Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

Bien jugado

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Empieza a caer la tarde y aumentan las tensiones: es el día del running, del trote intenso a lo largo de 2500 metros. Aprovechas los cinco minutos de descanso para tomar un poco de agua de la botella a medio llenar. Una vez hidratado, te diriges a aquel circuito largo y terroso, semejante a serpiente reptante que se muerde la cola. La señal está dada y todos comienzan a correr. En tus cálculos previos, muestreando peso y altura, supones que no es malo quedar quinto o cuarto.

Sin embargo, tu andar ligero te sorprende con buenos auspicios. Atrás queda incluso el roce violento con la tranca de parqueo y, antes del término de la primera vuelta, estás peleando codo a codo el primer lugar. “Cuatro cincuenta”, grita el controlador de la prueba, siguiendo el ritmo a ritmo, segundo a segundo, de los dos contrincantes. Es entonces que, avanzados unos metros, el gringo de cabellos rulos, devolviendo la “cortesía” del inicio, ataca en la bajadita.

El moreno ve que lo sobrepasa, pero no se deja y lo alcanza en un toque. Ambos pasan por encima la cinta demarcatoria de un lado del estacionamiento y entran al final del circuito. En la última curva, los jadeos se hacen frecuentes y los corazones laten en acompasado son. Es la recta definitiva y el gringo decide probar: se adelanta unos metros y ya acaricia la gloria. El moreno ni se inmuta. Para él, esto es sólo entrenamiento, nada tiene qué demostrar. Igual, saca su orgullo y acelera sin pensar mucho en el rival.

Los presentes, expectantes, se asombran ante el desenlace: el moreno al gringo ha pasado, y el adversario sin reacción ha terminado. “Diez doce”, dice a uno. “Diez dieciocho”, dice al otro. Las manos al cielo el moreno eleva; ha ganado y nadie lo discrepa. Exhausto pero feliz, camina un rato y luego se sienta en la tribuna, a coger la botella, a tomar un sorbo. Se lo bebe con calma, mientras los otros lo miran, admirados de su hazaña. Un suave golpe en el hombro saca al moreno de su estado absorto.

– “Bien jugado”, le comenta el gringo con absoluta desazón.

– “Igualmente”, le responde el otro sin cachita, consciente y pleno que la revancha va a llegar. Sigue leyendo

Felicidad de un joven: Si no se parece a esto…

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Si la felicidad no se parece a esto, pues no sé qué forma puede tener. Estoy cansado y tirito del frío pero me importa poco. Lo real y relevante es ella, la mujer que, envuelta en frazadas, duerme tranquila en la cama generosa de mi cuarto discreto.

No tenía plan para que esto pasara, pero tampoco soy indiferente a una situación como tal. Ir con amigos, beber, bailar con las minas, flitea un rato, besar. Salir de la disco, llegar a un cuarto. Revisar mis bolsillos y no tener un billete me obligó a invitarla a mi espacio compartido.

Compartido y de suerte que el otro inquilino no llegue de aquel seminario vespertino de viernes. Llegar y darte cuenta que tus ojos, tus manos, hasta tu cabello tiembla. Ella no será una niña pero temes hacerle daño.

Y ella te besa, se desnuda y se entrega, pidiéndote cariñosamente que la toques y la excites hasta que no pueda más que estallar. Despojado de tu armadura de tela y rompiendo absurdos tabúes, te entregas a ella y tu cuerpo entra en su misma sintonía, en total armonía con los elementos y tus creencias.

Tras orgásmico idilio, ella se derrumba y se te queda mirando, mira y remira, mientras acaricias su pelo. Y se duerme, mientras piensas si la felicidad no se parece a esto… Sigue leyendo

Tras cuatro días intensos (Resucitaré)

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Hoy, tras cuatro días intensos, me siento más tranquilo.
Como diría un tombo, “acabó el baile”, con sinsabores, con nerviosismo, con esfuerzo.
Durante las próximas tres semanas se instalará la incertidumbre, esperando los ansiosos resultados de estas pruebas.
Pero no creo ser el mismo, no después de comprobar a qué me enfrento.
Tengo la necesidad de demostrar que no puedo seguir así, no en este estilo, no en este orden, no en esta rutina.
Tengo ganas, vaya “equilibrio”, de volar alto y pisar tierra.
Hoy, tras cuatro días intensos, estoy muerto.
Y mañana, resucitaré.
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Más te vale

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Tap, tap, tap, tap. Los pasos de Leo se detienen, entra a la cafeta, se sienta y abre el libro de historia que el profesor Curtis les ha pedido leer. Él, ni corto ni perezoso, se había dirigido a la biblioteca tras la clase para conseguir primero el tomo, pero lo cierto es que a pesar de lograr su objetivo, sus piernas padecían el cansancio de un cuerpo agotado de estar sentado frente a la compu varias horas.

Instalado ya con hoja y lapicero, Leo comienza a desentrañar los vericuetos de aquel limbo y traza sobre el papel el resumen de sus observaciones… “y tras el toque de trompetas, el inquieto Carbajal lanzó a la caballería cerro abajo, intentando quebrar por el medio la columna enemiga…” ¡Leonardo!, una voz retumba. Es el Chino Ríos quien, como siempre, estaba necesitado que alguien lo oiga.

La verdad, mis ojos no dan para mucho y mi atención se empieza a nublar, así que le doy unos minutos para esta plática que… “y bueno, hay un plan para timbear un rato en el casino Sahara, ¿te apuntas? Si quieres ponemos mita mita y sale más barato…” Ufff, imposible, estoy que me caigo del sueño y no tengo ganas de hacerle caso, pero sigo, estoico, procurando descrifar los mensajes que me dice.

Finalmente se tiene que ir y yo, con gesto entre adusto y apenado, me despido. Vuelvo al libro y retomo con más ímpetu el relato, que empieza a oscurecer y apenas voy iniciado el segundo capítulo… “Luego del fragor de la batalla, los soldados de Angulo empiezan a recoger a los caídos. Angulo se detiene, la insignia brilla cegándole la visión, se arrodilla con cuidado y observa el pelo canoso y ensangrentado de su mentor, el cual acaricia ligero y cariñoso. Llama a dos de sus hombres para cargar el cuerpo de Carbajal…”

“Leo, Leo”, zumba un susurro. “Ya pues Chino, deja ya de joder”. “¡Leo!”, el grito lo despierta, de paso que también lo aturde, los ojos irritados se abren fastidiados: miran al frente y luego al costado. Su querida Leti ya está sentada en su mesa y dispuesto las copias y el cuaderno de inglés. “¿Habíamos quedado en…?” Ella lo corta, asintiendo con la cabeza. Él se llevó las manos a la boca, tapándosela para suavizar su bostezo.

“Ok, dame un minuto para lavarme la cara”. Leti acerca su mano al rostro de Leo, quien bajó la guardia y esbozó una sonrisa. Ella aprovechó el momento y la dirigió contra su mandíbula; mirándolo fijamente, agregó: “Más te vale”. Sigue leyendo

(Desaparecido) En la niebla

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Caminas por la senda
un día olvidada,
ventea la brisa
en la noche estrellada.

El tiempo en segundos
pasa y traspasa
el clima tranquilo,
el camino a casa.

Mas baja la niebla
que aturde y enfría
el aire más blanco,
la tundra más fría.

Pues es niebla de encanto
que a los cuerpos atiesa,
les quita los sentidos,
los congela y apresa.
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Cómo te odio, tombo de Arenales

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8 y 10 am. La hora en que tomas la coaster es lo suficientemente temprana como para llegar sin sobresaltos a trabajar. Subes sabiendo que la incomodidad es evidente: los asientos ocupados, al igual que medio pasillo, te obligan a colocarte, junto a la maleta que cargas, lo más cerca posible de la puerta para evitar complicaciones a la hora de bajar. Igual, el conductor se detiene a cada rato en Pershing para recoger uno que otro pasajero de los improvisados paraderos de esta avenida de amplia berma pero estrecha vía.

8 y 20 am. Después del tedio generado, finalmente la coaster entra a Javier Prado. cnvencido de que tendrás viada hasta cerca de Arenales, rehúsas sentarte en el vacío asiento que dejas lo ocupe una mujer. Las calles una a una empiezan a pasar; de pronto, el carro se detiene a pocos metros de Palmeras. “Ta mare”, susurras enfadado, y no es para menos: una policía da el pase a los de esta transversal mientras espera que el tráfico se descargue en el siguiente cruce.

8 y 30 am. Luego de esta espera, el transporte logra avanzar un pequeño tramo, cada vez más cerca de Arenales. Y otra vez, la sin razón del uniformado los detiene dando pase a los que ingresan a Camino Real. La gente en el carro comienza a fastidiarse, y algunos más avezados ya se lanzaron a la calle, a caminar unos metros mientras encuentran otro bus que avance a su destino. Lo cual permite que agarres sitio pero ¿para qué? De todos modos vas a sufrir los caprichos del poli de la esquina. “Cómo te odio, tombo de Arenales”, piensas para ti.

8 y 45 am. Soportando como puedes el calor de esta estival mañana y el pérfido atolladero, cruzas -¡por fin!- la intersección demorada. Miras tu reloj y la incomdidad se te sale por los poros. “Joven, poco gana molestándose. Total, así es siempre en esta zona de la ciudad”, me solivianta el señor ya mayor que está sentado a mi costado. Sí pues, no vale la pena despotricar contra el chofer o su sudoroso cobrador, poco entienden la actitud de este novato oficial.

8 y 55 am. cual vía dolorosa, llego finalmente al paradero de Begonias. Bajo y corro por el puente peatonal que conecta con Panamá. empiezo a sudar pero no me detengo: ya voy tarde y ni los muchachos pueden salvarme de tal demora. El inoportuno cruce de Canaval y Moreyra me detiene un par de minutos más, con los autos que en tropel raudos por la pista van. Tras el semáforo en rojo, otra vez a correr con más furia y con más desesperación, con las 9 y 10 y con el sudor en vano, inquieto vas, alargando tu agonía. Sigue leyendo

Contradictorio

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Has dicho lo que has querido
pero no has hablado
lo más importante.

Has creado un excelso invento
pero no pensaste
si serviría a los demás.

Has contado tus proezas sin par
pero olvidaste el detalle
que no te escucharon.

Cómo quieres estar adelante,
en mostrarte o en lo alto,
si en la cuenta caes cada vez
que eres contradictorio
una y mil.
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El desvío

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Es viernes por la noche y estás ansioso yendo a tu destino. Desde el miércoles estás que preguntas a tus amigos dónde es el plan, pero muchos te rehuyen argumentando excusas: “la gente está desanimada”, “no lo sé”, “estamos manyando”, “todavía no sale nada, quizá algo de último momento”. Como siempre, no estás muy convencido de las respuestas y las aceptas con indiferencia. “Total”, te animas, “si no me quieren cerca, igual puedo vacilarme con mi propio plan”. ¿Plan propio? Sabes bien que lo dices envalentonado mas ni ropa ficha tienes.

Aún pensando vas en esas cavilaciones, sientes el vibrador del cell que insistente se mueve en tu bolsillo. contestas y no lo puedes creer: es Fito, tu pata del alma, tu uña y carne, tu broder, invitándote a una fiesta en el point más paja de esta gran ciudad. Tú sabes: once pe eme, sobrio y con quince lukitas. No hace falta que lleves pareja porque F. ya se encargó de contratar a chicas A1, dispuestas a estimular tus sentidos hasta que amanezca. Sólo te pide que se encuentren a un par de cuadras, un paradero donde va a esperar a un par de su amigas, a quienes quiere presentarte.

“Quien sabe y la haces linda”, te ilusiona Fito. “Eso sip, yo te llamo”. Te llega esa condición, total, ya estás arrebatado de la realidad con su promesa, y llegas poco antes al paradero, entusiasmado que F. aparezca pronto. Once. Once y cuarto. Once y media: Fito debió estar en la esquina, y nada. Lo llamas a su fono mas no contesta. comienzas a fastidiarte y la maldita idea del desvío la respiras en el aire. Capaz se le hizo tarde y fue de frente a la disco, confiado en que sus amigas conocen el lugar. Caminas las dos cuadras, pagas tu ticket y entras al recinto.

El sitio está a reventar y la música suena con estridencia. Cuerpos perfectos se vacilan al son de una salsa dura. Sin embargo, todo es gente normal, rastro de Fito no hay. Das una, y otra, y una tercera vuelta alrededor de la pista de baile. Ofuscado, sales de allí y te diriges de nuevo al paradero. Lo miras bien: no amigos, no plan. Hasta la combi que paras quiere cobrarte de más. “No way”, replicas, “esto es lo que tengo”: para qué broncas, tu silenciosa retirada lo explica todo. Sigue leyendo

Semana Santa según Cristo

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Domingo de Ramos…

Entro en Jerusalén
bajo un camino de palmas
la ovación espontánea
me recibe como a un rey.

Mesías, Mesías
me vitorean todos,
con paso firme avanzo
entre la multitud que es mi grey.

Jueves Santo…

Esta cena que hoy les invito
es la última que compartimos,
pues pronto la traición llega
en forma de hombre cercano.

Mas beban y coman
este pan y este vino,
que es mi cuerpo y mi sangre
que serán entregados.

Viernes Santo…

Tras la condena del pueblo
y la lavada de manos,
los romanos al suplicio
me han enviado.

La cruz que he cargado
me sostiene ahora sin reparos,
la corona de espinas y tres clavos
aumentan este dolor intenso.

Los fariseos me denostan:
“a otros ha salvado
y no se puede salvar”,
“que baje de la cruz
y nosotros creeremos”.

Aunque en mi tormento yo diga:
“Eloí, Eloí, lamá sabactani”,
cumplo con mi promesa, oh Padre,
“hágase tu voluntad y no la mía”.

Domingo de Resurrección…

He despertado con esta luz
que radiante me anima,
es mi Padre quien me llama
a que el sepulcro abandone.

He vencido a la muerte
y mis heridas están curadas:
la túnica blanca visto,
a mis discípulos voy a buscar.

Alegrense todos y mirenme bien,
soy cuerpo vivo y no una visión,
y les hago la promesa
“que hasta el fin de los tiempos
con ustedes estaré”.
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La confesión

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Carlos aguarda sentado en una de las bancas de la iglesia. Tras un examen de conciencia duro y severo, se muestra apesadumbrado pero firme, sabiendo que su arrepentimiento es sincero y que merece ser perdonado. Se aproxima al reclinatorio del confesionario, expectante de que el sacerdote, mediador de Cristo, le escuche y le comprenda. “Ave María purísima”, formula el padre. “Sin pecado concebida”, contesta el joven. “Hijo, cuéntame”, responde el padre.

– Padre, quiero decirle… La voz se le quiebra un momento, emocionado como está ante este encuentro… Quiero decirle que me encuentro aquí de acuerdo a nuestra religión, que manda confesarse una vez al año, so pena de estar en riesgo de muerte, y que confieso, para empezar, no haber pisado un confesionario en siete años. Confesar que desde los dieciséis me denigro a mi mismo, masturbándome a hurtadillas, siempre buscando alguna oportunidad de darme aquel insano placer. Confesar que mi ironía para decir las cosas se convierte en sarcasmo y hiere profundamente a mis semejantes.

Confesar que, cuando necesitaba sencillo, recurrí al gorreo de pasaje en los micros y que esta costumbre se me ha hecho tan aberrantemente constante, a pesar de contar con un mejor nivel monetario. Confesar que a los diecisiete, durante un periodo de seis meses, dudé de mi tendencia sexual, y en aquellos días hice un juicio de conciencia sobre lo conveniente o inconveniente de las dos opciones, heterosexual u homosexual, y decidir cuál opción me hacía más feliz. Confesar que alguna vez fui proclamado como el mejor amigo, pero en incontables ocasiones, de palabra o de obra, denosté a aquellos quienes se mostraron como verdaderos amigos, llenos de virtud.

Confesar que algunas veces mi corazón fue obseso e impulsivo, convirtiéndose poco a poco en un corazón indiferente, incapaz de sentir ante un abrazo o un beso, volviéndome ciego ante mis familiares directos, de quienes he llegado a olvidar incluso sus cumpleaños. Confesar, en resumidas cuentas, el haberme colocado en un pedestal de suspuesta estatura moral, pedestal de mármol cuyos pies son de barro, que hoy quiero que caiga con estruendo en su destrucción, y volver a ser el hombre sencillo que alguna vez fui.

“Padre, por favor, absuélvame”, dice Carlos. El eco de sus palabras retumba en la capilla y no obtiene respuesta. Se levanta y mira adentro: el confesionario está vacío. No puede creer que el sacerdote lo haya abandonado en plena relación de sus pecados: “¿es que acaso fue una ilusión que él estuviera aquí o es que mis crímenes son tan monstruosos que un hombre de fe no puede escucharme por su gran sensibilidad?” Compungido y entre sollozos, abandona la capilla y se dirige al gran portón del templo, el cual va a trasponer.

De pronto, siente su músculos paralizados y no puede moverse; sin embargo, sus ojos ladeados al cielo perciben una luz blanca, cálida, infinita. Empieza a sentir un dolor de muy adentro, insoportable, que lo hace sudar. Muy cansado ya, casi sin fuerzas, torna su dolor en alivio: una sombra oscura y densa que sale de él, se agita compulsiva sobre el suelo; la luz la ilumina con fuerza, desvaneciéndola por completo. Entonces, oye su voz que le dice “ve con Dios, hijo mío”; restaurado en sus fuerzas, Carlos, el hombre nuevo, se persigna y comienza a andar. Sigue leyendo