La nota en el puente (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Malena tardó un buen rato en recuperarse por completo del aturdimiento. Gerardo le alcanzó un vaso de agua para que recobrara su ánimo. “Son idénticos”, le expresó ella aún asombrada, “¿cómo es que tu hermano no me contó sobre ti?”. Él frunció el seño y, como no queriendo decir la razón, habló: “Hubo una discusión con mis padres”.

Gerardo le contó que eso ocurrió hace unos años, cuando él se sentía rebelde y muy optimista. Había decidido dejar el hogar pero sus padres se opusieron férreamente. Al final él tomó sus cosas y se marchó. Sus padres decidieron olvidarlo, y prohibieron a Alberto hablar sobre su hermano. No pensaba volver; sin embargo, la muerte de su gemelo hizo cambiar de opinión a sus padres.

Lo llamaron y regresó, aunque un poco tarde, pues llegó después de los funerales. Su intención era quedarse unos días, mas veía a sus padres y notaba que estaban totalmente destrozados. Eso lo convenció de arreglar sus asuntos de su vida anterior y forjarse una nueva aquí. “Por eso me dieron el departamento de Alberto”, señaló entristecido.

“¿Y qué te trae por aquí?”, le preguntó él cambiando de tema. “Debo buscar algo”, dijo Malena empezando a tantear entre los cuartos y los muebles.

– ¿Y qué es lo que buscas?
– No lo sé…
– ¿Y para qué lo buscas?
– No lo entenderías…
– ¿De qué hablas?

“Tu hermano no se suicidó”, respondió ante la presión, para luego romper en llanto, “a él lo asesinaron”…

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La nota en el puente (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

No podía entenderlo. Estaba sola en aquel lugar, ¡y sin embargo, Alberto le contestaba desde el más allá! “¿O es acaso una broma?”, dudó. Decidida a convencerse de una vez por todas que esto era real, lanzó una frase al viento: “dame una pista que me lleve a tu asesino”. A pesar de repetirla varias veces, no apareció otro papel.

Entristecida y desganada, Malena dejó el puente. No pensaba volver a pasar por allí pero súbitas circunstancias la obligaron a caminar por la zona la mañana siguiente. Había resuelto dejar que sus pasos la alejaran lo más rápido de aquella acera. Pero, cuando miró hacia la flor de ayer que comenzaba a marchitarse, la cogió con delicadeza.

Grande fue su sorpresa al descubrir un mensaje atado a su débil tallo. “Busca en mi departamento”, leyó el breve mensaje luego de desenrollarlo. Esa línea la perturbó: había decidido olvidar todo lo que estuviera relacionado con él. Empero, decida a encontrar la verdad, se dirigió hacia ese lugar de ingrata recordación.

Al llegar, se detuvo un momento. Empezó a llorar sobre la puerta unos segundos. Una vez que se sintió más calmada, sacó su llave y abrió la puerta. Se extrañó de ver cosas desordenadas sobre el cuarto. Caminó unos metros más y se encontró con un joven. La impresión fue tal que se desmayó inmediatamente. Después de unos minutos volvió en sí: ¡era la cara de Alberto! “Soy Gerardo, el hermano de Alberto”, le respondió…

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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo seis)

[Visto: 858 veces]

(viene del capítulo anterior)

Jano despertó gritando. “Melvin”, se oía en el cuarto al tiempo que miraba las paredes del cuarto. Fue entonces que sintió una mano sobre la suya. Mirella estaba allí. Se había quedado cuidándolo los cuatro días que duró su incapacidad. Él la abrazó como nunca antes lo había hecho durante largos minutos.

“Recordé a Melvin”, le dijo a ella una vez que estuvo más tranquilo, “recordé su muerte y también el propósito de mi misión”. Empezó a contarle sobre aquel plan: la forma en que halló a Mendieta, la forma en que desbarató su organización, en que el traficante le suplicó por su vida, y cómo cruelmente lo asesinó.

También le narró su descontento por no haber encontrado al Mecenas y, sobretodo, el hecho de su drogadicción. “Quería olvidar lo sucedido con Melvin”, habló con melancolía, “quería olvidarlo ya”. Comprendió finalmente su caos de las misiones siguientes, sus sanguinarias ejecuciones, la miseria moral en que se hallaba.

“Todo eso cambiará”, afirmó y luego le dio un apasionado beso a Mirella. Una vez que terminó el efusivo saludo, miró de reojo hacia la puerta de la habitación. Dos guardias vestidos de terno la custodiaban. “¿Por qué hay seguridad en mi puerta?”, preguntó sin entender lo que pasaba. “Yo no te traje sola aquí”, le reveló ella: “Fue tu padre”…

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Proyecciones macabras (capítulo ocho)

[Visto: 873 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pasó una semana. Eduardo decidió no esperar en casa: camina por la calle donde ocurrirá el homicidio. Se para en una esquina. Es medianoche, y la tranquilidad de la cuadra parece inalterable. Al menos hasta unos segundos después: la persecución ya comenzó. Una cuadra arriba, un hombre sale corriendo detrás de un edificio. Siguiéndole los pasos, un arquero vestido de azul que tensa su arco.

La víctima logra esquivar las primeras flechas, pero no puede contra la destreza del “cazador”: una de las saetas atraviesa la pierna derecha del perseguido que, aunque rengueando con dificultad, quiere huir. Una segunda flecha se incrusta en su brazo izquierdo y lo derriba sobre el pavimento. Ruega por su vida, pero el arquero es inmisericorde: un flechazo a mansalva acaba con la resistencia del victimado.

Eduardo ya se acerca, y el asesino escapa raudo. Sin tiempo para alcanzarlo, decide auxiliar al malherido. Su sorpresa es mayúscula: se trata del profesor Sotomayor. “Déjeme ayudarlo, profesor”, dice el joven, mas el hombre ya no puede oírlo. El joven abraza en sus manos la cabeza de su mentor mientras caen lágrimas de sus ojos. “Real o fantasía, juro que te encontraré”, grita amenazante al enemigo que ya no está…

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Proyecciones macabras (capítulo siete)

[Visto: 845 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ciertamente sorprendido, Eduardo se despidió a secas de Guillermo y se dirigió a su casa. Aquella noche, cansado, sólo procuró descansar. “Un lobo que no está”, se dijo para sí mientras acomodaba la cabeza en su almohada. Mirando hacia nada, no tardo en quedarse dormido. Tampoco en soñar con la sombra.

La historia se repitió durante las siete noches siguientes, la misma pesadilla, sólo que cada vez más nítida. ¡Y justo esa mañana, cuando por fin vio con claridad a la víctima, la mujer aparecía muerta! Y Guillermo la convertía en un mero personaje de un cuento cualquiera. Ya no quiso pensar más. Se dejó de quejar y, por primera vez desde que el suceso comenzó, se sintió muy tranquilo…

Por poco tiempo. Apenas unos minutos después de haber cerrado los ojos, otra pesadilla irrumpió en su mente. A pesar de lo borroso de la escena, fue suficiente para darse cuenta que había una mancha azul perseguía a una mancha negra. De pronto, la mancha negra se detenía y caía sobre lo que parecía suelo. Eduardo se levantó sobresaltado. “Otro asesinato”, se lamentó, asiéndose los cabellos…

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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo cinco)

[Visto: 837 veces]

(viene del capítulo anterior)

Hubo un momento de cuasi silencio, en que sólo los pasos se podían oír, avanzando por los techos. Finalmente, Melvin y Jano se ocultaron detrás de una pared. Aprovechando que cargaban nuevas balas, Melvin puso una mano sobre el hombro de su amigo. “Mendieta”, refiriéndose al traficante de armas, “no es el pez gordo. Hay alguien detrás moviendo los hilos”.

Jano lo miró extrañado, pero decide seguir escuchándolo. Su amigo le comenta que se ha enterado de, e incluso espiado, reuniones secretas con un individuo alto y reservado. “Le dicen El Mecenas. Capté su rostro y me puse a buscarlo. Él se llama…”, y no pudo continuar. Una ráfaga casi los alcanza.

“Tienes que irte”, le alcanzó a decir Melvin en medio del ensordecedor rugir de las metrallas. Jano no daba señales de hacerle caso; al contrario, quería luchar a su lado. Consciente que su amigo debería descubrir el secreto, se acercó a él y lo sostuvo por los brazos. “Lo siento”, se lo cargó sobre su espalda y lo tiró abajo del edificio…

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La nota en el puente

[Visto: 830 veces]

Callada, ida, destrozada. Así se siente Malena mirando hacia la pista que está debajo del puente. La noche anterior, al recibir esa ingrata llamada, perdió por un momento el habla. Salió corriendo, tomó un taxi y llegó a aquel fatídico sitio. No le era posible entender que Alberto hubiera muerto.

Sobre el pavimento, observó el cuerpo tapado con una sábana gris. No hubo necesidad de descubrirlo: la cicatriz marcada por una quemadura en su brazo derecho fue la señal de su reconocimiento. Por fin, entonces, pudo llorar, un día, dos, una semana, dos. Un mes después, volvía al puente desde donde los policías dijeron que se lanzó.

No había testigos, ni señas de otro en la escena: simplemente pensaron que se había suicidado. Y Malena a considerar el hecho, aunque a veces lo resistiera. Dejó una rosa blanca recostada en el barandal del puente. Se alejaba sin mirar atrás, cuando un sonido la detuvo. Era como una rosa cayendo.

Volteó. En efecto, la rosa estaba en piso pero no había nadie alrededor, mas que ella. Se acercó a recogerla, y notó que un papel doblado se encontraba aprisionado debajo de los pétalos. Malena besó la rosa y la puso de nuevo en su lugar. Se alejaba ya cuando abrió el papel. Se detuvo y la nota dejó caer. “No me suicidé. Me asesinaron”, se leía en él…

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Proyecciones macabras (capítulo seis)

[Visto: 790 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¡Qué payaso!”, criticó Eduardo con dureza a Guillermo al abrir la puerta del salón. Había quedado como un tonto ante lo que consideraba, a pesar del elemento sobrenatural, una situación grave. “Hay un asesino suelto y él, puxa, se mofa”, terminó de mostrar su enfado sentándose en la banca. Susana se le acercó pero se quedó parada.

“No te lo tomes tan a pecho”, le dijo ella, “sólo fue para joderte un toque”. Sí, debería entenderlo así, pero el recuerdo de aquella pesadilla había envuelto a Eduardo en un manto de paranoia. Sin deseos de hablar, sólo se despide de ella con un beso en la mejilla. Ya en su casa, sólo atina a tirarse sobre la cama mirando fijamente hacia el techo.

“Esa caída, si simplemente no me caía”, recordó con alguna indiferencia aquel episodio: había luna llena en la noche. Caminaba despreocupado por la vereda del parque cuando sintió una respiración acercándose detrás suyo. Al voltear, miró un lobo que venía en su dirección. Rápidamente, tomó conciencia del peligro y empezó a correr.

A poco del término del parque, y ya cuando el lobo lo estaba alcanzando, inesperadamente tropezó con una piedra. El golpe fue durísimo; sin embargo, decidió no hacer ningún sonido. El animal comenzó a examinarlo. Lo olfateó y, luego de unos segundos, se alejó del lugar. Una vez que se sintió seguro, Eduardo se levantó con alguna dificultad.

“Eduardo, Eduardo”, escuchó una voz familiar. Era Guillermo. Pasaba por el parque y había visto al tropezado. Fue a auxiliarlo, pero no lo reconoció sino recién cuando estuvo en el sitio. “¿Viste al lobo?”, le preguntó el caído. “¿Cuál?”, le respondió el otro, “Que yo sepa, aquí no hay animales”…

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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo cuatro)

[Visto: 844 veces]

(viene del capítulo anterior)

Llegados al segundo piso, abandonado a su suerte, Melvin y Jano ingresaron en los cuartos buscando armas y municiones. Jano abrió uno del los cajones del mueble: dos pistolas y suficientes balas. Salió al pasadizo central, encontrándose con su amigo. “Listo”, afirmó él. Melvin consintió del mismo modo: cada una de sus manos sostenía sendos revólveres.

“Silencio”, señaló Jano. Oyeron claramente unas pisadas sobre los escombros de la explosión en el primer piso. Ellos se miraron: “Avanza”, ordenó Jano, y Melvin corrió por la escalera hacia la azotea. Los hombres subieron la escalera al segundo piso. Entonces, Jano disparó a matar mientras empezaban a subir.

Terminada la primera ronda, subió también a la azotea en medio de un fuego graneado de los refuerzos que ingresaban. Alcanzado su objetivo, Melvin le indicó que se ocultara detrás de un pequeño cuarto que había allí, al tiempo que él mismo tomaba posición detrás de la entrada. Cinco maleantes aparecieron, avanzando en grupo cerrado para no verse sorprendidos.

Dieron unos cuantos pasos antes que una granada viniera desde el aire y estallara sin haber caído al piso. “Corre”, gritó Melvin, quien había lanzado el artefacto, acelerando su ritmo hasta el final del techo. Jano lo siguió al verlo saltar hacia la azotea contigua…

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Proyecciones macabras (capítulo cinco)

[Visto: 940 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Y no tenía a dónde huir, a dónde escapar. Aterrada, entre la espada y la pared, se aferró hacia las puertas encadenadas. Entonces sintió un dolor intenso en el abdomen. Malherida, miró a la sombra que la apuñaló, esa sombra que se desvaneció mientras su vida se apagaba”, terminó Guillermo su relato en medio de unos tibios aplausos del profesor Sotomayor.

A continuación, preguntó a los alumnos quién sería el siguiente en exponer su composición. “Raro”, le comentó Eduardo a Susana en voz baja, “Guillermo ha contado con tal intensidad el asesinato, que es como si lo hubiera vivido”. “Dedícate a leer el periódico”, le respondió el aludido, dejándole un ejemplar del diario de ayer.

Se sorprendió de ver el título de la noticia: “Mujer muere a la salida de un callejón”. Los detalles narrados eran muy fieles a su visión del sobrenatural crimen. “Sin testigos, arma homicida ni rastros de ADN, la policía no puede concluir el caso”, reza la última línea del sombrío párrafo. “No puede ser”, exclamó indignado. “¿Qué es lo que no puede ser?”, lo escuchó el profesor.

– Nada.
– Con que nada, ¿eh? A ver, presente su composición.
– Lo siento. No la tengo.
– ¿No la tiene o no la hizo?

“A lo mejor no la tiene, profe, quizá se la llevó ‘la sombra’”, se burló Guillermo de él, provocando atronadoras carcajadas en el salón…

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