Treinta días (capítulo diez)

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(viene del capítulo anterior)

Alberto empezó a leer el papel. Nombre. Padres. Fecha de nacimiento. Sellos. Identifica al momento que se trata de una partida de nacimiento. “¿Por qué me muestras esto?”, preguntó él aún sin haberse fijado en los detalles.

 Marisela le pide que vea el detalle de su fecha de nacimiento. Alberto quedó sorprendido: su enamorada, la que creía mayor de edad, recién cumple dieciocho en ese día. “Pero… tú no tenías diecisiete”, respondió él aún en shock por lo ocurrido. El joven se levanta y se va al baño. Demora cerca de diez minutos para reponerse.

La espera incomoda un tanto a Marisela, que también está desconcertada con la reacción de su enamorado. Finalmente él regresa a la mesa pero para pedirle que se vayan. “Lo siento, perdí el apetito”, fue lo único que respondió cuando ella le reclamó su cambio de actitud.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo diez)

[Visto: 351 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Bruja malvada, tus días de fechorías han llegado a su fin”, dijo el hombre desconocido y lanzó un rayo luminoso contra la poseída. Laura respondió fuego contra fuego y de su mano lanzó un poderoso rayo de igual potencia. Los dos seres no se dieron tregua y se mantuvieron emparejados durante muchos minutos.

De pronto, él empezó a dar muestras de desgaste. Laura se dio cuenta y aprovechó su rayo para derribar a su atacante, quien salió volando por algunos metros. “¿Mi final? Creo que te equivocaste de persona”, replicó Laura y lanzó tremendas carcajadas. Se disponía a rematar a su enemigo cuando oyó su discreta risita.

Desconcertada, la bruja le preguntó por qué hacía eso si está moribundo. “Es que no aprendiste a ver a tu alrededor”, respondió el hombre desconocido. Al instante Laura vio cómo el puñal atravesó su pecho: Carlos la tomó desprevenida y clavó la daga por su espalda. 

(continuará)

Y otra vez (capítulo ocho)

[Visto: 372 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¡Dos más por favor!”, pidió uno de los compañeros al cantinero al ver que el relato los había dejado con los vasos vacíos. Las dos chelas aparecieron lo más rápido posible en la mesa y el relato pudo continuar…

Lidia se bajó del bus sin mirarlo y Gonzalo la siguió, esperando poder darle sus explicaciones. Sin embargo, ella parece absorta en llegar a su casa. “Lidia, por favor, escúchame”, fue el pedido que, como un ruego, el pobre muchacho hace muy a su pesar.

De pronto, Lidia se detiene. Gonzalo, ya preocupado porque sentía que desfallecería de un momento a otro, la miró a la cara. “Lo siento Gonzalo, yo ya quiero a otro”, se lo dijo con total frialdad. Él se quedó congelado mientras la chica, su chica, se va sin ningún remordimiento.

(continuará)

Hoy te pido

[Visto: 389 veces]

Hoy te pido

que te quedes cerca mío.

Hoy sólo quiero

que me abraces muy fuerte.

Porque se acaba el presente

y no conozco el mañana.

Porque en este momento

me siento tan tuyo,

y te siento tan mía.

Te pido que no te vayas

aunque sé que debas marcharte.

Un minuto no cambiará

lo poco o mucho

que hemos compartido.

Y a pesar de ello

en ese minuto te entrego

toda mi felicidad.

Hoy seré tu todo

y mañana tu recuerdo,

pero valdrá la pena

vivirlo así.

Noche lúgubre (capítulo nueve)

[Visto: 364 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos trató de apresurarse pero una misteriosa fuerza lo detuvo. “¿Qu… qué es esto?”, dijo él con evidente dificultad. “Esto es lo que pasa cuando enfrentas a cosas que no comprendes”, respondió Laura levantándose de la banca sin ninguna prisa.

Carlos dejó caer el puñal al piso y se retorció de dolor, como si alguien doblara cada uno de sus músculos. La poseída tomó el puñal y se acercó para ponerle fin a su sufrimiento. Sólo le quedaban unos cuantos pasos más hasta que alguien la hizo retroceder.

El desconocido que había curado a Carlos apareció en escena y sus brazos asieron con fuerza el cuello de Laura. “¡Maldito! Así que esta era tu trampa, padre”, dijo la poseída revelando la inesperada sorpresa y dejando a Carlos muy estupefacto.

(continuará)

Treinta días (capítulo nueve)

[Visto: 290 veces]

(viene el capítulo anterior)

“Ya no tengo nada qué perder”, fue la resignada conclusión a la que llegó Alberto luego de esa inesperada respuesta. Dejó pasar los tres días que le pidió Marisela, con la esperanza de que sería la única forma de acabar con las discusiones.

Vencido el plazo, ella lo llamó más que alegre. “Vamos a cenar a otro sitio”, fue lo que ella le dijo. Alberto le sugirió llevarla a un restaurante nuevo que recién había visto. Marisela aceptó y quedaron en encontrarse en la casa de la joven.

Tomaron un taxi hasta el restaurante nuevo. Marisela quedó deslumbrada al ver lo bonito que es el sitio. Entran y se sientan en una de las mesas. Alberto se dispone a pedir la orden cuando ella le pide un momento para entregarle un papel y decirle que lo lea.

“¿De qué se trata eso?”, pregunta Alberto con cierto asombro. “Es esta la razón de mi desgano y nuestros malos ratos que hoy se acaban”, señaló la joven y tomó la mano de su enamorado entre las suyas.

(continuará)

Y otra vez (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Lidia aún no sale de su asombro. Mira a Gonzalo con cierta repulsión por lo que hizo y por qué lo hizo. “¿Qué estás haciendo? ¡Pudiste haberte matado!”, fueron sus frases de reclamo a quien había subido de esa manera.

“Sí, lo siento, pero tenía que hablar contigo”, respondió Gonzalo dándose cuenta del peligro al que expuso a todos. “Bastaba con que me hubieras llamado”, le retrucó ella viéndolo ya como una seria amenaza de la que se tiene que deshacer.

“Lidia, disculpa pero ya estoy aquí. Hablemos”, fue su débil argumento de convencimiento. Lidia le lanzó una mirada de estupor y esa fue toda su contestación. Para Gonzalo fueron los treinta minutos más largos de su vida… y los pasó en silencio.

(continuará)

Sentimientos escondidos

[Visto: 301 veces]

Hoy no sé que pensar,

ya no puedo esperar

aquel momento renovador

sino el silencio desolador.

Las miradas tan brillantes

que antes me prodigabas

se convirtieron en esquivos

pasos que alejabas.

No entendí por qué,

si no me equivoqué,

si ningún daño posible

yo te hice ni provoqué.

¿Será que acaso

no supe decir o hacer,

expresar esos sentimientos

que tuve que esconder?

Ya no lo sabré

y ya no me importará,

otro vendrá por ti,

y por mi, la soledad.

Treinta días (capítulo ocho)

[Visto: 354 veces]

(viene del capítulo anterior)

El desánimo de Alberto fue muy evidente en su oficina. Desde el día que discutió con Marisela, tenía una actitud rebelde y desafiante. Aquella semana, Alberto terminó amonestado y suspendido un día de sus labores.

Ese día nefasto, se fue para su casa y se echó sobre su cama, intentando comprender por qué esa discusión lo fastidia demasiado. Y sólo se le ocurrió lo primero que le vino a la cabeza: llamó a Marisela para saber qué de malo está pasando entre los dos.

Pero ella, sabiendo que se trata de él, no contesta. La llamada va al buzón de voz. “Por favor, déjame ayudarte, déjame entender qué es lo que te pasa”, dijo el joven y su voz se quebró al decirlo. “Espérame tres días, sólo tres días más. Te lo pido por favor”, Marisela contestó emocionada al minuto siguiente.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

“Laura, te lo pido, quedémonos un rato más, hasta que te sientas mejor”, dijo Carlos algo ansioso. “No ya, es muy tarde, es mejor que me vaya”, retrucó ella y se disponía a irse sola, cuando él le pidió acompañarla a tomar un taxi.

Ella aceptó y los dos salieron por la puerta del bar. Como no vieron ningún carro llegar, caminaron en dirección al parque. Carlos empezó a contar algunas anécdotas graciosas, haciendo que ella se riera a carcajadas mientras recorría el sendero de hojas caídas.

De pronto, Laura se sintió cansada y quiso sentarse en algún sitio. “Déjame descansar un par de minutos”, fue lo que dijo al divisar una banca y sentarse a recuperar el aliento. Al verla tan indefensa, Carlos iba a sacar el puñal cuando la oyó reírse de una forma muy extraña.

Los ojos de Laura rápidamente se oscurecieron y, con una voz que parece provenir de muy lejos, habló: “Yo ya sé que vienes a matarme”.

(continuará)