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PANEGÍRICO A LA MUERTE DE UNA MUJER QUE AMÓ A JAUJA (*)

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Darío A. Núñez Sovero

Su voz era atimbrada y dulce, siempre aguda y potente como si fuera un eco lejano del mar rugiente de los helénicos. Si, aquella voz que ensortijada ingresaba en nuestros oídos para regalarnos los celajes etéreos de su música y vibrante sentimiento, ha callado para siempre.

Alicia (como los días de azul intenso y las noches de luces titilantes del cielo xauxa, como la verde feracidad y agostura de los campos) también era finita y su semblante siempre señorial y altivo ha quedado flotando inmarcesible en las calles y plazas de Jauja, hoy enmudecidas ante la dura realidad de su ausencia.

 Alicia Maguiña ha muerto y Jauja extrañará el vacío del impacto que generaba su presencia, siempre cálida y amable. Nunca se negó a venir a estas legendarias tierras de Jauja y, cuando lo hacía, verla nomás despertaba un envolvente presentimiento de que se sentía muy a gusto de compartir con nosotros el preciado tesoro de nuestras costumbres que la colmaban plenamente y la incendiaban de alegría.

Y fue justamente por ese cariño que empezó a tenerle a todo lo nuestro que, hacia 1976, realizó la grabación del primer álbum de música andina, donde la presencia de nuestra emblemática “Jauja” fue su grabación estelar, junto a ese manojo de canciones que bajaron desde los picachos y collados para apropiarse de una capital que ya tiznaba vigoroso provincialismo expropiando el secular centralismo de la encopetada y encorsetada Lima.

Fue ella, que sin prejuicio alguno y con el entusiasmo de la mujer que ama a esta su patria de todas las sangres,  encimó garbosa y señorial sobre la blanca estatua costeña de su cuerpo nuestra lliclla y faldellín jaujinos para decirles a todas sus audiencias que las mujeres de nuestro valle saben mostrar la sobriedad y majestad de sus atuendos. Por eso le queríamos a Alicia. Le queríamos porque, además, nos enseñaba que en la grandeza de nuestra cultura están inscritos los valores milenarios de una raza corajuda, guerrera y a la vez alegre.

Las palabras se muestran esquivas y escasas para despedirla en esta hora luctuosa., quieren salir atropelladamente desde el fondo de nuestras vísceras.  Hay dolor y congoja que opacan nuestro verbo. Pero, desde ahora, la gratitud de nuestra gente  será siempre una hermosa ofrenda a quien nos hizo ver que hay primavera en nuestro espíritu. Que hay un torrentoso rio de alegrías alfombrando nuestras fatigas diarias. Una ofrenda que será lanzada al aire para el recuerdo de quien era nuestra más asidua y bella visitante.

Ella fue quien devolvió la escondida lozanía de cada una de nuestras costumbres. Se envolvió con ellas y, sin reparos, acompañó el guapido estruendoso del carnaval marqueño y el vuelo armónico y galano  de las parejas de La Libertad y Huarancayo. Y en esa multicolor magnificencia Alicia era el candil que destellaba resplandores a esas recordadas tardes de febrero.

Alicia Maguiña ha muerto. Su cuerpo descansará en una fría losa limeña, pero su nombre siempre martillará nuestro recuerdo cuando las tinyas y cuernos, con su sonoridad andina, convoquen al gentío a vibrar con la tradición de nuestros carnavales terrígenos. ¡Descansa en paz, ciudadana de Jauja!

(*). El 20 de Enero de 1977, en el cine teatro Colonial de Jauja, el Alcalde provincial, don Alejandro Castro Fernandini, entregó a Alicia Maguiña un pergamino recordatorio  en mérito a haber grabado el primer álbum discográfico donde en la carátula aparece ella con el atuendo jaujino y también la  emblemática canción “Jauja”. En el recital que dio, la artista acudió, aquella vez, con las condiciones de tener el acompañamiento de la orquesta “Lira Jaujina” del gran Tiburcio Mallaupoma y que no se cobren entradas. La artista y su elenco criollo (donde estaba su esposo Carlos Hayre) fueron hospedados en lo que era el albergue de Paca.Desde entonces el pueblo de Jauja no ha visto otro homenaje similar.