Disputa en Los Robles (capítulo seis)

[Visto: 707 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Constanza, ¿no te…?”, intentó preguntar el muchacho antes que ella lo interrumpiera y le pidiera que guardara silencio. Ella lo llevó hasta la caballeriza, y una vez allí, se disculpó por su ruda petición. “No quería que tu tío nos oyera”, se justificó la joven.

Lucho le preguntó si Rodolfo le había hecho daño. “No, de hecho me trata muy bien, pero me siento como en una jaula de oro”, respondió ella con tono triste. La joven le contó que ella vivía desde hace unos cinco años en la hacienda, cuando Rodolfo la separó de su madre.

No había sido sino hasta hace unos meses que se convirtió en su esposa. “Pero no fue por amor, sino en gratitud a todo lo que él me ha dado”, afirmó Constanza, mostrando una mueca de decepción. Lucho se acercó a ella y colocó su brazo detrás de su cuello.

“Si quieres un amigo que escuche tus tristezas, aquí estaré”, dijo él consolándola y esbozando una tenue sonrisa. Constanza agradeció y apreció su gesto. En ese momento, se oyeron los pasos de Rodolfo y Santiago que habían ido a buscarlos. “Ven a despedirte sobrino, tu padre ya se va”, señaló el patrón al encontrarlos.

(continuará)

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Ángel salvador

[Visto: 579 veces]

Sintiéndome dolido y apesadumbrado,

me lancé a la oscuridad penosa

de la noche infinita e ingrata,

esperando ocultarme y no regresar.

A merced de las turbias sombras,

a segundos de desaparecer,

en medio de silencios y tinieblas,

una luz ardorosa y tibia

vino de lejos a mi último rescate.

Y decidí abrir los pesados ojos

que antes cerré por mi abandono,

y te vi allí, sujetando mi mano:

tú, mujer, que eres ángel salvador sin alas,

que hoy me devolviste la esperanza.

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Comitiva en Jarumarca (capítulo cinco)

[Visto: 717 veces]

(viene del capítulo anterior)

Fue una noche larguísima para Camilo: aunque su primo le dijo que no se preocupara por el entierro, el pistolero trató de dormir pero sólo consiguió cerrar los ojos luego de hacer divagar su mente en pensamientos triviales.

Eran casi las tres de la mañana. Un ruido proveniente de la sala lo hizo levantarse y empuñó su revólver para ver quién caminaba por allí. Con mucho sigilo, salió de la habitación. Oyó nuevos pasos y esperó detrás de una pared.

Finalmente, Camilo se decidió entrar en la sala apuntando con el revólver. Un anciano está parado junto al féretro, diciendo unos susurros. “¿Quién es usted?”, preguntó el pistolero esperando una respuesta breve y directa.

El hombre se volteó. Camilo quedó sorprendido, al ver que se trataba de la imagen de Nicanor Estrada, su padre, tal como lo vio hace veinticinco años, antes de irse de Jarumarca. “Descansa hijo, descansa”, le indicó su padre y se acercó para tomarle de la mano…

Camilo despertó sobresaltado: un sudor inmenso le cubría todo el cuerpo, pero su revólver, su fiel compañero, seguía como siempre sujeto a su diestra, impávido, sereno.

(continuará)

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Ecos desde Rasunia (capítulo seis)

[Visto: 700 veces]

(viene del capítulo anterior)

Tan pronto el recuperado Eufrocio volvió con los de su ‘raza’, sus ‘compatriotas’ notaron algunas actitudes cerradas y tercas. Luego de algún tiempo, Eufrocio se recluyó dentro de su ‘hospedaje’. Dicha situación llegó a oídos de Eroldo y también de los Ancianos.

El mayor de ellos lo conminó a resolver lo más pronto la situación: le entregó una daga de honor. “Está contaminado, debe dejar de existir”, fueron las palabras que retumbaron dentro de sí, las mismas que lo llevaron, sin paradas, hasta el lugar donde Eufrocio se encontraba.

Uno de los que se encontraba cerca de aquel episodio, fue mi persona, viendo entrar al Anciano en el ‘hospedaje’. Fueron momentos de mucha tensión, hasta que, tras percibir tan sólo el silencio, Eufrocio emergió de su escondite, armado de la daga del honor.

Detrás de él apareció su hermano, haciendo un gesto de beneplácito. Alzando la daga, gritó con voz potente: “¡Rebelión!”.

(continuará)

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Disputa en Los Robles (capítulo cinco)

[Visto: 762 veces]

(viene del capítulo anterior)

Su hermano quedó un tanto sorprendido de ver a una muchachita que, por su edad, bien podría ser la hija de Rodolfo. Mientras, Lucho no entendía nada, sólo que le parecía una señorita muy agraciada. Aun reponiéndose del hecho, Jacinta entró en la sala y avisó a los presentes que la cena ya estaba servida.

A diferencia de lo sucedido en la sala, la cena fue más distendida y algo callada. Lucho, digiriendo con entusiasmo la idea de vivir en la hacienda, comió muy rápido. La risa de su tío fue elocuente cuando llegó el postre y el pobre muchacho se sentía lleno.

“Constanza, acompaña a mi sobrino a conversar afuera”, dijo el patrón y despidiéndose de ella con otro beso. Una vez que los jóvenes salieron de allí, Rodolfo miró seriamente a Santiago. “Admito que me sorprendió tu cambio de actitud hacia mí”, señaló haciendo un gesto adusto.

“Me he visto obligado a hacerlo”, indicó el atribulado padre y cogió su casaca. De uno de los bolsillos extrajo un papel y se lo entregó a su hermano. “Ciertamente, estás muriendo… lo siento hermano”, dijo Rodolfo con el rostro desencajado.

(continuará)

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Días de transición

[Visto: 622 veces]

Infinita pena que me embarga

en los días que no te veo,

es una insufrible indiferencia

que me afecta sobremanera.

Días extraños, de transición,

donde el viento sopla pero suave,

el sol sale pero no quema,

días que trascurren mustios

sin necesidad de definición.

Así aparece tu rara calma,

que ni me convence ni te delata,

que mucho aquieta y mucho cansa

este impulsivo corazón.

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Comitiva en Jarumarca (capítulo cuatro)

[Visto: 718 veces]

(viene del capítulo anterior)

Camilo le dijo que no se preocupara, que si volvían a venir, los dejara pasar. Dicho y hecho, avisados por unos conocidos, los tres hombres aparecieron en la casa. Eleuterio los reconoció y los hizo pasar hasta la cocina.

“Te hemos estado buscando”, dijo el líder del trío, sentándose a un lado de la mesa. En el otro ya aguardaba Camilo, quien le preguntó porque lo buscaban. El hijo de Sifuentes fue enfático al señalar que tenía una deuda de sangre con ellos.

“Respetaremos tu duelo, y mañana a las cuatro de la tarde nos encontraremos en la plaza”, terminó de comentar el hijo de Sifuentes, levantándose de la mesa y saliendo con sus hermanos fuera de la casa. Luego de cerrar la puerta, Eleuterio se acercó donde su primo.

“¿Estás dispuesto a matar a estos tres hombres?”, le preguntó viendo a Camilo tan callado. Apreciando su revólver entre sus manos, el pistolero dijo convencido: “Ellos están dispuestos… y yo también”.

(continuará)

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Ecos desde Rasunia (capítulo cinco)

[Visto: 737 veces]

(viene del capítulo anterior)

Los Siete Ancianos comisionaron a Eroldo, el de menor experiencia entre ellos, para que ocultara el ‘cronofobio’ en una oscura caverna perdida en unos montes inhóspitos. Pero, no fue solo. Cuidando sus espaldas, su hermano Eufricio caminaba detrás suyo.

En uno de sus descansos durante la travesía, Eufrocio se quedó mirando el recipiente oscuro que contenía la sustancia prohibida. Preocupado por el cansancio de su hermano, le cuestionó que hacía llevando el recipiente. Eroldo le contestó que era una prueba de los Ancianos, y que había aceptado el reto para ser el más digno entre ellos.

Luego de horas de fatigosa caminata, llegaron finalmente a la cueva. Desde la entrada, se podía percibir la oscuridad que impera en el lugar. Eufrocio le señaló que podía ser peligroso, y se ofreció a entrar primero. Cogió el recipiente y avanzó unos pasos. Antes que pudiera informar a su hermano, el piso debajo se derrumbó, arrastrando a Eufrocio por varios metros.

Eroldo, premunido de los poderes de su condición de Anciano, bajó con cautela a ayudar a su hermano. Lo encontró mal herido al costado del recipiente. Finalmente se había topado con el momento de la prueba: Eufrocio le indicó el envase y le dijo que utilizara el cronofobio para sanarlo.

Era el momento de elegir, entre la lealtad a los Ancianos y la vida de Eufrocio. “No te puedo dejar morir”, dicen que relató cuando volvió junto a su hermano, quien se recuperó por completo… o eso parecía.

(continuará)

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Disputa en Los Robles (capítulo cuatro)

[Visto: 876 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Jacinta, prepara la cena”, ordenó el patrón al ingresar en la sala. Mientras esperaban que la mesa del comedor estuviera lista, cada uno de ellos se sentó en uno de los cómodos sillones de la sala a hacer un poco de tertulia.

“¿Y sobrino, cómo van los estudios?”, preguntó curioso su tío. Aún nervioso por lo ocurrido en la cerca, Lucho sólo atinó a decir “bien, bien”. Rodolfo carcajeó al escuchar la tímida respuesta del muchacho. “No te preocupes, resolveremos eso en la hacienda muy pronto”, señaló su tío con autosuficiencia.

“¿Me quedaré en la hacienda?”, dijo el joven, sorprendido por lo que oía. Rodolfo asintió y le comentó que habían hablado ligeramente sobre el asunto con su padre en una llamada previa. Fue entonces que una joven de mediana estatura entró en la estancia.

El patrón se levantó al verla y se acercó a saludarla con un beso. Luego puso su mano detrás de su cintura y la guió hasta sus parientes. “Constanza, él es Santiago, mi hermano, y mi sobrino Lucho”, presentó a sus parientes y luego agregó para sorpresa de ambos: “Santiago, sobrino: ella es Constanza, mi mujer”.

(continuará)

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No soy él

[Visto: 434 veces]

Estoy aquí, frente a ti,

pretendiendo parecer firme

pero temblando por dentro

al esperar tu respuesta.

Esa respuesta que ya conozco,

esa respuesta que me niega,

que me compara con un mal recuerdo

que aún no puedes olvidar.

La frialdad se adhiere

a tu cara antes vivaz:

La deforma duramente

en un oprobio gestual.

Y mi sentir no acepta

el lúgubre designio,

y mi voz se rebela

en ese grito cautivo:

Que no merezco esto,

¡Que no soy él!

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