasta con nebulosas cargadas de ese vaho espeso que se confunde con el polvo del tiempo, llenos de inmerecidos silencios.

29 de diciembre de 1954: inauguración de la Biblioteca Popular Municipal de Jauja. Pueden apreciarse la presencia de Jesús Rivera Caballero, Armando Castilla Martínez, Abdón Max Pajuelo, Clodoaldo Espinoza Bravo (sosteniendo en texto de su discurso), César Méndez Portillo, Alejando Castro Fernandini, entre otros.

 

Por ello es que estas líneas tratan de llenarse de coraje y esfuerzo para retrotraer al presente la colosal presencia de un hombre que, en la primera parte de la centuria pasada, dejó su huella como una marca indeleble fraguada en el crisol de su amor entrañable por esta su Jauja natal: Clodoaldo Alberto Espinoza Bravo; aquel huerteño de sangre andina que como nadie, en su tiempo, se entregó al estudio del pasado xauxa e hizo de sus reflexiones un enfoque vital de lo que le aguardaba a nuestra tierra.

Nacido en Huertas en los albores del siglo XX, nunca abandonó los parajes alfombrados de ese verde de ensueño donde vio por primera vez la luz de su existencia. Muy joven aún -tenía 18 años- vio morir a su padre, don Teodoro, y desde entonces se entregó al cuidado de su madre María Cristina a la que diligentemente asistió hasta su muerte en el año 1942. Desde entonces, quedó en medio de una escalofriante soledad por lo que decidió vivir acompañado de su sobrino Enrique con quien compartió su ermitañismo hasta su fallecimiento en el año 1969.

Enrique lo recuerda con ese ímpetu arrollador que bendice la vida de los jóvenes. Su tío, Clodoaldo, era un intelectual de una personalidad avasallante, dotado de un atronador timbre de voz y contraído íntegramente a sus estudios, los cuales le proveían una vigilia casi permanente -en aquel tiempo sólo alumbrado por la tenue palidez de una lámpara Coleman ya que Huertas carecía de alumbrado eléctrico- pero gratificado por el caudal de conocimientos que continuamente le incrementaban sus interminables lecturas. Su casa era un laberinto de libros, folletos y papeles que le llegaban de todas partes del mundo (no olvida que diariamente, su tío Clodoaldo iba a pie hasta Jauja para abrir en la oficina de correos su casilla postal y retornar cargado de correspondencias que respondía inmediatamente). Ya para este tiempo, nuestro escritor y poeta, cursaba el cuarto de media en el glorioso colegio “San José” de Jauja y su visibilidad lo hizo líder de entre todos los estudiantes. Manuel Espinoza Galarza, en su obra “Relatos referentes a Jauja” (1) nos dice que el año 1921, Clodoaldo Espinoza Bravo cursaba el cuarto de media y Espinoza Galarza el tercero, cuando se dio la ocasión de una huelga estudiantil -la primera- que fue encabezada con espíritu justiciero por ambos y otros más, entonces concluida esta, la Junta de Profesores, acordó expulsar de las aulas josefinas a Clodoaldo y Manuel, decisión drástica que ensombreció el porvenir de una de las mentes más promisorias de las letras peruanas y jaujinas, expresando que “… el talento y las cualidades literarias de Espinoza Bravo, que todos reconocemos, pudieron tener tónica superior, técnica depurada, si es que nuestro poeta hubiera cursado estudios universitarios, a los que no llegó como consecuencia de la separación expresada…” (pp.79-80). Dotado de una reconocida autosuficiencia, ante la invitación del director del colegio josefino, César Lira, para su reincorporación por cuanto debían contar con su concurso para los primeros “juegos florales” que se realizaron el año 1923 en Tarma entre los colegios más antiguos del departamento de Junín, “Santa Isabel” de Huancayo”, “San Ramón” de Tarma y “San José” de Jauja, Clodoaldo se negó al retorno -que si aceptó Manuel Espinoza- decidiendo desde entonces ser un contumaz autodidacta, un febril acopiador de autoaprendizajes. Debe ser por ello que su abundante producción intelectual está cargada de locuciones latinas -que muy pocos entienden- y que lo escribía con la evidente intencionalidad de darle cierto elogioso rango a su pensamiento, pues esta clase de citas son usuales en las tesis universitarias. Justo, sobre esto, recuerdo, que cierto día del año 1986, en una extraña reunión coloquial que tuvimos en las alturas del cerro que vigila el tráfago de Chupaca, con Víctor Ladera Prieto y Hugo Orellana Bonilla -ambos artistas jaujinos llegados después de su estancia en París- me comentaban lo difícil que se les hacía leer a Clodoaldo, refiriéndose a la profusión de citas latinas que usaba. Sin embargo, Clodoaldo, escribía diariamente sobre sus averiguaciones del glorioso pasado xauxa y se daba maña para atender todos los requerimientos académicos que recibía para exponer su pensamiento. Mario Vargas Llosa, el Nobel peruano, en su obra autobiográfica “El Pez en el agua”(2) refiriéndose a sus propios desvelos por ser escritor dice “…Solo sería un escritor si me dedicaba a escribir mañana, tarde y noche, poniendo en ese empeño toda la energía que ahora dilapidaba en tantas cosas…”(p. 403), Clodoaldo como presagiando la tragedia que le sobrevendría después no desperdiciaba su tiempo, lo entregó voluntaria y generosamente al estudio e interpretación de nuestra vibrante historia xauxa. Esto explica que, su sobrino Enrique, ahora evoque con mucha nostalgia el recuerdo del tío que, en las mañanas, consagraba unas horas para cocinar sus alimentos y, en las tardes, a leer y escribir indesmayablemente en una vieja máquina de escribir marca Remington. Esta provechosa rutina es la que lo acompañó hasta su desgraciado accidente ferroviario, el año 1956, en que al bajar y resbalar súbitamente por el enredo del pantalón en la escalinata del tren (luego de haber dado, la noche anterior, una disertación en el hotel de turistas de Huancayo) le significó el cercenamiento de los dos pies, tragedia que se complicó con la aparición de gangrena en sus heridas y motivaron que, ya en el hospital Obrero de Lima -hoy Almenara- le amputen ambas piernas.

Hospital Almenara de Lima, año 1956, Clodoaldo flanqueado por dos enfermeras, en franco proceso de recuperación después de sufrir la desgracia de su accidente.

 

Esta tragedia de Clodoaldo no lo arredró y, desde su lecho de dolor coordinó la publicación de algunas de sus obras (“Cuadernos de Poesía” junto a Algemiro Perez Contreras y Jaime Galarza Alcántara, “Madre”, “Diez Figuras de América”, “Jauja Antigua”, “El hombre de Junín frente a su paisaje y su folklore”) y seguir colaborando con diarios regionales y nacionales donde se publicaban sus artículos. Comprendiendo que su nuevo estado de salud demandaba los mayores cuidados para su recuperación, luego de su alta y dentro del mismo nosocomio, decidió casarse con su antigua enamorada Fina Carmela Villar Olivera, prescindiendo de otros amores de juventud (la dama Isabel Velasco y la “Misteriosa”, esta última, una dama miraflorina que durante toda su estadía en el hospital limeño le hacía llegar ramos de flores y cuyo secreto nombre se llevó a la tumba el buen Clodoaldo). Ya de vuelta al terruño para completar su recuperación, decide consolidar su matrimonio por lo religioso y se casa en el santuario de Muruhuay con el padrinazgo de don Jorge Zapatero, un acaudalado tarmeño de aquel tiempo. Fueron estas las épocas aciagas en que confrontó el cariño de los amigos y, siempre en versión del sobrino Enrique, evoca con especial acento afectivo las visitas que sabatinamente recibía de parte de Pedro Monge Córdova, Miguel Martínez Saravia y Armando Castilla Martínez, la trilogía lírica más visible de la década del 50, además de otros intelectuales de entre los cuales solo recuerda el nombre de Sergio Quijada Jara. Quien esto escribe, adolescente, alcanzó a conocerlo muy tangencialmente, fue en la plaza de armas cuando él, elegantemente vestido con saco y corbata y protegido con un pequeño sombrero, relajadamente dialogaba con su interlocutor dejándose notar como una persona con una sobria estampa y recio carácter; me llamó la atención, sin embargo, verlo desplazarse en una pequeña tarima rodante que empujaba con sus manos enguantadas. Su sobrino, me comenta que así fue al principio hasta que le llegaron sus prótesis traídas desde Norteamérica.

Casa de Clodoaldo en Huertas, año 1959. La dama del medio es su esposa Fina Carmela. Las acompañantes de los flancos son sus parientes.

 

Clodoaldo Espinoza, pudo haber sido nuestro representante parlamentario en el tiempo posterior al ochenio de Odría: un buen día fue sorprendido por la visita de Fernando Belaunde Terry, quien acompañado de los doctores y a la vez magistrados Manuel Marull, Luis Piana y Santos Galarza, le formularon la invitación para integrar la lista parlamentaria de Junín. Clodoaldo Espinoza, comprendiendo que su rol histórico frente a Jauja no era el político sino el cultural declinó cortésmente la invitación. Y justamente por esta preocupación cultural es que indicó a sus parientes que, a su muerte, su riquísima biblioteca debía pasar a engrosar el patrimonio bibliográfico de la Municipalidad de Jauja. Cuando ocurrió lo inevitable y fue sepultado en el cementerio El Ángel de Lima, los familiares encargados se acercaron ante el alcalde Jaime Yuli Linares para hacerle conocer la voluntad del ilustre finado, recibiendo por respuesta que el municipio de Jauja no tenía ambientes para la recepción, ante lo cual este preciado bien empezó a ser depredado por algunos curiosos y, otros extraños, empezaron a vandalizarlo en la librería “suelo” de Lima. Su bella casa de Huertas, antes llena de colorido y de pequeñas granjas y breves parcelas de sembríos, poco a poco ha ido derruyéndose hasta casi desaparecer. Sus paisanos, que eran los llamados a cautelar su heredad, no han sabido valorar todo lo que el escritor poseía, pero la grandeza de su gesto nos hace ver que en él había motivaciones mayores que todos los jaujinos tenemos que agradecer por el gran legado cultural que ha dejado para la grandeza de Jauja.

Sobrino Enrique Espinoza Espinoza, en el nicho del tío Clodoaldo del Cementerio El Ángel de Lima. Persona con la que compartió su vida hasta el último momento.

En nuestra provincia, el nombre de Clodoaldo Espinoza Bravo es el que designa la avenida que conduce al distrito de Huertas. En la localidad de Tingo-Acolla, el colegio secundario también lleva su nombre y en su pueblo, Huertas, la biblioteca municipal también es denominada Clodoaldo Espinoza además de tener un busto en la plaza del distrito que fuera donado por sus paisanos del barrio Lunahuaná. Más allá de estos menores reconocimientos, no hay monumentos, complejos arquitectónicos u otras obras que nos digan que Jauja tuvo una de las lumbreras más notables del siglo pasado. Es tiempo que, las nuevas generaciones, hagan justicia a uno de los grandes de la tierra de los Xauxas.

Busto en la plaza de Huertas, donado por huerteños residentes en Lima

 

  • ESPINOZA GALARZA, Manuel. “Relatos referentes a Jauja”. Lima, Ed. Juan Mejía Baca, 1958.
  • VARGAS LLOSA, Mario. “El pez en el agua”. Santa Fe-Colombia, Ed. Seix Barral, 1993.

PANEGÍRICO A LA MUERTE DE UNA MUJER QUE AMÓ A JAUJA (*)

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Darío A. Núñez Sovero

Su voz era atimbrada y dulce, siempre aguda y potente como si fuera un eco lejano del mar rugiente de los helénicos. Si, aquella voz que ensortijada ingresaba en nuestros oídos para regalarnos los celajes etéreos de su música y vibrante sentimiento, ha callado para siempre.

Alicia (como los días de azul intenso y las noches de luces titilantes del cielo xauxa, como la verde feracidad y agostura de los campos) también era finita y su semblante siempre señorial y altivo ha quedado flotando inmarcesible en las calles y plazas de Jauja, hoy enmudecidas ante la dura realidad de su ausencia.

 Alicia Maguiña ha muerto y Jauja extrañará el vacío del impacto que generaba su presencia, siempre cálida y amable. Nunca se negó a venir a estas legendarias tierras de Jauja y, cuando lo hacía, verla nomás despertaba un envolvente presentimiento de que se sentía muy a gusto de compartir con nosotros el preciado tesoro de nuestras costumbres que la colmaban plenamente y la incendiaban de alegría.

Y fue justamente por ese cariño que empezó a tenerle a todo lo nuestro que, hacia 1976, realizó la grabación del primer álbum de música andina, donde la presencia de nuestra emblemática “Jauja” fue su grabación estelar, junto a ese manojo de canciones que bajaron desde los picachos y collados para apropiarse de una capital que ya tiznaba vigoroso provincialismo expropiando el secular centralismo de la encopetada y encorsetada Lima.

Fue ella, que sin prejuicio alguno y con el entusiasmo de la mujer que ama a esta su patria de todas las sangres,  encimó garbosa y señorial sobre la blanca estatua costeña de su cuerpo nuestra lliclla y faldellín jaujinos para decirles a todas sus audiencias que las mujeres de nuestro valle saben mostrar la sobriedad y majestad de sus atuendos. Por eso le queríamos a Alicia. Le queríamos porque, además, nos enseñaba que en la grandeza de nuestra cultura están inscritos los valores milenarios de una raza corajuda, guerrera y a la vez alegre.

Las palabras se muestran esquivas y escasas para despedirla en esta hora luctuosa., quieren salir atropelladamente desde el fondo de nuestras vísceras.  Hay dolor y congoja que opacan nuestro verbo. Pero, desde ahora, la gratitud de nuestra gente  será siempre una hermosa ofrenda a quien nos hizo ver que hay primavera en nuestro espíritu. Que hay un torrentoso rio de alegrías alfombrando nuestras fatigas diarias. Una ofrenda que será lanzada al aire para el recuerdo de quien era nuestra más asidua y bella visitante.

Ella fue quien devolvió la escondida lozanía de cada una de nuestras costumbres. Se envolvió con ellas y, sin reparos, acompañó el guapido estruendoso del carnaval marqueño y el vuelo armónico y galano  de las parejas de La Libertad y Huarancayo. Y en esa multicolor magnificencia Alicia era el candil que destellaba resplandores a esas recordadas tardes de febrero.

Alicia Maguiña ha muerto. Su cuerpo descansará en una fría losa limeña, pero su nombre siempre martillará nuestro recuerdo cuando las tinyas y cuernos, con su sonoridad andina, convoquen al gentío a vibrar con la tradición de nuestros carnavales terrígenos. ¡Descansa en paz, ciudadana de Jauja!

(*). El 20 de Enero de 1977, en el cine teatro Colonial de Jauja, el Alcalde provincial, don Alejandro Castro Fernandini, entregó a Alicia Maguiña un pergamino recordatorio  en mérito a haber grabado el primer álbum discográfico donde en la carátula aparece ella con el atuendo jaujino y también la  emblemática canción “Jauja”. En el recital que dio, la artista acudió, aquella vez, con las condiciones de tener el acompañamiento de la orquesta “Lira Jaujina” del gran Tiburcio Mallaupoma y que no se cobren entradas. La artista y su elenco criollo (donde estaba su esposo Carlos Hayre) fueron hospedados en lo que era el albergue de Paca.Desde entonces el pueblo de Jauja no ha visto otro homenaje similar.