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JAUJA: 486 AÑOS DE GLORIA Y ESPERANZA

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Darío A. Núñez Sovero

El insigne escritor jaujino Clodoaldo Espinoza Bravo nos lo recuerda, en su vasta obra colmada de jaujinidad, que desde el gobierno del Dr. Heráclides Balvín Huamán, quien fuera el primero de los que ocuparon el cargo por elección popular el año de 1963,  se dio inicio, por Acuerdo del Concejo, a la Semana de Jauja, la misma que se instituía en razón de la vigencia de Jauja en la historia de los pueblos del Perú y América. Esta semana debía tener como día central el 25 de abril, en recuerdo del día en que se consolidó la Fundación Española de la Ciudad de Jauja en 1534. Desde entonces, el mes de abril, para nuestra provincia estaba determinado, a priori, para ensayos y celebraciones que debían realzar nuestro júbilo citadino fundacional, así como también rendir un reconocimiento a quienes, en su momento tuvieron activa participación para la forjación de nuestra idiosincrasia e identidad.

Cronológicamente, este año, es la semana en la que debían desarrollarse todas las actividades de la Semana de Jauja. Estas, naturalmente, afrontan la coyuntura de la grave pandemia mundial que aqueja a la humanidad y que nos enfrentan a una situación de razonable emergencia nacional. Razón más que poderosa para posponer cualquier tipo de programaciones festivas que esperarán una nueva oportunidad. Las penurias de nuestra comunidad y el respeto al sufrimiento de miles de contagiados y fallecidos así lo exigen.

Lo expuesto, sin embargo, no nos impide para que en la interioridad de cada jaujino se desborde la emoción y podamos expresar nuestro homenaje al sagrado suelo que nos viera nacer. Rendir nuestra reverencia a ese espacio geográfico, colmado de infinitas bondades naturales, que fuera el escenario donde hemos visto la luz por primera vez y desde donde hemos iniciado nuestro recorrido por la vida y el mundo.  Ofrecer nuestra pleitesía a nuestra Jauja, suelo bendito que es y será nuestra fuente de inspiración para acometer, con entusiasmo y mucha fe, las diferentes vicisitudes existenciales.

Esa es la intención de la presente nota, que no es sino un apretado resumen de sentimientos terrígenos y una exaltación viva a la calidad de exhibir, con orgullo, la condición de ser jaujinos. Por ello es que nos emocionamos al recordar a esa tierra legendaria que aportó objetivamente con el rescate del inca Atahualpa con el cargamento aurífero que hicieran llegar nuestros naturales a Cajamarca, confirmando la fábula europea del “País de Jauja”.  Saber que el 24 de abril de 1534, por decisión de Francisco Pizarro, se consolida la fundación de Jauja como la capital de la gobernación de Nueva Castilla es motivo de perenne reflexión, pues nos recuerda el inicio de una orgullosa nación mestiza que supo conjugar los aportes culturales del mundo occidental e indígena. Nos llenamos de euforia patriótica cuando evocamos la participación activa de nuestra Jauja en las Juras de la Independencia Nacional bajo el liderazgo del cura Estanislao Márquez y Alejo Martínez Lira (en Jauja fueron dos juras de independencia las que ocurrieron el 20 de noviembre de 1820, en la mañana en Huancayo y por la tarde en Jauja. No olvidar que Huancayo es desmembrado de Jauja el 16 de noviembre de 1864). Para nosotros es motivo de especial recuerdo el haber sido, aunque sea brevemente, sede de la capital de la república peruana y por ende Capital del Perú cuando Nicolás de Piérola decide establecerse en Jauja en su condición de dictador. Haber estado presente en las jornadas de la Guerra con Chile en las batallas de San Juan y Miraflores así como en la resistencia de Cáceres con los batallones “Jauja”, “La columna de Mito”, “Guardia Nacional de Huaripampa”, “Cazadores de Apata Nº 8”,  “Flanqueadores de Llocllapampa”, “Cazadores de Muquiyauyo”, “Batallón Libres” de Marco y Concho, que consagró la gloria de prohombres jaujinos anónimos así como de líderes como Domingo Martínez Martínez, Lucas Hinostroza e hijo.

La Campaña de la Breña fue financiada por los notables jaujinos en 1882

Cabe precisar que Jauja fue quien financió la Campaña de la Breña, por lo que una vez terminada la guerra del pacífico, nuestra ciudad atravesó una grave crisis económica que la superamos posteriormente. Al respecto, en la página 43 del libro “Poder y conflicto social en el Valle del Mantaro” de Giorgio Alberti y Rodrigo Sánchez, se indica lo siguiente:

“Otro factor que contribuyó al debilitamiento de la élite jaujina fue la guerra con Chile (1879). En efecto, todos los gastos para la defensa de la región y la preparación del ejército del general Cáceres fueron sufragados por los notables jaujinos (Bravo Guzmán, 1943). Además, la élite jaujina sufrió las peores consecuencias de la devastación causada por las prolongadas acciones militares en el área”.

Asimismo, haberle dicho al Perú: presentes en la Guerra con Ecuador en 1941, otorgándole la entrega y heroicidad del jaujino Alipio Ponce Vásquez “El titán de Carcabón”. Haber tenido participación viva y arrojada en el conflicto del Cenepa el 1995 con la pericia combativa de Hilario Valladares Zegarra, héroe de dicho conflicto. Recordar todo ese sacrificio de jaujinos en aras de la patria me sacude el patriotismo y lo colma de orgullo, como también me enorgullece saber del bagaje intelectual y cultural de Pedro Monge Córdova, Edgardo Rivera Martínez, Aníbal Moto Vivanco, Wenceslao Hinostroza, Max Espinoza Galarza, Víctor Modesto Villavicencio, Miguel Martínez Saravia, Alejandro Contreras Sosa, entre otras renombradas intelectualidades jaujinas, que han hecho aportes tangibles al enriquecimiento de la heredad nacional.

Hablar de Jauja sería llenar de palabras grandiosas y melifluas las páginas de la historia nacional. Todo ello aflora ante nuestra memoria cuando la nombramos. Aflora también la necesidad de seguir bregando por su desarrollo: i) defendiendo la vigencia de nuestra primer terminal aéreo como Aeropuerto Internacional del Centro -tal como fuera proyectado por nuestros ancestros liderados por Tayta Pancho, José García Frías y Virgilio Reyes-; ii) seguir impulsando la carretera JU 103 que posibilitará abrir una nueva vía de desarrollo de Jauja con su región selva; iii) seguir impulsando la próspera industria de productos lácteos y piscícolas que harán de nuestra provincia una rica fuente de provisiones alimentarias al país; iv) continuar con la explotación racional de los recursos no metálicos de la quebrada del valle del Mantaro, fuente de ingente mano de obra local; v) continuar siendo la dispensa alimentaria de la capital de la república con las ingentes cosechas agrícolas de nuestro campesinado; desarrollar desde una óptica más técnica y productiva la potenciación de los numerosos recursos  turísticos de Jauja, fuente de grandes recursos económicos para nuestra comunidad; vi) iniciar la nueva construcción del Hospital de Jauja; vii) iniciar la construcción de la Zona Monumental de Jauja; etc. Y así la relación de tareas pendientes sería larga, pero es lo que ahorita necesitamos como provincia.

Esta apretada mención de las virtualidades de Jauja, naturalmente colman el sentimiento colectivo de nuestros comprovincianos en esta semana de Jauja. Lo hemos querido mencionar como una humilde y modesta tributación de reconocimiento y homenaje a nuestra querida y grandiosa tierra, en este su 486 aniversario de fundación española. ¡Viva Jauja!

Jauja, 21 de Abril del 2020

¿VACACIONES? ¡LAS DE MIS TIEMPOS!

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Darío A. Núñez Sovero

En la vida de las personas siempre habrán vivencias de índole laboral o estudiantil. Estas últimas, retrotraídas en el tiempo, como en mi caso, estuvieron acompañadas de un período de descanso que todos conocemos como vacaciones; delicioso espacio temporal ideal para redondear proyectos que dormían ansiosos de ser logrados una vez que se den inicio y luego de tensa espera.

Debo empezar confiándoles que esta es una prosa preñada de nostalgia, de recuerdos que se agolpan en nuestra memoria y se acurrucan en algún lugar de nuestros más delicados sentimientos. También es un homenaje, silencioso y quedo, a la memoria de amigos con quienes compartimos incontables experiencias. Es natural que, en este recuento, omita involuntariamente algunos nombres. A ellos expreso mi antelada disculpa.

En tiempos estudiantiles, ver concluir el año lectivo, aparejaba una escondida alegría de presentir que el período vacacional próximo venía con muchos escenarios a disfrutar. No bien realizada la clausura del año de estudios, nuestra maleta estaba lista para ser conducida a los vehículos de transporte que deberían retornarnos al extrañado terruño. Muy temprano ya nos encontrábamos en la desaparecida Estación de Desamparados en Lima para realizar nuestra travesía andina en el primer tren. Nada era comparable como viajar en tren. Hacerlo me recordaba esa metáfora de Chocano cuando la comparaba con “la aguja de acero inmensa que va cosiendo los Andes”. Era, además, extasiante porque te posibilitaba confirmar lo bello que es nuestra patria, llena de amplísimos paisajes polícromos que se iban pintando a nuestros ojos, unos tras otros. En esas cavilaciones geográficas, de pronto ya estábamos en Matucana, Chicla, La Oroya, Pachacayo, etc.; y en cada una de estas estaciones voces estridentes ofrecían diversos manjares para el paladar como truchas apanadas, choclos con queso, panecillos, alfajores, etc. Todo este deleite no era suficiente para calmar nuestra ansiedad por llegar a Jauja. Nuestro estado anímico expectante nos hacía olvidar los estragos que el temible soroche amenazaba a nuestra salud. Ya en el terruño, presurosos, abordábamos los taxis de “Chato” Cruzado o “Saca” Benavides y, de pronto ya estábamos en casa. El reencuentro con los nuestros era de una alegría desbordante. Los abrazos eran como sellos que agotaban la nostalgia generada por nuestra forzada ausencia.

Naturalmente que, en casa, se ignoraba que estratégicamente (para usar un término castrense) ya habíamos diseñado nuestro plan de vacaciones. La cercanía de las fiestas navideñas, que era una celebración íntima desprovista de la parafernalia de este tiempo, nos proyectaba a estar, luego de la misa de gallo, en el parque principal para admirar la infaltable cuadrilla de huayligía, liderada por Pancho Chávez, aquel regordete guardián del cementerio, que encabezaba la comitiva de bellas y vaporosas muchachas que se desplazaban desde la plazuela de Libertad hasta la Iglesia Matriz. El mismo día navideño, con los amigos del barrio, por la tarde ya estábamos enrumbando hacia Masma o Muquiyauyo para apreciar las hermosas fiestas de ese día.

Transcurridas las austeras celebraciones del nuevo año y mientras aguardábamos el inicio de las fiestas de Bajada de Reyes, desplazarnos hasta las riberas del río Yacus era una rutina diaria que se hacía para darnos, con cientos de muchachos, chapuzones en la torrentada de un bramador río que atemorizaba nuestra fragilidad humana. Allí coincidíamos con decenas de muchachos de otros barrios todos en la misma conducta de saltar desde la orilla, bracear y luego salir para irse “secando al sol” con los dientes rechinando y temblorosos por el aire frígido de aquellos húmedos parajes. Cuando, ya dando las 5 o 6 de la tarde, nos retirábamos haciendo chanzas de nuestra alegría acuática, ya estaba diseñado el ir, por las noches, a cuánta fiesta de “bajada de reyes” había en Jauja, aún sin estar invitados. Era grato compartir la prodigalidad de las familias anfitrionas: se comía, se brindaba, se bailaba… ¡Dios mío!, para qué más. Y así transcurrían estos días de enero, en medio de un ambiente bacantino, hasta que ¡de pronto! Nos dábamos cuenta que había llegado el no menos renombrado y esperado “20 de Enero” y el escenario de nuestra alegría era otro. Se había mudado a la plaza de los Yauyos, donde las celebraciones lindaban con lo pagano por cuanto en la mañana del primer día, los devotos de San Fabián y San Sebastián, eran contritos fieles que asistían a misa y procesiones, para luego dar rienda suelta a toda su alegría tunantera multiplicada en cada una de las cuadrillas presentes. Era sorprendente ver cómo de la devoción mística de los feligreses se pasaba al ambiente dionisiaco de la sensualidad y el desenfreno. Y así en los días siguientes, dirigirnos a ese recinto antiguo donde se derramaba la alegría por nuestros cuatro costados, los agasajos, desayunos y almuerzos, eran esperados con una devota voracidad sibarítica. Como dirían los marketeros de cierto panetón: ¡cuánta fiesta!, ¡cuánto baile!, ¡cuánto brindis!, ¡Dios mío! Para qué más. Y aturdidos por esos eufóricos momentos de fiesta, las bromas discurrían como ríos de estridentes carcajadas, uno más que otros de jocosos. Si hasta para estrecharnos en abrazos era como ritual decir: “felices pascuas y próspero 20 de enero”, como una obligada manera de saludarnos entre los presentes. Y los momentos, desde antaño, siempre son los mismos. Reencuentro con amigos, mutuos saludos, abundante líquido dorado y espumoso para los brindis de reencuentros y, si estábamos disfrazados en la cuadrilla de Erasmo Suárez, buscar ansiosamente en los palcos a las mozas a quienes había que deslizarles coquetos madrigales çargados de ironía y sentimiento, con el fin de doblegar su inocencia y arrancarles discretas y ruborizadas sonrisas. En este coro socarrón de “chutos” podía reconocerse, con silencioso disimulo, la presencia de infaltables amigos como el “Chepo” Gamarra, “Chicato” Infantes, Lucho Ramírez, el “Loco” Balvín, y toda esa muchachada de mi generación. Del 20 al 26 de enero, el júbilo plural de nuestro pueblo se encargaba de incrementar nuevas anécdotas en cada jornada. Tengo guardadas en mis retinas las broncas que se armaban por disputas amorosas por las chicas de nuestra preferencia, el modo tan jocoso con el que miccionaban las polleronas jaujinas, huanquitas y María Pichanas, aquellas tarde de jalapato en la que el “Huayhuar” Artica disfrazado de chuto irrumpió montado en un caballo blanco en el ruedo de chalanes para arrancar la cabeza del pato y entregárselo, como una ofrenda sangrienta, a la dama Lola Morales que se ubicaba en un toldo preferencial del cuadrilátero de la plaza.

El 20 de enero, será siempre un hito vivencial en el recorrido de vida de todos los jaujinos. También será una oportunidad dolorosa de evocar los nombres de quienes dejaron las crueldades de este tiempo y partieron al reino desconocido del éter y el silencio: “Jara” Arteaga, el tío Erasmo, “Mocho” Suárez, Antonio Bravo, Epi Sánchez, en fin. ¡Tantos nombres! La fatiga de estas celebraciones nos restaba aliento para continuar el jolgorio tunantero en tierras de Julcán, por ello y ante la proximidad de los carnavales reservábamos energías para renovarlas en los barrios de Jauja. Ya sabíamos que teníamos que empezar por La Salud y terminar en Chinchán. Pero, reticentes y calculadores como éramos, guardábamos lo mejor de nosotros para Huarancayo y La Libertad. Empezábamos con la patasca de las traídas de monte y concluíamos con la recepción en el Casino Jauja que los padrinos del año entrante recibían de los padrinos salientes. Al final, ya exhaustos nos retirábamos presurosos y preocupados porque en casa no nos descubran el aliento fiestero. Los más suertudos dibujaban sus sombras en los zaguanes de algunas casonas, donde las parejas se prodigaban caricias mutuas. ¡Qué lindas son las vacaciones en Jauja!

Pasados los carnavales, marzo era un mes que imprimía en nuestros rostros un rasgo sombrío; un mes al que llegábamos temerosos de saber que pronto retornaríamos al lugar donde debíamos continuar nuestros estudios. Ello no era óbice para darse maña e ir al Cine Colonial para concretar alguna cita concertada y luego darse una vuelta en ese rincón de la bohemia que era el famoso Billar Doria. Allí era normal encontrar a famosos taqueros “enfermos” por el billar de tres bandas y las billas. Boquiabiertos admirábamos las “voladas” de Fukushima, el famoso “Twist” Quintana, Laguado, Pita, “Pato” Bonilla, Julio Lobe, etc. Ver a esos taqueros era como ver “doctorados” del paño verde. De todos, el más pulcro y sereno era el “Twist”, siempre enfundado en una elegancia de un Pedro Navaja andino. Y al fondo, en ese Doria del recuerdo se escuchaban las notas sonoras de los jaraneros de Jauja, donde no faltaba la voz potente y armoniosa del “Chino” Loayza, el timbre pastoso de “Collo” Lizárraga, las guitarras de Pepe Martínez y Germán Osnayo; hasta que las madrugadas nos sorprendían acariciando un buen coñac que nos suma, luego, en un profundo sueño.

Y así se iban extinguiendo nuestras vacaciones y ya sabíamos que, al final, las partidas eran tristes pero necesarias. Los adioses llegaban de pronto y nos alejaban, nuevamente, de nuestros seres amados. Los caminos del retorno eran callados testigos del recuerdo de todo lo vivido y sufrido en este breve periodo de descanso. Y sabíamos, también que el olvido, amenazaba como un manto generoso de nuestra alegría, pues, lo que nos esperaba más adelante suponía nuevas responsabilidades de estudiante. Esos fueron los años dorados de nuestra juventud.