ERASMO SUAREZ ZAMBRANO: MAS ALLÁ DE UN IN MEMORIAN (1910 – 1996)

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Aquel día del 20 de enero –de un año ya pasado-, se levantó muy temprano, aun cuando no había dormido lo regular pues sus preocupaciones le habían arrebatado el sueño. Su asistente, que dormía en una habitación contigua y que en verdad era su sobrino, al sentir ruidos en el cuarto de Erasmo, se apresuró a levantarse para estar solícito a sus diarios requerimientos. Era el primer día de fiesta y había que responder a muchos desafíos como, entre otros, recibir a la orquesta que previamente había contratado de entre los mejores músicos de la región.

Cuando advirtió que el sobrino llegó a su lado, muy convencido de sus actos, ordenó que le alcance la prótesis de la pierna cercenada años ha, enfatizando que fuera la mejor. El fiel asistente buscó en un estante de la habitación, de entre todas las prótesis, y halló la más nueva,  que su tío se apresuró a colocar sobre la pierna malograda. Rápido se aseó, se encimó el mejor terno y apenas si se acicaló cuando salió a la puerta principal para advertir que cuatro músicos ya lo estaban aguardando enfundados en vistosas ropas de gala y portando en la mano sus instrumentos. Con ademanes, entre cordiales y enérgicos, ordenó que pasen al interior dirigiéndose al comedor donde su amable esposa Luzmila les hacía esperar un apetitoso desayuno que fue engullido con avidez desacostumbrada, mientras otros músicos, previo reverenciosos saludos, iban llegando y se sumaban al momento gastronómico. Estos trajines iniciales, se habían convertido en rutinarios, los músicos –que en verdad lo acompañaban cada año- ya sabían que les esperaba una larga jornada tradicional que duraría hasta seis días. Concluido el desayuno, Erasmo Suárez espetó, con un vozarrón nasal que le salía desde el alma “¡arpa!” y, sorpresa, el músico que tocaba este instrumento apresurado ganó la calle para hacer sonar sus cuerdas, mientras sus demás colegas hacían lo mismo para armonizar un pasacalle que tronó los cielos de Jauja como una almibarada diana matinal preludio de la gran fiesta del 20 de enero de Yauyos-Jauja. Con el patriarca al frente,  ya acompañado de algunos “dirigentes” de su institución, la comitiva musical –como diría César Vallejo- “echóse a andar”. La ciudad estaba notificada que empezaba esa monumental expresión de júbilo anual: la fiesta de la tunantada.

Pero lo que no nos dice este “ritual” preliminar de la fiesta, es que, detrás de esta humanidad andante del inefable Erasmo,  estaba la figura de bonhomía de alguien que, sin quererlo, transformó la vida de la ciudad a la que sacudió de su dormida molicie señorial de ser una ciudad de fundación española a otra enteramente dinámica y renovada. Jauja, la longeva ciudad fundada por Pizarro, ahora viviría días de júbilo que sólo asistiendo a ellos podríamos explicar. Jauja tenía en él a un magistral exponente de esa tradición sincrética que es la tunantada y que, ahora, moviliza miles de personas trajinando afanes varios: transportistas, posaderos, bordadores, músicos, bailantes, ofertantes de rica gastronomía y, aún, ambulantes por doquier. Ellos y visitantes mil que anualmente llegan hasta esta ciudad colmada de expectante alegría, iban saludando a Erasmo Suárez y su comitiva, en reverenciosa gratitud por depararles una fiesta que a todos resultará inolvidable, jolgorio al que, naturalmente, han contribuido grandemente otros hijos del lugar. Esta faceta tradicionalista de nuestro personaje no fue adquirida de súbito. Lograrla significó largos aprendizajes que adquirió, cuando niño, viendo a su padre, Pablo, en similares quehaceres. El “Chino” Pablo, como  lo llamaban sus coetáneos, solía retornar anualmente desde Morococha, donde había instalado su negocio, para reunir a sus amigos en días previos al 20 de enero y, previsoramente, ensayar la danza que debía mostrarse con singular vistosidad en la plaza de los Yauyos, actitud a la que se consagró desde inicios del siglo pasado. Cuando el padre murió, el tema de la tradición quedó suelto e incierto y fueron los hijos, liderados por Erasmo, quienes tomaron la posta y desde entonces se convirtieron en promotores de esta fiesta, sin pensar que el tiempo la consagraría como la mayor de la región e ignorando que, por la belleza de su interpretación y las implicancias históricas que tiene, sería reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación. La hoy renombrada fiesta tunantera, cultivada en toda la provincia de Jauja y aún en tierras foráneas del país y el extranjero, tiene el antecedente  del afiebrado trajín que, en su momento, puso Erasmo Suárez Zambrano y sus coterráneos para darle la grandeza de la que goza, pues fue el hombre que pundonorosa y anualmente, pigmentó a nuestra tierra de ese color tradicionalista que el Perú y el mundo hoy reconoce. Su aporte es generacional e inmarcesible.

No fue un polímata de exigente formación académica, pero, en cambio, fue un escaso diversificador de quehaceres cotidianos vinculados al bienestar de personas del entorno citadino de Jauja. El amor a su tierra y sus costumbres lo mantuvo cercano a las expectativas del pueblo y, desde este punto de vista, muy temprano abrazó ideas políticas que se sintetizaron en el ideario aprista. Y es justamente en este campo que, desde el año 1966 a 1968, el pueblo de Yauyos-Jauja lo hizo su primer alcalde constitucional, habiendo prodigado su interés en poner en marcha la administración municipal y diversas obras de grata recordación, pues siempre fue consciente de que su gobierno tenía la misión de hacer olvidar a sus dirigidos que ya no eran un barrio de Jauja, sino que ahora eran una comunidad con personería legal que debían forjar su propio desarrollo. Estas actitudes  ediles han fructificado en los hechos, pues el otrora naciente distrito de Yauyos hoy tiene mayores proyecciones que la propia capital, Jauja.

Dieciocho años después, en 1986, y siempre enarbolando su militancia partidaria como un lábaro promisorio para la provincia, Erasmo Suárez, fue designado Subprefecto de Jauja. Esta responsabilidad la asumió con asombroso estoicismo, pues no lo arredró el temor que despertaba el terrorismo de aquel tiempo, ensañado en aniquilar autoridades que designaba el gobierno central y otras elegidas mediante sufragio ciudadano. El personal que todavía labora en dicha dependencia recuerda, con discreto humor, la forma cómo provocaba a los violentistas: “llevaba su orquesta al mismo local subprefectural y ordenaba que toquen tunantada, no temía a nada…”. Así era este viejo jaujino, digno representante de la estirpe de los xauxas: corajudo, trabajador y sabio interprete de las necesidades populares.

Como pocos, advirtiendo que los ciudadanos de nuestra capital tenían muchas necesidades que atender y como digno continuador de las enseñanzas de su padre, Erasmo  rayó su quehacer en el campo del emprendimiento. Desde muy joven se dedicó al comercio, especialmente en el rubro de zapatería, campo en el que contó con el constante apoyo de su esposa y su hija Alicia. Con ellas administraban tres locales de venta de toda clase de calzados a donde los clientes, gustosos, acudían para adquirir sus prendas de vestir y además gozar de la amable atención que solían brindar sus propietarios, sumado a ello que era distribuidor mayorista de zapatos y zapatillas entre pequeños comerciantes a quienes proveía a crédito. Pero no sólo eso, en el local que administraba el patriarca –del jirón Grau- los viejos y amicales compañeros y adversarios ideológicos de Erasmo solían acudir, especialmente los días domingos, después de la misa de once, para entablar largas conversaciones en torno a la problemática de la provincia y, aún, de su viejo partido político. De este modo, se convirtió en un habitual y abierto contertulio de la ciudad, donde informalmente se discutían temas que eran de urgente tratamiento para el desarrollo de Jauja. La presencia de Erasmo Suárez en la vida de la ciudad era siempre gravitante, su cercanía al pueblo, sus diálogos que traducían el pulso de la provincia y las proyecciones que de estas reuniones se esbozaban hacían de su vida una brújula que necesitábamos todos para saber hacia dónde nos dirigíamos y qué debíamos hacer para enfrentarnos a los retos diarios de la vida. Erasmo Suárez no era una persona más, era por sobretodo una persona especial, una persona necesaria en la vida de las gentes, infaltable en la cotidianidad vital de nuestra tierra. Una persona a la que a sus numerosas facetas incorporó la de ser un profundo creyente, especialmente de la Virgen Chapetona, de cuyas celebraciones nunca estuvo ausente, e incluso fue mayordomo de fiesta en numerosas veces.

Cuando el ocaso existencial lo acercó a la inevitable muerte, no dudó en llamar a sus continuadores más cercanos para pedirles, en nombre de Jauja y de su institución a la que consagró su vida, -el “Centro Jauja”-, que había que continuar forjando y desarrollando aquello que jamás dejó: la tunantada. La sombra de su legado ha fructificado exponencialmente y hoy, la fiesta de la tunantada no solo es una tradición emblemática de Jauja que colma la identidad de los jaujinos, sino que es una expresión que traduce la alegría de un pueblo que sabe aquilatar la heredad de los mayores, entre los cuales la figura de Erasmo Suárez Zambrano crece “como crece la sombra cuando el sol declina”.

Jauja, 22 de marzo del 2024.

DARÍO A. NÚÑEZ SOVERO

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