Sombra del pasado

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Me extraña mucho

verte parada frente a mi,

como si el tiempo ni el espacio

hubieran ya pasado.

Será que estoy confundido,

que estoy soñándote,

pretendiendo olvidar

esta inmensa lejanía.

Y vienen de golpe

los amargos recuerdos,

mis dudas y las riñas

que obligaron a alejarte.

Ahora te veo y te siento,

y no creo que has regresado,

que has vuelto de la nada,

que me buscas nuevamente.

Me acerco a saludarte

y tu ilusión se desvanece,

porque eres sombra del pasado

que siempre quiero recordar.

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Indiscretos (capítulo seis)

[Visto: 471 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un rato después, Melisa y Sergio acabaron extenuados sobre la cama de la habitación. Mientras recuperaban el aliento, el silencio se les hizo incómodo a la espera que uno de ellos mencionara a sus amigos. Finalmente, él se decidió a hablar. “Así que a Sio le gusta Alberto”, dijo Sergio observando con mirada de malicia.

Melisa asintió con la cabeza, pero quedó más sorprendida cuando él le comentó que Alberto se había puesto nervioso cuando le habló de Casiopea. “¡No! ¿Es en serio?”, respondió Melisa con mucho énfasis, pues sabía que Alberto no era muy emocional, sino más bien parco y hasta frío. Sergio asintió con la cabeza y unas sonrisas complices surgieron en sus labios.

Meli buscó su celular y, cuando lo encontró, empezó a mandar mensajes a diestra y siniestra. “¿Qué estás haciendo?”, le preguntó Sergio mientras le acaricia la espalda. “Chismeando: nuestros amigos necesitan saberlo”, respondió ella y siguió escribiendo. Sergio no le reclamó nada y continuó haciendole cariñitos.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo doce)

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(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, Torres entró en la comisaria y fue directamente a la oficina del comisario. Dijo que tenía que ir al sur un par de días a atender un asunto familiar. El comisario se lo pensó un momento, pero finalmente firmó la hoja de permiso. Seguro porque le habían creído, fue a su casa, se vistió de civil y tomó un carro rumbo al sur.

Luego de varias horas de trayecto, llegó a La Huella. En la plaza central no encontró mucha gente, salvo algunas personas ancianas que conversaban amenamente. Pasaba caminando lento cuando oyó hablar de un tal “joven Toño”. Se le quedó escuchando atentamente hasta que el anciano se retiró de allí.

Torres caminó unas cuantas cuadras hasta llegar a la vieja casa de Toño. Se quedó esperando en una de las esquinas hasta que empezó a caer la noche. Vio cómo las luces de la casa se iluminaron y decidió acercarse para confirmar la identidad del residente. Con mucho sigilo avanzó hasta la ventana. No le quedaron dudas: el inquilino de la residencia es el fugitivo.

(continúa)

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Indiscretos (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Casiopea se sonrojó y Meli estalló en risas al ver el color de su cara. “Disculpa amiga, ya vuelvo”, se levantó y se dirigió directo a los servicios. Entró y se dirigió hacia uno de los lavabos. Se echó un poco de agua a la cara y miró de frente al espejo. “Tranquila, que esto se resuelve conversando”, se dijo y volvió de lo más relajada hacia el café.

Encontró a Meli escribiendo mensajes por su celular. Sio le pregunta quien le escribe, pero su amiga sólo le responde que es un amigo al cual va a ver más tarde. “En fin, tengo cosas que hacer, ¿nos vemos mañana?”, preguntó Sio con cierta ansiedad, a lo que Meli respondió con un sonoro “sí” y una cariñosa despedida con abrazo incluido.

Mientras Casiopea se va a su casa a pensar echada sobre su cama, Meli toma un taxi que la lleva hasta el otro lado de la ciudad. Se baja en un parque y se sienta en una de las bancas a la espera de su amigo. Aunque siempre atenta, no se percata de su presencia hasta que él la asusta apareciendo por detrás.

“¡Qué pesado!”, dice ella con una queja entre risas. “Y bien, ¿es verdad que Alberto se enamoró?”, señaló Sergio con cierta malicia. “Y… ¿te parece si lo hablamos luego?”, respondió ella tomandolo de su mano y se fueron caminando a un lugar más privado.

(continúa)

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Lágrimas amargas

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No hay excusa, no hay perdón

para esas lágrimas

que hoy derramas

en profundo silencio.

Las explicaciones que surgen

son palabras vacías

ante las que vacilo

porque no son verdad.

Ni el intento

tan doloroso, tan fallido,

de ocultar lo cierto

se me hace suficiente.

Sigues llorando

con amarga tristeza,

gruesas gotas

que no dejan de caer.

Y no puedo, y no entiendo,

y me alejo de allí,

porque no puedo creerlo,

ni quiero verte más.

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La caída de Toño (capítulo once)

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(viene del capítulo anterior)

Un auto espera estacionado en  medio de la noche. Adentro, tres personas que vigilan todos los movimientos que se suscitan en medio de la oscuridad. Casi son las diez cuando aparece una persona por la acera. Se acerca despacio hasta que llega hasta la puerta del copiloto. Se trata de Torres, vestido de civil, quien viene con un archivo en sus manos.

Dos de los hombres bajan y Torres entra a conversar con el taita. “¿Qué es lo que tienes para mí?”, prguntó el taita con cara de pocos amigos. Torres le alcanza el archivo y proceden a revisarlo juntos. Hay fotografías de Toño y uno que otro documento policial. Pero al taita no le basta con esto. Quiere saber si ya lo ubicaron.

“Sigo investigando a sus conexiones, de hecho, hay algunos que lo vieron recientemente”, comentó Torres ya medio nervioso. “No puedo creer que esté haciendo tu trabajo”, respondió molesto el taita y le sugirió que buscara al sur de la ciudad, en un barrio conocido como La Huella.

“Bien… allá iré mañana”, respondió escuetamente Torres y bajó de auto, comenzando a caminar otra vez con mucho sigilo. Mientras se alejaba, él pensaba cómo había hecho el taita para averiguarlo tan rápido. La respuesta yacía dentro de la maletera del auto: el cuerpo de José, que aún espera su sitio de entierro.

(continúa)

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Indiscretos (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Al otro lado de la ciudad, Casiopea ha salido a caminar con Melisa, su mejor amiga. Habían quedado en tomar desayuno esa mañana mientras veían ropa en las tiendas. Se llenaron de bolsas a medida que avanza el día hasta que sintieron hambre. Eran las once y decidieron sentarse en un café a beber unos jugos y empanadas.

Los chismes y bromas estuvieron a la orden del día. Las sonoras carcajadas de las dos amigas eran de tal magnitud que algunos transeuntes miraban extrañados. Hasta que llegó la pregunta fatídica. “Y dime Sio, ¿qué se cuenta Alberto?”. Bastó que Melisa lo dijera para que Casiopea se pusiera pensativa.

“Pues seguimos más o menos igual, sin novedad”, fue la seca respuesta de Sio. Meli siguió insistiendo y Sio tuvo que confesar que Alberto practicamente se había escabullido de sus sábanas luego de abrazarla con tanto cariño. “¡Oh, por Dios!”, exclamó Meli como si hubiera descubierto la pólvora. Ante su reacción, Casiopea no sabía si morderse la lengua o admitir lo que ya era obvio.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo diez)

[Visto: 471 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, los policías procedieron a interrogar a los trabajadores de la construcción. Era más que obvio que ninguno tenía la más remota idea de lo sucedido porque se habían ido temprano del lugar la noche del crimen. El oficial Torres preguntó si había alguien más con quien no hubieran hablado.

“Sí, un tal Toño Aguilar, conocido de Trelles, no ha venido hoy”, le comentó el nuevo maestro de obra. Torres le pidió los datos de su ficha. Ya por la tarde Torres acudió hasta la casa de Toño. Abrió la puerta la esposa con mucho recelo. “Buenas tardes señora. Estoy buscando a Antonio Aguilar”, se presentó Torres yendo directo al asunto.

Ella dijo que hace dos días que no lo veía. Eso le pareció extraño a Torres y le preguntó si él se había comunicado. “No, ni lo he visto ni me ha llamado”, fue la cortante respuesta de la esposa. Torres se disculpó con ella y se retiró hasta entrar en su auto. Llamó al taita para informarle: “reunámonos, tengo algo sobre tu testigo”.

(continúa)

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Es suficiente

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Presumo que no escuché

o que no supe oirte,

que esas palabras dedicadas

se fueron con el viento.

Esperaste mis respuestas

no minutos ni horas,

sino días y meses

que mi voz no se alzó.

Ya cansada por el tiempo,

por el amargo silencio,

decidiste retirarte

yendo por un rumbo nuevo.

Qué pena que recién desperté,

que con ansias te busque,

que reniegue de mi desidia,

para que vuelvas a mi vida.

“Ya no, es suficiente”,

respondes convencida,

te vas segura y altiva

y eso abre mi herida.

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Indiscretos (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Es la mañana del día siguiente. Alberto despierta con sus manos abrazando el cuerpo de Casiopea. Se siente extraño: no es la primera vez que duermen juntos pero sí la primera que no está seguro. “¿Fue sólo por placer?”, se pregunta en su cabeza mientras sus manos acarician a la bella durmiente.

Más tarde, el se levantó dejándola soñar, se vistió y se fue hacia su casa para darse un duchazo. Por lo general se quedaba más tiempo para poder conversar con Sio, como cariñosamente la llama, pero no esta vez. La duda lo había golpeado con fuerza y sólo esperaba que las gotas de agua le ayudaran a calmar su tormento.

El fin de semana no había terminado aún pero Alberto ya tenía concertado un almuerzo con uno de sus mejores amigos, Sergio. habían estado hablando sobre algunos proyectos y también de ‘otros temas’. Durante un receso bebiendo un sorbo de agua, Sergio fue directo al grano: “¿y cómo van las noches con Casiopea?”.

(continúa)

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